Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

El boricua Roberto Angleró siempre será recordado como un compositor universal.
Su bolero “La pared” fue grabado en varias versiones y siempre le produjo regalías de distintos lugares del mundo.
Esta madrugada su hijo Juan Luis pedía a Dios que lo reciba en la Gloria.
La foto del autor de 88 años, que acompañaba su post en Facebook, era simplemente estremecedora…
En mi caso personal siempre recordaré a Roberto Angleró por su verticalidad, honestidad y sinceridad. También por su talento prodigioso; su pasión por la buena música y su amor por Puerto Rico.
No pocas veces disintió de mis opiniones sobre música. Y lo hizo de frente. Por eso siempre lo respeté y admiré.
Jamás olvidaré la tarde que llegó a la redacción con un obsequio que atesoro: el libro “Historia de la Música Cubana” de la musicóloga Elena Pérez Sanjurjo.
¡Reliquia de un valor inconmensurable!
Conversamos varias veces durante los pasados meses. Por motivos de salud, Roberto, nacido en Fajardo el 12 de septiembre de 1929, se había mudado a la casa de su hija mayor Rosemary en Kissimmee, Florida.
Se sentía triste porque presentía que posiblemente no regresaría con vida a su añorado Borinquen.
“Me sentí muy mal de salud. Hubo mucha gente que me llamaba, pero después de los huracanes se interrumpió la comunicación. Y me dije: ‘contra, yo no me voy a morir aquí”, dijo en noviembre a este periodista.

Previo a los huracanes Irma y María, Roberto residía en una zona rural del sector Moncho Ortega en la PR-829 en Bayamón. Allá se quedó incomunicado. Los ciclones coincidieron con quebrantos de salud, como la diabetes que entonces se le diagnosticó y dificultades respiratorias al dormir, que supo se relacionaban a su padecimiento de apnea del sueño, aparte de problemas en la espalda y las rodillas.
“No me estaba sintiendo bien. Me daban unos episodios de asfixie. No estaba durmiendo bien. Una semana antes hablé con Elías Lopés y me dijo que se estaba tratando su apnea. Esto es terrible. Uno se queda dormido y de repente despierta asustado por la falta de aire”, detalló el artista, operado de corazón abierto.
A don Roberto, que sirvió en las Fuerzas Armadas y residió varios años en Nueva York, no le desvelaba la idea de la muerte. Pero prefería cuidar su salud.
Viajó a la Florida gracias a la aportación monetaria de PEER Music y ASCAP, que administran su catálogo de composiciones, que se nutre de clásicos como “La pared”, “Hojas blancas”, “Soy boricua”, “Vas por ahí” y “Si Dios fuera negro”, entre otros éxitos internacionales.
“Si me quedara por acá sería añorando a Puerto Rico. La situación es que necesito estar en un lugar cerca de mi familia. No es que no pueda caminar o comer con mis manos, es que a los 88 años ya no es lo mismo”, dijo el fundador de la orquesta Tierra Negra, oriundo de Fajardo, pero donde muchos desconocen de su contribución a la cultura popular.
ir Angleró junto a Humberto Ramírez y Lucy Fabery en uno de los últimos encuentros de la Asociación de Coleccionistas de Música Popular. (Foro Javier Santiago / Fundación Nacional para la Cultura Popular)“Acá [en Kissimmee] los doctores me ayudan con mis problemas con la rodilla, la espalda y ahora con la diabetes”.
Don Roberto Angleró, con alrededor de 60 años en la música, se dedicaba a ordenar su catálogo de composiciones inéditas, que consiste de algunas 40, que se suman a su cosecha de cerca de dos mil creaciones musicales.
La última composición que se le grabó se titula “El doctor”, la canta Tito Rojas y se está comenzando a difundir en las ondas radiales.
Angleró, un baluarte del pentagrama y una leyenda que se mitifica, ha sido un consecuente cultor del folclor puertorriqueño. Además de sus colaboraciones con Maso Rivera y Rafael Cortijo, Angleró y Tierra Negra han cultivado la bomba, la danza y el seis chorreao.
El compositor de “La trulla moderna” y “El 5 de enero” también es responsable del proyecto de ley que instituyó el Mes del Compositor en mayo, aunque lamenta que la radio nacional ya no divulgue la obra de Rafael Hernández, Pedro Flores, Bobby Capó y otras glorias de la composición popular.E
“Acá ya estoy en negociaciones para ver si un empresario cubano se interesa en el disco que le produje a Ángel Luis Torruellas. A mí me han ayudado los cubanos. Guillermo Álvarez Guedes, de GEMA Records,y Darío González, de Borinquen Records. Antes de morir espero lanzar el disco “Roberto Angleró y Tierra Negra presentan al Rey de la Plena, Ángel Luis Torruellas”. Fui yo quien nombró a Torruellas como el Rey de la Plena”, señaló el artista reconocido en Colombia en 1982 con El Congo de Oro.
Demasiados encuentros
Aunque triste, he de admitir que mi mejor homenaje a Roberto Angleró es evocar la memoria de tantos encuentros.
Con su parsimonioso tumbao, el compositor siempre regresaba a Barrio Obrero y a su colindancia con Villa Palmeras, fuente de su musa patriótica, romántica y callejera.

Su destino obligado era la fonda “La Bodega”, famosa en el sector por sus enormes pastelillos de carne y queso, donde coincidimos en años recientes.
Aunque se fue a vivir a un campo de Salinas, en donde perdió su casa durante un incendio y después se estableció en Bayamón, el corazón de Angleró yacía anclado en San Mateo de Cangrejos, el Santurce al que le inspiró el son que grabó El Gran Combo.
Vate del sentimiento popular, el autor cariduro de nacimiento pero cangrejero por adopción, impuso su porte de afro descendiente espigado, orgulloso y acicalado que, aunque con poco más de ocho décadas de existencia, caminaba derecho.
Con clave, clase y caché. Bien vestido, con su inseparable sombrero y lentes oscuros. En seguida algunos parroquianos de “La Bodega” lo reconocieron como el prolífico compositor de “Hojas blancas”, “La boda de ella” y “Vas por ahí”, éxitos del pentagrama popular latinoamericano inmortalizados por El Gran Combo, Bobby Valentín y la Sonora Ponceña.
Pocos, sin embargo, lo adulan, tal vez por la fama que ha creado de hombre “difícil” que llama al pan, pan y al vino, vino.
Sin embargo, en el fondo Roberto Angleró era como un niño. Era un tipo bonachón, de un gran sentido del humor, agradable y conversador, dispuesto a alegrar a sus semejantes con chistes y a debatir respetuosamente sobre música, cultura, religión, historia y racismo.

De su cuello, en el centro del pecho, se balanceaba un medallón de oro en forma de un libro, con incrustaciones de diamantes de las notas musicales del bolero “La pared” y la bomba “Si Dios fuera negro”. Y aclaraba, sin tan siquiera mediar una pregunta, que no era una biblia.
“Todo el mundo me pregunta si es una biblia. Y yo digo que los negros no mataron a Cristo. Tampoco tengo que andar con una cruz. Los blancos, los judíos y los romanos fueron los que mataron a Cristo. Esos son los que tienen que andar con una cruz. Allí no había un africano con una lanza. En eso sí que yo soy muy difícil con los religiosos”.
Ese medallón, que no se llevará a la tumba, fue diseñado por un joyero uruguayo que conoció en el Viejo San Juan.
La bomba “Si Dios fuera negro”, grabada en 1979 con su agrupación folclórica Tierra Negra, fue su respuesta al discrimen y al sentido de inferioridad racial de que fue objeto durante su niñez en Barrio Obrero y posteriormente como soldado de las Fuerzas Armadas estadounidenses, destacado en Corea.
No pocos religiosos, sin embargo, comprendieron la moraleja de la composición que Angleró le envió al papa Juan Pablo II, sin recibir respuesta.
“Hubo iglesias que llegaron a decir que esa música era del diablo. Y ahora mismo en los templos hay agrupaciones con congas y timbales. La música es de Dios”.
Y aunque él mismo es considerado un dios en la música, se lamenta de la falta de reconocimiento de sus compatriotas. En 1982 Angleró fue investido con el preciado galardón Congo de Oro, reservado a lo más selecto de los embajadores culturales de América. Galardón que obtuvo en el Carnaval de Barranquilla, en Colombia por su seis chorreao “La trulla moderna”, distinción tan prestigiosa para la música sudamericana como un Grammy. A su regreso a Puerto Rico nadie lo recibió en el aeropuerto.

“Lo que encontré fue un taxista, que me cobró $50 por llevarme a mi casa y cuando íbamos por la Avenida De Diego se quedó sin gasolina y lo tuve que empujar hasta la estación”, recordó Angleró.
Tras una operación de corazón abierto, vivía a la buena de Dios, sin prisa y sacándole punta a la jocosidad. En un programa de radio, rememora, examinaron los recursos literarios que utiliza al componer sus obras. El locutor le preguntó desde cuando estructuraba sus canciones con metáforas y Angleró se le quedó mirando, como con la mente en blanco. “Yo le dije: ‘Si tú supieras que yo no sé qué rayos es eso de las metáforas. Yo sólo sé que las ideas me las regala Dios y que yo las pongo ahí’”.
Arquitecto de un catálogo rico en diversidad temática y que se nutre de bombas, plenas, salsa y boleros, Angleró tampoco repara en afirmar que el compositor puertorriqueño no puede aspirar a enriquecerse, al contrario de los estadounidenses. “Si eres americano y te graban los grandes ‘jazzistas’, en un mes te haces millonario. En Puerto Rico, te mueres y no llegas a medio millón, a menos que no seas un Rafael Hernández o un Pedro Flores”.
Don Rafael Hernández, el legendario creador de “Lamento borincano”, “Preciosa” y “Los carreteros”, lo inspiró a cultivar la composición.
En la calle 9 de Barrio Obrero, a pocos pasos de la casita de madera de sus padres Juan Angleró y Carmen Pepín, residía Manuel Jiménez “Canario”, miembro del Cuarteto Victoria de Rafael Hernández. Y, como espectador silente, su presencia en aquellos ensayos lo predestinó a convertirse en uno de los personajes más pintorescos de la música popular latinoamericana.
Expuesto a los ensayos de Canario, el niño Roberto, quien fue honrado en vida en una de las ediciones del Día Nacional de la Salsa, despertó a la música popular.

Sus padres, Juan, carpintero de oficio; y Carmen, costurera a sueldo; eran pobres. La casa de madera de la familia Angleró Pepín colindaba con los manglares de la zona. Los niños caminaban descalzos por sus callejones de arena negra y se divertían pescando jueyes, nadando en la laguna o jugando con gallitos de algarroba.
Pero la música capturaba la atención de Roberto, quien años después se convertiría en uno de los compositores de música popular más prolíficos del Caribe.
“Era muy pequeño, pero conservo los recuerdos de los discos de mis tías Teresa, Eduviges y Justina. Ellas me ponían a darle ‘manigueta’ a la vitrola”.
Como si hubiera sucedido ayer, evocó la tarde en que a sus manos llegó un acetato de 78 rpm con la canción “Los carreteros” de Rafael Hernández y la danza “Mis amores”, interpretada por Pedro Ortiz Dávila “Davilita”.
“Antes de ser compositor, fui cantante. Era tenor, pero la timidez me traicionaba. Varias veces asistí al programa de Rafael Quiñones Vidal y cuando escuchaba un vozarrón me sentía intimidado”.
Su padre deseaba que estudiara medicina o leyes. Para distraerlo de la música y los deportes lo trasladó a Nueva York.
“Fui a vivir al Bronx y lo que hizo fue acercarme más a la música. Llegué domingo y el miércoles mis primos ya me habían llevado al Palladium a ver a Machito, mi orquesta favorita”.
En el Palladium pudo mejorar sus destrezas para el baile nada más y nada menos que al lado de Killer Joe, Cuban Pete, Mike Ramos, Aníbal Vázquez y otros bailarines del mambo.
En Nueva York también recibió varias lecciones de batería con el legendario Max Roach. “Así me nutrí de lo que es el jazz”, señaló Roberto, cuyo aprendizaje del inglés propició su reclutamiento como oficial de la fuerza aérea durante el conflicto de Corea.
Destacado en una base de San Antonio, Texas, una noche salió a cenar al Cuban Dinner Club y conoció al músico Lalo Ruiz, cuya orquesta se especializaba en la música de Beny Moré, Miguelito Cuní y otros soneros cubanos.
Cantó con la orquesta y, a su regreso a Puerto Rico, con tríos y cuartetos de Barrio Obrero hasta que, superado el pánico de los días de Quiñones Vidal, subió a una tarima a cantar con La Panamericana de Lito Peña.
“Profesionalmente debuté como cantante con Bobby Valentín, pero sin la ayuda de Héctor Urdaneta y Lito Peña yo no existiría. Urdaneta era copista de Peer International y me ayudó a inscribir mis primeras canciones”, rememoró Roberto, en alusión a “Qué le pasa a mi chamaca”, “El pisotón” y “La pared”.

“La pared” recorrió el mundo en las voces de Yayo El Indio con La Panamericana, Felipe Pirela, Roberto Ledesma y Xiomara Alfaro. De hecho, en 2012, el especial del Banco Popular titulado “Hecho con sabor a Puerto Rico” la trajo a la nueva generación en la versión de iLe (Ileana Cabra), entonces conocids como PG13 del grupo Calle 13.
“Se han grabado más de 50 versiones y es la canción de mi catálogo que más me produce en regalías”.
Su segunda canción de mayor resonancia internacional es la bomba “Si Dios fuera negro”, grabada con su orquesta Tierra Negra y de la cual recibe regalías de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay.
“La escribí porque fui víctima de racismo en Estados Unidos y aquí también porque mucha gente no podía creer que un negro fuera capaz de componer “La pared”, reiteró Roberto, quien entre 1970 y 1979 le compuso a Bobby Valentín, El Gran Combo, la Sonora Ponceña y Gilberto Santa Rosa los éxitos “Soy boricua”, “La boda de ella”, “Hojas blancas”, “Vas por ahí” y “Satisfacción”, entre otros.
En 1979, Roberto, un defensor del folclor nacional, visitó Colombia tras la repercusión de “Si Dios fuera negro” en dicho país. Y como subrayamos arriba, en 1982 regresó a recibir el Congo de Oro en el Carnaval de Barranquilla por el éxito del seis chorreao “La trulla moderna”.
Roberto Angleró, cuyo primer cantante fue el fenecido Grifo de Nemesio Canales, Marvin Santiago, no se cansaba de hablar sobre la bomba “Si Dios fuera negro”.
Pensaba en los años en que fue objeto de discriminación racial en Estados Unidos. “Estuve cuatro años en las Fuerzas Aéreas durante la guerra de Corea. Un día por poco me linchan porque pedí un emparedado y un refresco. Andaba con el uniforme, pero los gringos no soportaban a los negros. Eran muy intolerantes”.
Orgulloso de sus raíces, Angleró bautizó su orquesta con el nombre de Tierra Negra. Vivió en Barrio Obrero. Su casa, localizada entre la avenida A y la esquina de la calle 8, fue incorporada sobre un arenal, contiguo al manglar.
“No había pavimento y la tierra era negra. Todavía tú vas y escarbas, y la tierra es negra. Por esa razón nombré mi agrupación así”.
Descalzo, allí se entretuvo jugando a los indios y los vaqueros con flechas de plástico y pistolas de aluminio. En Barrio Obrero nacieron sus primeras canciones. En la escuela Federico Asenjo, donde cursó sus estudios secundarios, conoció a Gilberto Monroig y a Pellín Rodríguez.
“En ese ambiente compuse ‘Te voy a castigar’, canción que nunca me grabaron”.
De Barrio Obrero pasó derechito a la Tribuna del Arte, pero su desarrollo musical se registró en Nueva York con el Trío Coney Island y con el sexteto The Coney Latins.
“Después me dediqué a visitar el Palladium para escuchar las orquestas de Puente, Tito Rodríguez y Machito”.
Su carrera profesional, sin embargo, despegó cuando en enero de 1964 la Orquesta Panamericana de Lito Peña le grabó los números “Qué le pasa a mi chamaca” y “El pisotón”.
A mediados de ese año compuso el bolero moruno “La pared”, su hit más grande popularizado por la Panamericana.
“Luego lo grabaron Roberto Ledesma, Felipe Pirela, Daniel Santos, Javier Solís, Los Tres Reyes, Leo Marini y muchos otros”, recordó.
En 1969 Roberto debutó como cantante con la orquesta de Bobby Valentín con el elepé “Se la comió”. Su primer disco como líder fue Roberto Angleró y su Combo, con el sonero Marvin Santiago. Con “Guaya Salsa”, editado por Alegre Records, se consolidó su carrera como cantante.
Los hoteles y los municipios le abrieron las puertas porque Angleró combinaba en sus presentaciones el humor con la música afroantillana.
El resto lo dijo con sus composiciones a decenas de artistas y el aporte cultural de su agrupación Tierra Negra.
En años recientes Luguito y Guasábara le grabaron el son montuno “Parece que uno se va a morir”… Y, en efecto, cuando se ha vivido tanto, ‘no se muere na’…’
¡Descanse en Paz, Maestro Roberto Angleró!