Fecha de nacimiento
29 de agosto de 1922
Lugar de nacimiento
Humacao, Puerto Rico

A pesar de los resonantes triunfos que, como intérprete, cosechó en las principales salas de conciertos de su patria y en teatros neoyorquinos tan prestigiosos como el Town Hall y el Times Hall, fue en la enseñanza que Ramón Fonseca cimentó un sitial entre los consagrados. Este puertorriqueño excepcional es reconocido en el ambiente latinoamericano como el mejor profesor de la denominada técnica de impostación vocal. Este sistema permite el fortalecimiento del diafragma y de los músculos afonadores de la voz con el fin de desarrollar una proyección a flor de labios segura y redonda, así como el dominio de lo que en el bel canto se denomina “pase de la voz”. Dicho efecto se produce cuando las cuerdas vocales se encogen, permitiendo que la corriente de aire pase al registro agudo sin esfuerzo.
Nuestro biografiado era todavía niño cuando el tenor Estervino Doménech descubrió sus facultades artísticas tras escucharlo cantar en una función estudiantil. Fue éste su primer maestro y mentor. A la edad de 17 años tuvo la gran dicha de conocer a su ídolo, Antonio Paoli Marcano, aclamado por la crítica como «El Tenor de los Reyes y Rey de los Tenores» y considerado el mejor del mundo entre los afiliados al estilo dramático. Tras escucharlo cantar algunas arias, aquel insigne divo ponceño no vaciló en aceptarlo como discípulo en la academia que, junto a su hermana Amalia, recién había establecido en Santurce. Con el transcurrir del tiempo, la afinidad que se desarrolló entre estudiante y maestro llegaría a ser tan profunda que, además de convertirse en su alumno predilecto, Ramón Fonseca pasó a ser el más cercano amigo y confidente del gran Paoli Marcano. De hecho, fue éste quien le enseñó la técnica de impostación vocal.
A raíz del fallecimiento de su querido y admirado profesor e íntimo amigo el 24 de agosto de 1946, Ramón Fonseca cayó en una gran depresión. En pos de encontrar algún alivio, decidió probar fortuna en Nueva York, convencido de que si alcanzaba el éxito, en gran medida honraría el recuerdo de aquel. La suerte le sonrió durante casi cuatro años. A lo largo de aquel período recibió siempre el más cálido aplauso de la exigente crítica neoyorquina.
Desafortunadamente, la recurrente aparición de una alergia lo forzó a admitir, con profunda tristeza pero con valiente sentido de la realidad, que no podría mantener una carrera exitosa con unas condiciones vocales óptimas. Por tanto, en 1950 optó por dedicarse a la enseñanza. Y, tras ser admitido, con grandes elogios, por el panel seleccionador de la prestigiosa New York Singing Teachers Association – requisito indispensable para ejercer tal función en la Gran Urbe –, estableció su primera academia en Manhattan. Años más tarde, en reconocimiento a su aporte cultural, la NYSTA le conferiría un diploma declarándolo Miembro Vitalicio.
En 1958, el maestro Fonseca retornó a Puerto Rico y, adjunto a su hogar en Río Piedras, abrió su estudio de enseñanza de canto. Desde entonces, la lista de sus discípulos que alcanzarían la fama nacional e internacional sería impresionante. Entre los que han descollado en la ópera y en la zarzuela figuran Jesús Quiñones Ledesma, Elio Rubio, Eusebio González, Roberto Camuñas y Mario Roche (tenores); Héctor López (barítono) y Ana del Pilar Pérez (soprano). Y, entre muchos otros exponentes de la canción popular, Gilberto Monroig y su hijo Glenn, Danny Rivera, Lalo Rodríguez, Sophy, Yolandita Monge, Eddie Santiago, Roberto Pumarejo y Lucianne Silva.
A través de su fructífera trayectoria, Ramón Fonseca González siempre fue identificado como un maestro sumamente exigente que sólo admitía alumnos en los que, además de genuinas facultades, percibiera verdadera vocación artística. Esto es así porque, de acuerdo con su criterio – que es compartido por la mayoría de sus colegas y los conocedores – durante las últimas décadas son muchos los aspirantes al éxito que pretenden hacer carrera en el ambiente musical, no impulsados por la vocación, sino deslumbrados por el glamour que implica alcanzar la fama y la fortuna. Claro: al carecer de talento y no tener nada que aportar a la música, los más afortunados de ellos sólo lograr disfrutar de los consabidos “cinco minutos de gloria”.
rev 3-jul-06
Regresar al Listado de Biografías