Fecha de nacimiento
25 de agosto de 1942
Lugar de nacimiento
Ponce, Puerto Rico

Dijo Julio Verne una vez en sus icónicas letras de “Viaje al centro de la tierra” que “mientras el corazón late, mientras el cuerpo y alma siguen juntos, no puedo admitir que cualquier criatura dotada de voluntad tiene necesidad de perder la esperanza en la vida”. Esa esperanza convertida en la quinta esencia y motor de vida, es la que abultó la pesada valija que, entre capa y espada, carga el gran Tuno Mayor -y gallito por excelencia- Gregorio “Goyo” Acevedo González.
Vástago de la prole engendrada por Gregorio Acevedo, padre, y Virginia González, “Goyo”, como se le conocería en los surcos del mundo donde patearía senderos y canchas, cursó sus estudios en Ponce, junto a sus siete hermanos. Conocedor de primera mano de las penurias de un Puerto Rico oprimido que se hicieron eco en las memorias que cantaba el mismísimo Rafael Hernández en su “Lamento borincano”, dio Gregorio sus pasos primados, entre las polvorientas calles de un arrabal ponceño. Pero fueron los recios años de la pobreza y la necesidad, los que fueron cincelando la firme voluntad de este futuro personaje de la historia universitaria riopedrense y de Puerto Rico.
Fue en el barrio Berlín, donde entre risas, cantos y esperanzas que Goyo conoció y compartió con sus ídolos deportivos Reinaldo (“Pochi”) Oliver y Pedro Pacheco, íconos de la UPR y de todo el país. Continuó estudios en el Seminario San Ildefonso en Aibonito y obtuvo su diploma de escuela secundaria en la legendaria Ponce High y un boleto inmediato hacia la gran ciudad: San Juan.
Como si fuese una estampa sacada de la misma “Carreta” de René Marqués, Acevedo emigró al norte de la isla, tomando posición de su plaza de estudiante en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, en 1959, donde eventualmente obtuvo su Bachillerato en Administración de Empresas, grado que como bien dice él, llegó casi de súbito. La universidad se convirtió en su más grande refugio, donde en la variopinta aventura de sobrevivir, probó las mieles del éxito y el fracaso en una de sus más grandes pasiones: el deporte. Se inició deportivamente formando parte del primer equipo de Judo de la IUPI, bajo la dirección del sargento Parsi (ROTC), el maestro Masayuki Takajama y el maestro Otto Brito. Pero su encuentro fortuito con el que sería su deporte rey, llegó en 1960. Fue en ese año, que Goyo ingresó al Programa de Esgrima bajo la tutela del profesor Jean Lessieux, convirtiéndose en campeón universitario de florete y sable, y luego en estudiante instructor.
Como esgrimista, fue integrante del Equipo Nacional en el cual cosechó los títulos de campeón de Florete en dos ocasiones, Campeón de Sable en cuatro ocasiones y Campeón Nacional de Espada en una ocasión.
En 1965 obtuvo una beca para estudiar en la Escuela de Maestros de Esgrima en París (Francia) donde quedó segundo en su clase. Pero sus huellas en la universidad verían un cambio repentino en el destino que se había trazado. No ajeno Puerto Rico de los conflictos internacionales que aquejaban una sociedad global, Goyo interrumpió sus estudios para cumplir con el servicio militar. Fue llevado a Texas a recibir su entrenamiento básico, y allí, aun en la lejanía de su tierra, mantuvo su activa presencia deportiva formando parte de la competencia de Esgrima en Fort Hood donde obtuvo primer puesto en Sable, segundo en Florete y en Espada.
Fue enviado a luchar a las selvas de Vietnam a finales de la década de 1960, trayendo consigo las imágenes del horror de una guerra que no pidió, y cuyas secuelas son marcas indelebles en la memoria de un soldado por obligación.
Aunque Gregorio es pilar del deporte de la esgrima -sin dejar a un lado sus pininos en la pista, en el tatami o hasta en la cancha- la imagen del Goyo que todos conocen no se aleja de los colores que pintan el cuadro más valioso de los pasillos de la universidad centenaria, el Tuno.
Fue una ventana la responsable de dos cosas: el despertar curioso de este pequeño ponceño en Río Piedras, y su salto cual liebre, al salón de ensayos de la Tuna de la Universidad de Puerto Rico. La Tuna universitaria había sido formada en 1961 por la profesora Norma Urrutia de Campo, y fue puesta en manos del diestro musical y maestro, don Francisco López Cruz. No pasaban inadvertidos los repiqueteos de panderetas, laúdes y guitarras para todo aquel que pasaba cerca de la Glorieta Veve, lugar de ensayo y reunión de la Tuna. Y así como seducido cual Jasón por las sirenas del océano, Goyo se dejó encantar por una tuna que no le abandonaría jamás... todo lo que pudo una ventana, por la cual, dicho sea de paso, saltó Goyo durante un ensayo de la Tuna, para nunca salir.
Con excepción de sus períodos de estudio en Europa y su servicio militar, Goyo no dejó su tuna desamparada hasta que tocó cumplir con las responsabilidades de una vida adulta. Gregorio deja la tuna universitaria a inicios de la década de 1970 para aceptar un empleo en el Departamento del Trabajo y Recursos Humanos, aunque sin olvidar su traje de tuno y su guitarra. Sin embargo, la oportunidad llegaría en 1972, cuando una tuna que languidecía le llamó al rescate, ofreciéndole el recinto un trabajo a medio tiempo para dirigir su amada Tuna.
Tomando una de las decisiones más duras y trascendentales de su vida, Goyo abandonó la estabilidad de su empleo para levantar nuevamente la Tuna de la Universidad de Puerto Rico; el resto, es historia. De los 55 años de existencia de la Tuna, Goyo ha formado parte de ella por 53 años. Fue su director durante 44 años, el artífice y desarrollador del baile de la capa y el baile de la bandera, y el responsable de llevar el baile de la pandereta a niveles competitivos. De hecho, en 2005, a los 73 años, ganó el primer premio de pandereta en la ciudad de La Serena, Chile, siendo uno de los tunos de mayor edad en ganar un premio de este tipo. Pero aún impresionados por estos logros, muchos desconocen su legado como maestro de multitudes.
Por sus manos han sido cientos los seres humanos que han sido transformados a través del crisol de la Tuna. Jóvenes que, en su afán de trascender como estudiantes músicos y ávidos de novedad, llegaron a la tuna universitaria a “patear las sendas del mundo”. Alfarero de sueños y voluntades, Goyo ha sembrado en el fértil camino de la hermandad tuneril, frutos que una vez maduros, se han convertido en seres humanos de alto valor para esta sociedad. Desperdigados por las cuatro esquinas del globo, andan conectados por un hilo conductor, hilvanado en las melodías de las canciones enseñadas, una familia de hermanos y hermanas tunos que han visto en él al padre y confidente responsable de hacer realidad los sueños del hasta más escéptico.
Forjador de pandereteros que fueron espejos de sus diestros movimientos y piruetas, Goyo ha sido paladín en la defensa ardida y comprometida de la novedad que representó en una tradición centenaria como la tuneril, la inclusión de chicas en esta. Su férrea voluntad convirtió a la Tuna de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, no solo en la primera tuna del país, sino en la más longeva, cuya ininterrumpida trayectoria se la debe a su magistral dirección. Cual barco que se enfrenta a los misterios de los siete mares, la Tuna ha sido el buque escuela de tantos marineros, quienes al mando del Goyo capitán, han sabido traer a buen puerto, esta honra universitaria, que es la Tuna de la UPR. Responsable de su internacionalización, las primeras competencias y los primeros viajes al sur de nuestro continente son logros consabidos en la capa de Goyo, que luego de más de décadas de dirección, continúan trayendo gloria y honra al recinto.
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