Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
El 9 de noviembre de 1965 un gran apagón eléctrico afectó a ocho estados de la costa este norteamericana durante 13 horas. Esa noche, las estrellas protagonizaron sin interrupción. Pero no todo el mundo las aplaudió.
La experiencia viva con la obra “Noche estrellada” (1889) de Vincent Van Gogh (1853-1890), nos encarcela en libertad más allá de nuestros sentidos. Una vez, placenteramente, aprisionados ante la visión de exaltación, por la fusión de nuestra esencia con un cielo dibujado de estrellas que se salen de la raya, nos preguntamos por qué los colores asignados a la desolación y la muerte, nos habitan con alegre algarabía.
Si conocemos la trayectoria disfuncional, que inicia “Noche estrellada sobre el Ródano” (1888) de Van Gogh, en la espera de Paul Gaugin, en la Casa Amarilla de Arles, al sur de Francia, y culmina con “Noche estrellada”, un año después, nuestra percepción de lo que debe ser el proceso de creatividad, estrangula los patrones impuestos, a la misma vez que nos sentimos apoderados de nuestra más sublime verdad.
Las crónicas, anécdotas, o mitos, que rondan una creación artística suelen ser tan fascinantes como la obra que tenemos delante. Conocer esas leyendas corona con nuevas estrellas nuestra humanidad.

El cuento de José Luis González (1926 – 1997), “La noche que volvimos a ser gente”, es una exaltación de estrellas apasionadas que tejen los espacios entre nosotros para rendir tributo a nuestra perseverancia por continuar “siendo gente”, y celebrarlo, aun en situaciones bizarras.
Antes de entrar en la adaptación a teatro del cuento, “La noche que volvimos a ser gente”, producción de Sofía de la Cruz y Carlos Esteban Fonseca para En-Pareja-2, Inc., que vimos el pasado sábado 29 de julio en el Café Teatro Moneró, en Caguas, repasemos la autoridad pertinente del autor.
José Luis González podía hablar de noches estrelladas, con conocimiento de causa, desde unas cuantas perspectivas. Nació en Santo Domingo, creció en Puerto Rico. Además de otros espacios con noches que formaron parte de su inventario, González vivió en Estados Unidos, Checoslovaquia y México, donde se residenció.
José Luis González, víctima del macartismo, podía hablar con conocimiento de causa, de cacerías de brujas, y de cómo, a pesar de la injusta persecución política que sufrió, junto a otros grandes artistas, en Estados Unidos, impartió estrellas en un camino unificador.
La luna “amarilla como un sol”, y las incandescentes estrellas unificadoras de “La noche que volvimos a ser gente”, son puertorriqueñas. Por tanto, este cuento de José Luis González, basado en hechos reales narrados al autor por el poeta puertorriqueño Juan Sáez Burgos, nos infla como pavos reales.
Las crónicas de la adaptación del cuento al teatro tienen también sus mitos. Carlos Esteban Fonseca, protagonista de las anécdotas y actor único de la puesta en escena, procuró dejarlas para la posteridad en entrevistas para distintos medios y en el programa de mano de la que anunció sería la última temporada del montaje que ha presentado dentro y fuera de Puerto Rico, durante 10 años.
Cuenta esa leyenda que, hace 41 años, el joven Carlos Esteban y el experimentado primer actor puertorriqueño Miguelángel Suárez, coincidieron en el Café Teatro La Tea, propiedad del dramaturgo puertorriqueño Abelardo Ceide. Carlos Esteban, junto con Lourdes Jiménez, presentaría un espectáculo de canciones en el histórico lugar de Viejo San Juan. Toda la labor de promoción estaba corriendo.

Abelardo, quien le había otorgado la fecha a Fonseca y a Jiménez, le había otorgado la misma fecha a Miguelángel Suárez. Como el actor estaba haciendo una película en Hollywood, Ceide pensó que no vendría a Puerto Rico un fin de semana a hacer la obra. El buen hombre, no solo se había equivocado, tampoco sabía cómo abordar la situación.
Sucedió que la fémina del trío estaba dispuesta a no ceder el fin de semana y a decírselo, en forma contundente, al actor. Cuando Lourdes Jiménez se enfrentó con Miguelángel Suárez, este preguntó si no había problemas en compartir el escenario y dividir las ganancias. Y esa es la historia del exitoso fin de semana.
Carlos Esteban Foncesa y Miguelángel Suárez entablaron una relación de discípulo y mentor. El maestro le hizo prometer a su estudiante que haría la obra cuando él abandonara estos planos. Carlos Esteban comenzó a cumplir con su promesa hace diez años, con un montaje diferente, porque “Miguelángel no hubiera permitido que él lo imitara”.
Tales cosas pensábamos, mientras esperábamos que comenzara la función, cuando fuimos interrumpidos por la productora Sofía de la Cruz, quien, ofreció unas palabras de bienvenida.
El actor Joaquín Jarque recitó dos poemas breves de Miguelángel Suárez. Carlos Esteban Fonseca seleccionó el poema “Ayer fue abril”, porque en abril del año pasado se inauguró el café teatro Moneró, del cual es dueño junto con su esposa Sofía de la Cruz. El segundo poema fue “Pacto nuestro”.
En la función del domingo 30 de julio, a las seis de la tarde, el actor Junior Álvarez recitó ambos poemas.
“La noche que volvimos a ser gente” se publicó, originalmente, en la revista cultural El Urogallo (Madrid, abril-mayo de 1970). En 1971 fue reimpreso en la Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña (San Juan, Puerto Rico, julio-septiembre de 1971). Está publicado en la antología de cuentos del autor “La tercera llamada y otros relatos” (México: Leega, 1983).

El cuento no indica locación y está narrado en primera persona. El personaje informa lo que sucedió hace cuatro años, por lo que entendemos que la época real de la narración es entre 1969 y 1970. El hombre invita a quien escucha a tomar cervezas, lo cual tiene flexibilidad de espacio.
El cuento, de principio a fin, tiene todas las características de un parlamento largo o un monólogo teatral. Es tan hermoso, efectivo y convincente, que bastaría con que un buen actor se sentara a leerlo para tener éxito. En arroz y habichuelas, no se necesita adaptación.
Pero los montajes se enriquecen con la creatividad de un director, y, en tal sentido, las posibilidades de una puesta en escena son infinitas. En este caso, la responsabilidad de la dirección cayó en las manos de Carlos Miranda, la cual se mantiene con licencia poética desde hace 10 años.
El espacio escénico sugería un bar, con vellonera vintage y barra. El montaje añadió canciones, posiblemente seleccionadas entre el actor y el director, y fueron un acierto. Los cantantes eran glorias puertorriqueños, de la misma manera las composiciones.
Recordamos el boom de “Soñando con Puerto Rico” de Bobby Capó, exitazo del conjunto Apollo Sound de Roberto Roena, con el cantante Piro Mantilla, en 1970. Por la razón que explica su título, “Soñando con Puerto Rico” fue la canción protagonista. Tuvieron presencia las voces de los inmortales Maelo Rivera, Gilberto Monroig y Daniel Santos.
“La noche que volvimos a ser gente”, destaca a un puertorriqueño residente en Nueva York, en 1965, quien, en medio de su trabajo en una fábrica de radios en Brooklyn recibe, a través de Trompoloco, un amigo muy particular, la noticia de que su esposa está a punto de dar a luz a su primer hijo.
Foreman, jefe judío-buena gente, le da permiso para irse. Cuando Trompoloco y el protagonista están en el subway camino al Barrio, los sorprende el famoso apagón. El tren lleno de gente queda atrapado entre dos estaciones. Las personas tienen que caminar en la oscuridad hasta salir a la superficie, y desde ahí, caminar.

Cuando nuestro héroe llega a su casa en el Barrio, sube corriendo las escaleras. La casa está llena de velas y de mujeres: el varoncito que tanto deseaba ya nació. Mientras disfruta, con éxtasis que trata de disimular, su dicha, escucha una música que viene desde la azotea del edificio.
Al subir a la azotea, el recién estrenado papá se encuentra con un grupo de vecinos puertorriqueños que están celebrando, con música en vivo. A través de la vecina doña Lula, que le indica que mire hacia el cielo, nuestro hombre se entera que el grupo celebra las estrellas que, por vivir mirando a nivel de los ojos en una ciudad de rascacielos y bombillas, habían olvidado mirar, y brillan en el cielo tal como brillan en Puerto Rico al mismo nivel de todas las miradas. Entonces, se da cuenta que otras azoteas celebran, por las mismas razones, de la misma manera, y vuelven a ser gente en intención y acción.
¡Esplendoroso!
Este era nuestro primer encuentro con la versión de Carlos Esteban Fonseca dirigido por Carlos Miranda. El montaje, fue sencillo, a manera de una historia que podemos escuchar con la naturalidad de la narración de un amigo. Carlos Esteban se desplazaba en escena con la frescura de un realismo que domina, y con respeto al autor. Le creímos.
El concepto conservador y sencillo, funcionó y encantó. Confesamos que nos hubiera encantado que el actor, quien es un excelente cantante, interpretara, en vivo, al menos una canción completa. De la misma manera, hubiéramos deseado interacción más cercana, pero no hizo falta.

Después de inclinarse ante una casa llena que le aplaudía de pie, Carlos Esteban Fonseca recibió al cónsul de México en Puerto Rico, honorable Juan Manuel Calderón Jaimes, en el escenario.
“Nos sentimos orgullosos de la parte mexicana de este gran intelectual y literato, a quien en el día de hoy recordamos y celebramos a través de esta significativa puesta en escena, y de quienes han decidido seguir difundiendo su obra y mensaje”, fueron las palabras iniciales del cónsul, que culminaron con la entrega de un reconocimiento al actor.
Teníamos muchos sentimientos encontrados y todos eran sublimes. Saciamos nuestra conversación de recuerdos dorados mientras disfrutábamos de la exposición que los productores colocaron en la entrada del Moneró: Recortes de periódicos y fotos de Miguelángel Suárez, Abelardo Ceide, presentaciones en La Tea, un banquete.
Felicitamos a todo el equipo: Quique Benet (diseño de luces); Benito de Jesús (musicalizador); Aníbal Rubio (regidor de escena); Magdaly Cruz (utilería e instalación); Brenda López de Victoria (asistente de producción); Sylvia de León (relaciones públicas).
Abrazamos, muy especialmente, a la productora Sofía de la Cruz, por ser una magnífica anfitriona que no pierde un solo detalle.
Cerraremos al comentar que esta puesta en escena de “La noche que volvimos a ser gente” de José Luis González, no debe dejar de presentarse. Esperamos que, si no cambia de idea y no la vuelve a presentar, Fonseca siga las huellas de su mentor, y pase el batón a un joven actor, como él, ávido de noches estrelladas borincanas.
Datos interesantes y un comentario pertinente –
El 9 de noviembre de 1965 un gran apagón afectó por 13 horas a ocho estados de la Costa Este norteamericana. Dos días más tarde, el 11 de noviembre, se registró un segundo fallo en Attica, Nueva York.
El 13 de julio de 1977, una pérdida de energía afectó al área metropolitana de Nueva York, durante veinticinco horas.
El 11 de agosto de 1996, un apagón afectó a nueve estados de la Costa Oeste y algunas zonas de México, durante diez horas.
El 14 de agosto de 2003, un apagón afectó a las capitales del noroeste de los Estados Unidos y el este de Canadá. El suministro eléctrico no se restableció completamente hasta el lunes 18 de agosto.
La madrugada del 14 de julio de 2019, Nueva York volvió a sumirse en la oscuridad, durante cuatro horas.
El inventario de apagones en nuestro archipiélago, El gran Puerto Rico, rompe todos los esquemas. Los puertorriqueños tenemos que mirar bien las estrellas, formar la rumba y decidir lo que vamos a hacer. Tal vez, y “según nuestra pobre manera de entender las cosas”, volveremos a ser gente, nuevamente.