Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Fue para fines de la década de 1990, cuando, junto con Jorge Pérez Renta y José Luis Ramos Escobar, escribíamos la telenovela de WIPR (“Cuando despierta el amor”), y, entre asunto y asunto, conversábamos sobre distintos temas. “Somos escribidores”, nos decía José Luis, mientras nos enseñaba a buscar los nombres de los personajes en las esquelas y noticias del periódico.
Conocíamos a Ramos Escobar desde los tiempos universitarios, antes de que se convirtiera en el dramaturgo, director y académico que es. Siempre lo admiramos.
Para el año que escribíamos la telenovela, Teatro del Sesenta produjo su obra “Puertorriqueños”, y recuerdo cuánto celebramos al compañero, en una reunión, después de haber ido a ver la producción el día anterior.
Fue también para entonces, que José Luis tuvo que viajar a España con motivo de una de las presentaciones de “El olor del popcorn”. Dos o tres años antes, habíamos conversado mucho sobre el estreno mundial de esa pieza con el director Mario Colón, y hemos retomado la conversación muchas veces.
Colón nos había contado que tenía con su mentor, José Luis Ramos Escobar, un envidiable intercambio de ideas, y que el profesor escuchaba con mucha seriedad todo cuanto él tuviera que decir. Además, Ramos Escobar no se negaba a experimentar. Nos confesó Mario, que su maestro estaba muy claro con sus intenciones, y que la ruta de la obra no podía ser mejor que aquella que estaba en el libreto, algo que, con los años entendió con profundo convencimiento y agradecimiento.
Por supuesto, nosotros habíamos leído el texto. La obra estrenó en 1993, como parte del Ciclo de Jornadas Internacionales del Festival Nacional de Teatro, en Caracas, Venezuela. Ese mismo año, recibió un premio de Dramaturgia Nacional en Puerto Rico, y estrenó en San Juan.
Con el montaje de Mario Colón, “El olor del popcorn” subió a escena en Costa Rica, Miami y Canarias (1994), México (1995), Santiago de Compostela, Pontevedra y Lugo, España (1996), Alicante y Murcia, España (1997), Santo Domingo (1997), Washington DC (1998), Festival de Teatro Luis Torres Nadal en Ponce, Puerto Rico (2002); Kansas (2003); León; Cádiz; y Madrid, España (2003). Ese mismo año, y dado que la obra tiene escenas de teatro clásico, se presentó en el prestigioso Festival de Almagro, en España.
En 1998, un montaje dirigido por Edgar Soberón se presentó en Panamá. A la vez se presentaron versiones en inglés en Adelaida, Australia, y en la Universidad de Wisconsin-Milwaukee, Estados Unidos. En 2010, IATI Theatre y World Player’s Inc., llevó a escena el montaje dirigido por Jorge Merced, en Nueva York.
A pesar de que la obra ha sido ampliamente representada, nunca habíamos visto una puesta en escena. De modo que, cuando nos enteramos que “El olor del popcorn” cerraría el 60mo Festival de Teatro Puertorriqueño, sentimos una emoción muy especial.
La emoción creció al enterarnos de que el Festival de Teatro Puertorriqueño y el Festival de Teatro Internacional vuelven a presentarse por separado.
Con esa alegría entramos en el Teatro Francisco Arriví, el domingo 2 de junio, a ver la última función de “El olor del popcorn”, dirigido por Gustavo Ramos Perales para Teatro Público, Inc.
No había telón. Baños de luz blanca encima de los bastidores a ambos lados del escenario, separados por un amplio espacio vacío, servían de pre set. Un telón transparente que imitaba una cortina guardaba los esqueletos de unas formas que podían sugerir edificios. El amplio espacio vacío dividía el planeta visual en dos. Nos invadieron muchas preguntas.
La acción real comenzó cuando la dueña de aquel espacio recitó un parlamento de Desdémona, de “Otelo” de William Shakespeare. Entonces, el telón transparente se dio a la huida.
Entraron los bastidores que faltaban en el medio para completar el pequeño apartamento de estudiante en Río Piedras que sugiere el libreto. Los espacios vacíos que se mostraban entre bastidor y bastidor, sugerían la inseguridad de una vivienda en el ambiente de fantasmas ríopedrenses, a la vez que indica vulnerabilidad interior.
El cambio fue efectivamente hermoso, y la escenografía de José Manuel Díaz, de la misma manera, estética, cumplía su misión de dejarnos saber la condición del personaje. Sin embargo, la amplitud del amplio espacio no mermó, al contrario: multiplicó las dimensiones del pequeño apartamento que se requiere en el libreto. Pensamos que el director tenía su propia versión.
La obra se basa en una experiencia real de Heysha Rivera, a quien conocimos, cuando estudiaba en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. El incidente fue difundido en los medios. La historia es teatralmente fascinante.
Un caco (Gregory) entra a robar en el apartamento donde vive una estudiante de teatro universitaria (Fabiola). El chico está armando con un cuchillo. Para evitar alguna situación criminal, peor que un atraco, la chica recurre a sus dotes de actriz, y envuelve al muchacho en juegos donde ambos interpretan distintas situaciones. Señores, no es ficción, eso pasó.
Harold Pinter (y otros a su imagen y semejanza) hubiera dado la vida por poder traer al estrado la prueba contundente e irrefutable de que su obra “El amante” no fue producto de su creatividad filosófica existencial. José Luis Ramos Escobar se vio cara a cara con una situación sensacional, que supo aprovechar, en el más amplio sentido de la palabra, y lo hizo con genialidad.
La obra, que tiene momentos de manifestaciones muy violentas, está escrita para ser interpretada por una actriz y un actor. La versión del director Ramos Perales que vimos en el Francisco Arriví, le otorga el personaje masculino a una actriz. Lo cual, además de ser interesante, es vigente y funciona.
El montaje del talentoso Gustavo Ramos Perales, hijo del autor, a quien hemos aplaudido como cineasta y tiene en su trayectoria experiencia teatral, tuvo, con este trabajo, hermosos momentos visuales acertados, y hermosos momentos profundos desacertados. De la misma manera, la iluminación, que tuvo aciertos de encanto, mantuvo en muchos momentos a los actores fuera de luz.
Por momentos, los personajes parecían divertirse con juegos que invocaban al dios Genet, lo cual pudo ser interesante, de haber estado más definido. No logramos entender el apagón con el chasquido del movimiento para colocar la cama en el centro y dar paso a la muerte de Desdémona, ni el porqué de la pistola, la cual no requiere el libreto, sobretodo el final, cuando Gregory le entrega a Fabiola.
Entendemos que las dos jóvenes actrices, Mariangelie Vélez (Georgy) y Katriana Vélez (Fabiola), son dueñas de buenas presencias y adiestradas voces. De la misma manera, lograron con sus empeños rayitos de luz. Los personajes estaban definidos, pero no estaban culminados.
Los parlamentos de Desdémona, uno de los personajes más difíciles y poco comprendidos del teatro de Shakespeare, urgían estudio y profundidad.
Abrazamos el esfuerzo y reconocemos el don. Desde nuestro punto de vista, el montaje de Gustavo Ramos Perales de “El olor del popcorn”, debe culminar la definición de intención, y tiene un muy buen equipo de trabajo para lograrlo.
Completan el equipo José Manuel Díaz (diseñador de escenografía); Angelina Rodríguez (diseñadora de iluminación); Cristina Sesto (utilería y ambientación); Brianna Rivera (asistente de utilería); Solimar Torregrosa (maquillaje y peinado); Desireé Cruz (diseño de vestuario); Juan Carlos Rivera (realización de la escenografía); Ricardo Cabán (regidor); Wendel Agosto (director técnico); Manotéknica LLC (equipo técnico); Javier Iván, Ricardo Alcaraz, Desireé Cruz, Raquel Vázquez (fotografía); Desireé Cruz, Gabriela Saker (diseño de redes sociales); Raquel Vázquez (diseño gráfico); Raquel Vázquez, Desireé Cruz (vídeo); Wilda Santamaría (relaciones públicas); Jeliannys Michelle (directora de producción); Gabriela Saker (directora artística); Raquel Vázquez (directora ejecutiva).
Colocamos laureles en las frentes de los profesionales que integran Teatro Público, Inc., por poner en escena al teatro puertorriqueño, con entrega, seriedad y responsabilidad.
Coronamos de laurales a los profesionales de la Oficina del Programa de Teatro del Instituto de Cultura Puertorriqueña, por dar el máximo con lo mínimo y jamás claudicar.
Coronamos de laureles la separación de los programas de música y teatro, reyes de su propio imperio.
Felicitamos, con laureles, a Marcos Carlos Cintrón, director saliente del (saliente) programa de Artes Escénico-Musicales por un trabajo bien hecho. Le damos la bienvenida, con laureles, al entrante director del Programa de Teatro, Ismanuel Rodríguez y agradecemos su intención de regresar el concurso de dramaturgia nacional donde tiene que estar.
¡Qué viva el teatro puertorriqueño!
Dedicatoria del autor en el libro ‘El olor a popcorn’ –
A Heysha Rivera, quien vivió el incidente original con valentía.
A Jackeline Duprey, quien le dio a Fabiola toda su terrible ternura y su dureza más amorosa.
A Luisa de los Ríos y Yamaris Latorre que hicieron el relevo teatral con maestría.
A Marcos Garay y Julio Ramos, mis pillos preferidos y
A Mario Colón, mago de la dirección. que hizo que el popcorn tuviera un olor inolvidable.