Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Sería en algún momento, entre 1959 y 1960, cuando el abuelo paterno nos llevó al cine Metro de Santurce a ver la película “Fantasía” de Walt Disney. El impacto recibido por Mickey, las escobas, los faunos y las elefantas en tutú, fue más allá de las sensacionales animaciones.
La profundidad nos animó a demandarles a nuestros padres los discos de “El Aprendiz de Brujo” de Paul Dukas, “La Pastoral” de Ludwig van Beethoven y “La danza de las horas” de la ópera “La Gioconda” de Amilcare Ponchielli. ¡Aprendimos esas selecciones de memoria!

Tal vez fue la razón por la cual, cuando se acabó la función que vimos de “Olivia y la Cámara Sinfónica”, en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, no podíamos parar de llorar.
“¡Ningún niño va a olvidar esto!”, balbuceábamos entre el lagrimeo.
Desde hora y media antes de ese final, cuando entramos en la sala invadida por luces en patrones de colores insistentes, ya sentíamos que algo hermoso se iba a dar. Pero nos quedamos cortos en la expectativa.
Detrás del telón estaban los instrumentos en su conversación de afinación de rigor, momento que idolatramos cuando hay orquesta en vivo. De repente, los sonidos cesaron, sin avisar.
La obra, que comenzó en total silencio, destrozó la barrera de las formulitas y patroncitos recetados para el éxito por “conocedores”. Un calderón, encima de aquel silencio logró envolver, sorprendentemente, a los niños. Esa travesía estuvo poseída por, lo que nos atojamos decir, fue un tributo a Charlie Chaplin ejecutado por Brayito Lebrón, en total dominio de Hermes, un personaje embrujador.
Al subir el telón, y ver las siluetas de los músicos en la penumbra, el homenaje a la película “Fantasía” de Walt Disney se hizo evidente en nuestro más poderoso afán. Cuando la flauta hizo el comentario inicial de la orquesta, tuvimos el antojo de establecer un paralelo con el apasionante solo de fagot que inicia “La consagración de la primavera” de Igor Stravinsky. ¡Y vimos al compositor ruso sonreír!

delineado por Entonces, uno por uno, los dioses que descubrimos en aquella niñez tomada de la mano por nuestro abuelo paterno, en el cine Metro, sonrieron: Leonard Bernstein, George Gershwin, Richard Wagner, Paul Dukas, Piotr Ilich Chaikovski, Johann Sebastian Bach, Amilcare Ponchielli, Ludwig van Beethoven, y tantos otros apoyados por los más recientes: Lin-Manuel Miranda, Germaine Franco, Bela Bartok, Alan Menken, Hans Zimmer, James Newton Howard, Jerry Goldsmith, John Powell…
¡Una línea infinita en la vanguardia de genios sonreídos, en complicidad, hicieron reverencia a Cucco Peña, compositor y director musical!
La historia de este musical presenta elementos de ilusión, pero el asunto está cerca de la sociedad contemporánea real. Olivia (Kala Elena), y Mateo (Jacnier), son dos hermanos que encuentran un edificio abandonado que alberga lo que fue una vez El Gran Teatro. Descubren en el interior la magia de una orquesta (Orquesta Filarmónica de Puerto Rico) que perdió su director.
Son dos hermanos con personalidades muy diferentes, Mateo es tecnológico y a Olivia le encanta indagar en el alrededor natural. En la aventura dentro del teatro, los chicos hacen nuevos amigos. Las autoridades tienen toda la intención de derrumbar el edificio, que entienden como estorbo público. A través de la unión en el objetivo, y los talentos de todos, lo cual incluye la tecnología, Olivia toma el lugar del director perdido, y logran salvar el edificio.

Si pensaron que se trata de una tesis de “todo tiempo pasado fue mejor”, y en contra de la tecnología, se equivocaron. Los realizadores del concepto abrazan la época que enfrentamos.
El dramaturgo (Ricardo André Lugo) arma el todo de ese universo, con talento inteligente. Los personajes están bien pensados y delineados. Lanzan información constante a través del diálogo, y todos podemos entender.
Lo anterior está representado con creatividad y sofisticada estética. La escenografía, diseño del director y creador del concepto (Miguel Rosa López), que descansa casi todo el tiempo en vídeos y efectos de luz, es bellísima.
La palabra música, construida en letras gigantes, hace su entrada desde el foso hasta ocupar el primer plano frente al telón. Las letras se convierten en chorreras y tarimas que forman niveles.
Aunque el nombre del diseñador de luces no aparece en el programa, y lo aplaudimos por lo más, le recomendamos un poco más de intensidad, en el foso del escenario, en los momentos donde el ensamble ejecuta rutinas, o definir más la intención.

Los actores y cantantes lucían seguros y divertidos en sus roles.
Kala Elena, joven de 14 años, apostó sus innegables talentos de actriz, cantante y bailarina, a favor de Olivia y ganaron las dos. ¡Muy bien!
Jacnier, joven de sorprendente trayectoria profesional, brilló en el escenario con sus polifacéticos talentos, a las riendas de su simpático y real tecnológico Mateo, personaje con quienes muchos jóvenes se pueden identificar.
El trío denominado como Les Artistes, compuesto por Luz Marina (Claribelle), Amanda Rivera (Luna) y Christian Laguna (Horacio), abordó sus intervenciones con convicción. En cada participación musical mostraron cuidado en el fraseo, mientras extendieron una suspicaz hilera de canto redonda, expresiva y articulada. Les Artistes delinearon con celo efusivo cada intervención.
El ensamble, o cuerpo de baile, estuvo diligentemente capitaneado por la coreógrafa Solimar Arzola. Aplaudimos los desplazamientos y progresiones de los bailarines Nayaret Candelario, Ricardo Laboy, Sergio Ríos, Allison Rodríguez, Nicole Gómez, Milca Álamo y Franklyn Fuentes.

De la misma manera, aplaudimos la efectividad y belleza del vestuario de Wanda Marrero Cartagena, y el maquillaje y peluquería de Ricky Diadoné.
Coronamos de laureles al compositor y director de orquesta, Cucco Peña, por el brillo y la precisión de su batuta, la cual generó pulcras prestaciones instrumentales, desde el solo de flauta al principio hasta el encantador final, brillante ejecución de una obra agraciada, majestuosa y acertada.
Coronamos de laureles al concertino Fermín Segarra, para que les extiendas la corona a los 50 componentes de la Orquesta Filarmónica de Puerto Rico (lamentamos no tener sus nombres), porque, juntos, tejieron la sonoridad que dio vida a un despliegue de tintes, dignos de la más bulliciosa ovación.
Coronamos de laureles al director y creador del concepto, Miguel Rosa López, artista de muchos mundos, por escoger el riesgo, de la misma manera que impera escoger la vida, como niño en un juego que puede salvar la humanidad, y plasmar su intención en una puesta en escena de tiempos, ritmos y mil cosas más.
Completan el equipo, Nutty Marie Serrano / NuttyMar Photography (fotografías); Militza Arzola López (coreógrafa asistente); Jose Cutito Baez (asistente de iluminación); Milton M Cordero (proyecciones); Rubén Ortega (utilería); IR Sound (sonido); Elomar Morales (regidor de escena); Emmanuel Piñero (realización de escenografía); Frankie R. Del Valle y Pulpo Creativo (Production Management).

Advertimos a la producción más atención al sonido, ya que, en uno que otro momento, la orquesta opacaba a los cantantes. ¡Bravo en todo lo demás!
“Olivia y la Cámara Sinfónica”, que estuvo en cartelera en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, entre el 29 de marzo al 12 de abril, 2023, fue una producción de Víctor Maldonado para la Fundación Arturo Somohano.
La puesta en escena contó con el auspicio del Fondo Flamboyán para las Artes y el Departamento de Educación brindó su endoso.
La Fundación Arturo Somohano, que ha producido musicales como “Mamma Mia!” y “On Your Feet!”, informó, a través de distintos medios, que este es el primer proyecto teatral de la iniciativa “Había una vez una orquesta”, con la cual la organización desea impulsar la educación musical de la niñez y la juventud. ¡Adelante!