Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
A tan solo días de la última función de “West Side Story” en la sala Antonio Paoli del Centro de Bellas Artes de Santurce, no entraremos en lo que grita alrededor, hasta cuando el silencio impera. “West Side Story” es uno de los mejores musicales del siglo 20, y una de las genialidades del compositor Leonard Bernstein.
Lo diremos de otra manera, porque lo queremos enfatizar: Lo mejor de este musical, muy efectivamente basado en una muy buena obra de William Shakespeare (con la modificación final a favor de la vida de la mujer), que se manifiesta sobre la estupidez de los conflictos y la violencia, es la sofisticada música de Leonard Bernstein. Y no nos interesa debatir.
Tampoco, dicho sea de paso, nos interesa debatir sobre lo que nos representa o no a los puertorriqueños, en esta obra de arte, sobre todo a los puertorriqueños que no capitanearon por las truculentas aguas de las décadas de 1950 y 1960, allá, acá y acullá.

Cuando estrenó la película de Steven Spielberg, en 2021, manifestamos lo siguiente, en la reseña que aparece en los archivos de la Fundación Nacional para la Cultura Popular: “El comentario de una película, o una obra de teatro, en fin, cualquier obra de arte, no tiene que ser abarcador. Tampoco se trata de verdades para libros o conferencias de historias, lo cual también tiene distintos puntos de vista”.
También comentamos: “Por supuesto… nosotros sabemos que los puertorriqueños que vivían en el “Upper West Side” de Nueva York, no se maquillaban con “dark egiptian” y sabemos que algunos eran rubios de ojos claros”.
Continuamos: “Pero también sabemos que no todos los puertorriqueños hablaban inglés como neoyorquinos, que crearon el dialecto nuyorrican que surgió por la inmigración (Por cierto, ese dialecto de “rufo” y “marqueta”, que no se asoma por ninguna de las dos películas. Añadimos: Tampoco se asoma en la versión teatral que corre en estos momentos en el Centro de Bellas Artes de Santurce)”. No hemos cambiado de opinión.
Ha dicho la Dra. Rosalina Perales, crítica de literatura teatral: “Lo que se ve en el escenario funciona o no funciona, eso es primordial”. Amparados por la premisa de la experta, entendemos que “West Side Story”, producción de Ender Vega para BAS Entertainment, con coreografía y dirección de Marcos Santana, cuya última función será el sábado 25 de febrero, en la sala Antonio Paoli del Centro de Bellas Artes de Santurce, ¡¡¡FUNCIONA!!!
La versión del coreógrafo y director, entiéndase el principio y el final en Puerto Rico, además del montaje de “Somewhere” con el personaje Anybodys como centro, ni sumó ni restó.
Lo que Santana aportó, con luces de neón, su extraordinario talento como coreógrafo y director, creador de un montaje complejo a la altura de la música, de ritmo envidiable, inteligente en el uso de las áreas y el tráfico escénico: Estético en palabras mayúsculas.
Entre los aciertos del recuerdo, destacamos: los parlamentos que tradujo al español, el haber mantenido del libreto original la canción “América” en las voces de las chicas puertorriqueñas, la secuencia del baile en la cancha, el debate entre Anita y María en la canción “A Boy Like That”, el homenaje que le hizo a la primera película al usar las vueltas de María como transición a la escena del baile, y, en verdad que, muchas momentos más.

Las dimensiones de la escenografía (José Manuel Díaz), las luces (Mextly Couzin) y el vestuario (Alba Kercadó), irradiaron emociones de constelaciones estelares. La armonía dramática en la selección de colores fue sensacional. Los peinados y el maquillaje (Bryan Villarini) fueron elementos acertados.
Todas las actuaciones e interpretaciones musicales corrieron sin errores en la función que vimos.
En nuestro memoria, sobresalieron Kedward Avilés, como un romántico Tony de voces mixtas, ¡bellísimo!; Amanda Rivera como una determinada y valiente María, con su mucho más que dulce voz; Braulio Castillo con su inglés de privilegio y su creación absoluta del arrogante y prejuiciado agente Schrank; Axel Serrant con su simpático, chispeante y arriesgado moderador del baile Gladhand; Luz Marina Cardona con su voz, grande y sobresaliente, en el rol de Rosalía. Para ellos son nuestros laureles de oro.
Aplaudimos con vítores las interpretaciones de Ana Isabelle (Anita); Sebastián Serra (Bernardo); Eric Yamil Cruz (Chino); Luis Obed Velázquez (Riff); Milca Álamo (Anybodys); Julio Enrique Court (Doc); Jesús Sánchez Rodríguez (Krupke). Alba Kercadó cumplió con su rol de María adulta al principio y al final.
Las gangas se desempañaron excelentes y coordinadas. Bravo por los “Puerto Rican Sharks”: Sergio Ríos (Luis), Josué Torres Ortiz (Indio), David Josué Villarreal (Federico), Héctor Maisonet (Pepe), Herbert Mejía (Moose), Nayaret Candelaria (Teresita), Sonya Hernández (Margarita), Catherine Mercado (Francisca) y Tanairí Vázquez (Consuelo).

Bravo también por los “American Jets”: Franklyn Fuentes (Big Deal), Ignacio Torres (Baby John), Ricardo Laboy (A-Rab), Emmanuel López (Action), Ricardo Arribas (Diesel, Snow Boy), Solimar Arzola (Velma), Militza Arzola (Pauline) , Alessandra Casanova (Minnie), Edriz Rosa (Graziela), Alejandra Reyes (Clarice), Militza Arzola (Pauline).
Una estrella en la frente se apuntó el asesoramiento vocal de Michelle Brava.
Una vez más, el maestro Cucco Peña sacó su dios interior y lo colocó a la cabeza del imperio de una orquesta sensiblemente excelente, ejército defensor de la compleja música de Bernstein. ¡Qué vivan los músicos de Puerto Rico! Formaron la orquesta: Josíto Ruiz (trompeta); Jan Duclerc (trompeta); Rafy Torres (trombón); Juan Félix (trompa francesa); Harry Aponte (teclados); Robert López (bajo); Juan Carlos Vega (piano); David Marcano (batería); Raúl Rodríguez (percusión); Arnaldo Figueroa (violín); Angel Torres (saxofón, flauta); Leo Garay (saxofón, flauta); Rubén Ríos (saxofón, flauta); Juan Carlos Rodríguez (guitarra); Kevin de Jesús (click); Lito Peña (tramoyista).
Completan el equipo técnico, Miguel Rosa (regidor de escena); Jacnier Ríos (asistente de regiduría); Yaiza Figueroa (asistente del director); Franklyn Fuentes (asistente de coreografía); Ema Brutman (asistente de diseño de escenografía); Construcción de escenografía (Tarimas Lesmar); Manuel Da Silva (asistente de diseño de iluminación); Compañía de luces (Lighting Desing); Wanda Marrero, Paloma Gutiérrez, Ana Malavé (asistentes de vestuario); Rafael Ubior (sonidista); Ubi Sound (compañía de sonido); Greg Barreto (ambientación y utilería); Liz Marco (asistente de utilería y ambientación); Lourymar Merced (directora de peluquería); Ricardo Diadone, Luis E. Rodríguez, Gabriel Soto (maquillistas y peluqueros); Santiago Gil, Mathew Gil (artistas gráficos); Gabriela Maldonado, Bianca Vega (asistentes de producción); Griselia Cruz (contenido para redes sociales); Greicha Febus (adminstradora general); Lourdes Laboy (relaciones públicas); Arte (técnicos); Miguel Rosa (gerente de producción); Ender Vega para BAS Entertainment (producción).

Hemos visto, varias veces ambas adaptaciones de la famosa obra de Arthur Laurents, al cine. Fue la primera en 1961, adaptación del musical estrenado en el Winter Garden de Broadway, en 1957, dirigida por Jerome Robbins y Robert Wise, con la puertorriqueña Chita Rivera en el rol de Anita. La segunda fue la de Steven Spielberg, en 2021.
Pero, aunque sabemos que en Puerto Rico el musical se ha presentado en ocasiones anteriores, esta es la primera vez que podemos apreciarlo en un escenario teatral de la amplitud de la Sala Antonio Paoli.
Una obra de teatro, un musical, aunque sea material de excelencia, su montaje puede o no puede funcionar. Felicitamos a todos y cada uno de los integrantes, artistas y técnicos, de esta puesta en escena.
Felicitamos a los productores por los detalles en el camino que hicieron un éxito de este histórico estreno. La dedicatoria a nuestra Rita Moreno, la selección de un magnífico equipo de trabajo, la ruta de medios, la develación de un cuadro, la alfombra azul, fueron las hadas y los duendes hacia la viva y excelente experiencia teatral, que vibra en nuestros recuerdos con orgullo de pertenencia nacional.
¡Puerto Rico no tiene nada que envidiar!