Las madres se van en la víspera…

En momentos en que ha abandonado el plano terrenal, el recuerdo de la dramaturga, actriz y productora Myrna Casas late en esta crónica escrita por una de sus discípulas.
Myrna Casas en 1970 cuando se preparaba para ejercer como profesora en el Deartamento de Drama de la Universidad de Puerto Rico. (archivo Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

¡Las madres se van la víspera de los estrenos!

Hace 12 años, le cerré los ojos a mi adorada madre biológica, Alina Hernández, y partí hacia el Teatro Tapia donde me esperaba un ensayo general. Hace apenas unos días, en el mismo mes de la partida de mi madre biológica, mi madre teatral se me fue el día de un ensayo general… y me toca ser fuerte, otra vez.

Podría comenzar al decir que Myrna Casas Buzó, dramaturga, actriz, vestuarista, artista plástica, productora y académica puertorriqueña, nació el 2 de enero de 1934. Que fueron sus padres, don Sixto Casas y la doctora Carmen Buzó. Que adoraba los gatos, tenía 38 y los presentaba por nombres y costumbres. Después, haría el inventario de sus estudios, de sus logros, de los profesionales que formó… pero no lo haré. La ocasión merece que yo no esconda mis sentimientos, que haga un “revolú bien hecho” y desorganice todas las ideas, tal como hace la gente “normal” en el “mundo mundial”. Partiendo de la premisa anterior, compartiré con ustedes breves detalles de las crónicas de esta porción de existencia que me tocó con ella.

En 2008 Myrna posa para el lente sonriente ante el estreno de una de sus preciadas obras teatrales. (Foto suministrada)

Corría 1971, en el tiempo de las, entonces, interminables, pre matrículas en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. Sería mi segundo año en la UPR y el primer año en el Departamento de Drama. Los estudiantes “viejos” comentaban sobre la reintegración de Myrna Casas como profesora, después de haber completado sus estudios doctorales en Estados Unidos. Lo que decían sobre la maestra, que para entonces era una joven mujer de 37 años, se grabó tanto en mi vida que, sin haberla visto nunca, la adopté como mentora. En el acto, me matriculé en su clase de verano de Historia del Teatro.

El día de la primera clase de verano, llegué temprano. El salón era “el teatrito”, que queda antes de entrar al escenario del gran teatro. Me paré en la puerta de dos aguas que da hacia el pasillo lateral del exterior, rumbo a la entrada formal del teatro grande, para desde allí, adivinar quién era mientras la veía llegar. Cuando estaba pensando que la profesora podía subir, desde las oficinas en el sótano, por la escalera y que debía también, mirar hacia allá, vi, a lo lejos, en el exterior, una mujer muy alta, impresionante, de pelo corto, caminar hacia mi dirección. Su forma de vestir era muy sencilla, no estaba maquillada, y sonreía, como cualquier muchacha. Pero algo me decía que era Myrna Casas. Y no me equivoqué.

La profesora dictó una clase toda de memoria (fechas y chismes incluidos), y yo decidí que sería su mejor estudiante. Quería impresionarla. Y lo logré. Myrna, no solo fue mi mentora, llegó a ser una gran amiga con quien viajé en varias ocasiones a ver teatro en Nueva York. Fue la amiga con quien lloré mis histriónicas rabietas de decepciones amorosas. Ella fue cómplice de muchas carcajadas, confidente de íntimos secretos y madrina de mi boda con Ángel Domenech. Imposible fingir ante ella ser lo que no se era, porque veía la verdad en los campos de fuerza. Tampoco había necesidad, ella tenía esa preciada capacidad de no escandalizarse ante anda. Aceptaba la cruda, muchas veces, descarada, verdad de cada cual, libre todo juicio moral, lo cual se enfatiza con letras de platino cuando todas las personas que nos rodean son fuera de lo común y… con cierto grado de demencia…

Además de todos las clases de actuación, tomé con la profesora los cursos “Ibsen, Strindberg y Chejov” (1972); una clase que no dictaba todos los años: “De Pirandello a Genet” (1973); y “Teatro de vanguardia” (1975). Éramos pocos estudiantes en esos cursos tan importantes para las personas que se preparan como profesionales del teatro. El diálogo era la orden del día, porque la profesora no daba exámenes. Con mucha frecuencia abandonábamos el salón a la sombra de un árbol para hablar de Harold Pinter, de John Osborne, de Tristan Tzara, y de Jean Genet. Por el compromiso e interés de los compañeros que tomaban esos cursos, quienes llegaban preparados hasta la médula, el tiempo era muy divertido.

El 21 de junio de 2021 Myrna recibió un emotivo homenaje en el Teatro de la Universidad de Puerto Rico. (Foto Alina Marrero para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Myrna fue la directora de obras en las cuales participé como actriz: “Tric trac” de Isaac Chocrón en el Departamento de Drama, “Las Troyanas” de Eurípides, “Nuestra Natacha” de Alejandro Casona, “La casamentera” de Thornton Wilder, “Vive como quieras” de George S. Kaufman y Moss Hart, para Producciones Cisne; y “Círculo de sangre” de Joset Expósito para Nuevo Collage. También, fue la directora de obras en las cuales diseñé el vestuario: “La casamentera” de Thornton Wilder, “Mariana o el alba” de René Marqués, “La primavera de la Srta. Brodie”, adaptación al teatro de la novela de Muriel Spark por Jay Presson Allen.

Disfruté de incontables cenas y almuerzos en la casa de Jossie Pérez, fundadora, junto con Gilda Navarra y con Myrna, de Producciones Cisne. Compartimos muchas cenas y almuerzos en restaurantes exquisitos, en Puerto Rico y Estados Unidos, donde se le permitía a Myrna entrar en la cocina para seleccionar su comida.

Cuando Myrna se mudó de la casa de sus padres en Río Piedras, a un bellísimo apartamento en la calle Luna del Viejo San Juan, fue en el momento de los ensayos de “Mariana o el alba” de René Marqués, en 1982. Nos convertimos en adolescentes. Las charadas en su casa podían durar hasta la madrugada. Fue allí donde tuvimos la alegría de la compañía de Madeline Willemsen, antes de su adiós final.

En 1988 comenzamos a ensayar “El gran circo eucraniano”, con, solamente, el primer acto terminado. La obra se iría de gira por todos los municipios con la Productora Nacional. Ella había escrito para mí un personaje que le puso mi nombre, porque, en verdad, era yo. El segundo acto se escribió encima de los actores, mientras ensayábamos el primero. El éxito inicial del clásico más conocido y laureado de esta dramaturga se debió al montaje estrictamente pirandelliano. En nuestras conversaciones Myrna me reveló que su pasión por Pirandello comenzó cuando, como estudiante, tuvo un encuentro con la obra “Así es si os parece” de ese autor. “La obra planteaba todo lo que yo pensaba de la vida”, confesó Myrna. Para hacer el teatro de esta insigne dramaturga puertorriqueña se aconseja tener conocimiento exacto del primer teatro de Luiggi Pirandello y llevarlo al escenario desde ese punto de vista. Hacerlo de otra manera es llevar la cuestión a un sitio donde la cuestión se rebeló y ganó.

La obra “El Gran Circo Eucraniano” fue elogiada por The New York Tmes en ocasión de presentarse en la Gran Urbe. (archivo Fundación Nacional para la Cultura Popular)

En la presentación de uno de los libros de Myrna Casas, en la década de 1980, le comenté a don Francisco Arriví lo difícil que era para los actores interpretar las líneas (monosílabas) en el teatro de Myrna Casas y lo bien que las entendía el público. El respondió: “Es que Myrna demuestra en el diálogo de su teatro que el realismo es totalmente absurdo. Los actores luchan por interpretar las líneas que encuentran poco naturales, el público sabe más que los actores. En otras palabras, el absurdo es natural”.

“El gran circo eucraniano” corrió por todo el País, viajó al Festival Avanti de Miami y al Festival Latino de Joseph Papp en Nueva York, en verano de 1989. A las seis de la mañana, al otro día del estreno, Myrna llamó a mi habitación en el hotel. Nunca la escuché tan emocionada: “¡Alina, tienes que leer la crítica del New York Times! Alina, ¡el New York Times!” La crítica era sensacional. Lloré de felicidad con ella porque sabía lo mordaces que habían sido algunos críticos y teatreros con la obra. Myrna navegó contra la marea de muchos obstáculos. Su obra “Cristal roto en el tiempo”, fue censurada por las personas a su alrededor, solo porque la obra se desarrolla en un prostíbulo. ¡Cuántas conversaciones tuvimos sobre el tema! ¡Cuánto le dolió! Myrna Casas levantó su voz sin miedo en un momento donde la mujer era más atacada y censurada de lo que es hoy. Ella, entre otras como Victoria Espinosa y Piri Fernández, hicieron el camino a las dramaturgas que nos salimos de la línea del realismo para colorear. Fue duro y difícil para ellas en aquel momento. No es fácil para nosotras al sol de hoy.

Cuando llegué a la vida de Myrna, en 1971, entablé lazos con su amiga de toda la vida, Elsa Román, su hijo dilecto, Antonio García del Toro, y con otros hijos de aquel momento, que, tal vez, no han sido mencionados por ahí. Aquí, los que la cercanía de mi recuerdo engrandece: José Artemio Torres, Toni Fernández, Carmiña Bouet, Rocky Venegas, José Llompart, Ernesto Concepción, Ángel Domenech, William Rey Morales, Esther Mari, Pedro Norat, Fernando Luis Pérez, Magali Barreto, Provi Sein, Delvis Ortiz, Iván Marquez, Aleyda Morales, Maité Flores, Ángela Meyer, José Reymundí, Luz Minerva Rodríguez, Jorge Rodríguez, Armando Pardo, Xavier Paul, Joset Expósito, Letty Contreras, Manuel Padilla, Blanca Agrait, Luis Caballero, Genie Montalvo, Alex Vázquez, Yossie Marquez, Georgina Borri, Antonio Pantojas, Santiago García Ortega, Pablo Pizarro, Gilda Haddock, Vicente Castro, Myraida Chavez, Rafael Cruzado, José Martínez, Sylvia Gómez, Vanessa Ortiz, Charito Fraticelli, Pedro Juan Figueroa, Heberto Ferrer, Luis Pereira, Cielo Paoli, Albert Rodríguez, Mario Paoli, Edgar Quiles, Carlitos Rivera, Emineh de Lourdes, Glenn Zayas, Angel Domenech hijo, Jorge Miguel Freytes, y Adriana Pantoja… disculpen hermanos queridos, si el corazón hace trizas mi memoria. No importa lo que nadie diga, ustedes están el corazón de Myrna.

Myrna comparte con dos de sus amadas discípulas – Adriana Pantoja y Alina Marrero – en una edición de 2015 del programa “Artefusión”. (Foto Cuarzo Blanco)

Entre tantos recuerdos que se pelean por protagonizar mi crónica, sobresale aquel día, de 1976, en el que le habló a unos niños de escuela elemental que esperaban por una función en el teatrito del Departamento de Drama. Los niños estaban desatados cuando Myrna, desde el escenario, les habló con el mismo tono que se usa para dirigirse a los adultos. No subió el volumen de la voz, no los regañó, y logró que todos hicieran silencio para escucharla. No pude evitar comentarle lo impresionada que yo estaba. Ella me respondió: “Cuando yo era niña, detestaba el tono que usaban los adultos cuando me hablaban, creía que ellos pensaban que yo era tonta. Me dije a mí misma que, cuando creciera, nunca iba a hablarle a un niño, ni a nadie, de esa manera”.

Después del huracán María, en 2017, Myrna deseaba hacer teatro en la calle, para mostrar solidaridad y llevar alegría a las personas que atravesábamos una caótica situación, la cual se complicó en los siguientes años. Nos reunimos en su casa, Rocky Venegas, José Llompart, Georgie Borri, Adriana Pantoja, y esta quien escribe, para presentar “Los turnos”, en la salida de la estación Sagrado Corazón del tren urbano. No llegamos a hacer esa representación, porque Myrna tuvo un percance de salud. Pero, después de eso, revivimos nuestra comunicación con más intensidad que antes. Hablábamos con frecuencia, cuando la visitaba, le llevaba dulces de rosas y baklavas para que compartiera esas delicias turcas con su vecina y comadre, Carmen.

Para la celebración del centenario de Victoria Espinosa, el 26 de marzo, que celebró el Colegio de Actores de Puerto Rico, la visité en su casa junto con Ángel Domenech y Ángel Semidey para grabar una entrevista que pasamos el día de la fiesta en el Ateneo Puertorriqueño. La entrevista es un documento del proceso de montaje de “Así que pasen cinco años”, estreno mundial en Puerto Rico, donde Myrna participó como actriz, dirigido por Espinosa. Después de ese momento, la profesora tuvo unas cuantas recaídas, hasta que, desde el 9 de noviembre en horas de la mañana, ya no la veremos más.

¡Las madres se van la víspera de los estrenos!

Hace 12 años, le cerré los ojos a mi adorada madre biológica, Alina Hernández, y partí hacia el Teatro Tapia donde me esperaba un ensayo general. Hace apenas unos días, en el mismo mes de la partida de mi madre biológica, mi madre teatral se me fue, el día de un ensayo general. Cuando pienso en eso, vibro de emoción porque ambas retaron mis fuerzas al límite del amor. A ambas les debo seguir hacia delante contra la adversidad del dolor. A ambas pude despedirlas desde un escenario. A ambas les debo que esa victoria sea trascendental y que las lágrimas, que no voy a hacer el esfuerzo de evitar, sean de felicidad.

(La Fundación Nacional para la Cultura Popular guarda una buena biografía de Myrna Casas. Pueden visitarla)

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