Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
El entusiasmo del público en Puerto Rico por ir al teatro, taconea en niveles de fiesta. Ese sentir nos atrapó cuando fuimos a ver “La guagua aérea” el sábado en la noche, al Centro de Bellas Artes de Santurce. En el estacionamiento, las personas, deseosas por llegar (a hora y media antes de que comenzara la reunión), se precipitaban a salir de los vehículos, sonrisas en rostros, y saludaban con mucha familiaridad. “¿Van pa’ la guagua?”, nos preguntó una dama, que nos pasó, casi corriendo, por el lado. Otra dama que caminaba en sentido contrario, nos dijo”: “No se olviden del boleto de estacionamiento que dejé el mío en el carro”.
El vestíbulo del Centro de Bellas Artes estaba repleto y en las mismas. Las dos producciones que se presentaban esa noche, estaban llenas. Entramos a la Sala Antonio Paoli y el festejo no tenía intención de ceder. Entre el público, identificamos personas vestidas para viajar como se hacía en 1960, cuando las mujeres iban al salón de belleza, se ponían sombreros y guantes, y los hombres usaban chaqueta. Abrieron la sala, y la fiesta se encendió. No había telón, así que la escenografía era totalmente visible. Se trataba del sencillo vestíbulo del aeropuerto Luis Muñoz Marín, cuando era Aeropuerto Internacional en 1960, en el terminal de Trans Caribbean Airways, o “la tranca”, como conocimos a la extinta línea aérea. Lo que entendíamos como la pared de fondo (en realidad eran dos plataformas), estaba divida en dos, la parte de abajo era el terminal, la parte de arriba, una pantalla donde se proyectaban escenas de la película de 1993 y anuncios comerciales. La euforia del público no daba señales de disminuir.

Las tres llamadas de rigor que anuncian el comienzo de una obra, se dieron en las voces de los personajes. De esta manera nos enteramos que el vuelo 1403 aterrizaría en el aeropuerto La Guardia en la ciudad de Nueva York.
Después de la tercera llamada, el director de la compañía Gíbaro de Puerto Rico y productor de “La guagua aérea, el musical”, Eric M. González, se dirigió al público. Después de ofrecer sus palabras de bienvenida, presentó a Luis Molina Casanova, cineasta y realizador de la película “La guagua aérea” (1993). La ocasión celebraba el cincuentenario de Gíbaro y los 30 años del estreno de la película puertorriqueña más exitosa hasta estos momentos.
Molina compartió que habían llegado en un vuelo desde Nueva York, específicamente para ver la obra, 372 puertorriqueños. Informó, además, que se encontraban presentes delegaciones de puertorriqueños residentes en Florida y en Idaho.
Para cerrar sus palabras, el cineasta, muy conmovido, recordó al primer actor José Luis “Chavito” Marrero, protagonista de su película y pidió un aplauso para todos los actores de “La guagua aérea” que ya no están. Entonces, como si hubiera sido ayer, recordamos el día en que Chavito, en 1993, junto con su esposa Mercedes Sicardo, salieron de su casa totalmente vestidos de 1960, para el estreno de la película que se hizo dentro del avión, rumbo a Nueva York.

Como sabemos, “La guagua aérea, el musical” toma prestada la historia del cineasta Molina Casanova, quien se inspiró a su vez en el libro de Luis Rafael Sánchez, escritor nacional. La historia explora a los puertorriqueños que, al empezar la década de 1960, se mudaban a la ciudad de Nueva York, a buscar horizontes, por la falta de oportunidades en Puerto Rico. ¿Les suena lejano el asunto? A través de las situaciones individuales de los personajes, entramos en el mundo de sueños y esperanzas de cada cual. Estos sueños no son amputados por Sánchez en su discurso, pese a lo que sea la realidad.
Comenzó la obra. Se abrió el terminal, los personajes comenzaron a entrar. La canción “La tranca” arrancó una travesía, entre la música y las escenas, que revelaban personas diversas dispuestas a tomar el vuelo de la madrugada, el más económico de Trans Caribbean Airways, a la Gran Urbe. Esta apertura sinfónica, construida alrededor de la canción de Rafael Alemán, resultó un presagio de lo que serían el resto de las canciones, algunas originales, en los arreglos de Aidita Encarnación. Armonía, y elegancia (aun dentro de los números más sabrosos), fueron reinas y señoras del musical. No hubo estridencia ni gritería. La puesta en escena no tuvo prisa.
Cuando todos los personajes estaban establecidos, y nosotros convencidos de que el tiempo y espacio pertenecían al 20 de diciembre de 1960, la escenografía sacó las garras. Ante nosotros, sin pena ni compasión, se develó un novedoso, y rebuscado, montaje, excelentemente logrado, como el astro de un sistema solar. Al ver las escenas que combinaban el tiempo y espacio real en el escenario con escenas de la película en una sola unidad, y los vídeos creados para esta producción, entendimos que, efectivamente, habían tardado unos cuantos años en la planificación. La experiencia fue el resultado de una sofisticada combinación de luces (Pamela Maldonado), escenografía (José Manuel Díaz Soto), vestuario (Miguel Vando), maquillaje (Carlos Muñoz), utilería, y efectos. Todas nuestras interrogantes fueron contestadas. Cuando nos preguntábamos cómo íbamos a apreciar las distintas escenas dentro de aquel avión donde los actores parecían figuritas, la luna llena se convirtió en pantalla de proyección y vimos lo que estaba pasando a través de un vídeo. No hubo errores, señores. Tratar de ser fieles al explicarlo no rinde el verdadero honor.

La dirección de Encarnación (dos horas de duración sin intermedio) giró alrededor de su grandioso montaje. Además, el tráfico escénico de los actores y la composición estuvo muy bien cuidada. De la misma manera, su trabajo con las actores.
Desde el libro de Luis Rafael Sánchez, “La guagua aérea” es dueña de unos personajes, muy definidos, deliciosos para los actores, los cuales estuvieron bien seleccionados para estos fines.
La solidaridad de Chavito Marrero acompañó a Gerardo Ortiz por todo el escenario, quien tomó las riendas de don Faustino Román, el hombre que se atrevió a llevar jueyes en una bolsa dentro un avión, y no las soltó. Como Orlando Colón, Manny Manuel, quien no tiene que probar que él es el rey de corazones como cantante, nos sorprendió positivamente con la interpretación de un puertorriqueño que pretende ser más norteamericano que Abraham Lincoln.
Sobresalieron con sus muy creíbles actuaciones Carlos Morales como Tiburcio, el vendedor de escapularios que aterroriza a los pasajeros como estrategia de venta; Jesús “Chuíto” Muñoz como Bob Márquez, el “rapeador” profesional que no pierde ni la oportunidad que no le dan; y Luis Obed Velázquez, como Eunir, el taxista que ha trabajado en muchos lugares para sobrevivir.
Destacaremos a Carlos Ferrer con su imponente caracterización (uso de la voz y matices) de Ernesto, el hombre que tiene cáncer y va a Nueva York a pedir una segunda opinión médica, acompañado de su esposa Carmen, interpretada por Evelyn Rosario. El dúo Rosario Ferrer funcionó en forma efectiva. Pero no fue este el único dúo explosivo de actores que también se destacaron en sus roles individuales. Ricardo Laboy, como Francisco Machán, y Yeidimar Ramos, como Mariana, formaron una deliciosa parejita de novios. Rafael José, como el Padre Gautier, y Radamés Medina como Mateo, el limosnero que se hace pasar por ciego para sobrevivir, formaron un dúo estrella. Wanda Sais como Kathy Fisher y Tita Guerrero como Mary Pou, les dieron vida a un par de azafatas monísimas.

¡Esperen, que hubo un trío, y fue magnífico! Magali Carrasquillo como Miguelina, hermana de Dominga, esposa de Miguel, bochinchera que se pasa llamando la atención; Rafael Vélez, Miguel, esposo de Miguelina; y Michelle Brava, como la mujer puertorriqueña libre y espontánea, impartieron simpatía en todas sus intervenciones.
De la misma manera, aplaudimos las actuaciones de Rosabel Otón (Miss Serrano), Eric Yamil Cruz (Carmelo y Pablo), Aida Cuevas (Isabel), Christian Laguna (Lcdo Arroyo); Dr. Juan Luis Salgado (piloto), Lara González Soler (empleada de la aerolínea), Marcelo Otaño (niño 1 y nieto) y el Dr. Erick González.
Pondremos los laureles de oro en las frentes de Noah Seda y Gisselle Ortiz, cuyas interpretaciones de Cuco y Wilberia, en la insuperable escena de retrospección, cuando el niño toca la puerta de la casa de la mujer para comprar sus servicios, y a la directora por el engranaje de canciones y textos que culminó en la mejor escena del espectáculo.
Nos ponemos de pie para aplaudir al director musical Manny Trinidad, y a los músicos que con sus talentos enriquecieron el montaje (Manny Trinidad (cuatro); Carlos Cruz (teclados); Víctor Meléndez, (piano); Yamuel Marcano (trompeta); Fernando Marcano (trompeta); Francisco Cruz, (saxofón); Carlos “Tato” Sánchez (bajo); Dennis Ortiz, (trombón); Yabey Marcano (percusión); David Marcano (batería); Rubén Amador (percusión menor y Toys); Juan Carlos Rodríguez (guitarra); Perdo José Rivera (coro); Laura Sáez (coro); Nicole Sepúlveda (coro); Héctor Risa (coro); Amanda Rodríguez (coro)). Estamos todavía de pie y aplaudiendo al director de voces, Pedro José Rivera. No nos vamos a sentar sin gritar un ¡bravo! para el coreógrafo Carlitos Hernández, y el cuerpo de baile de Gíbaro de Puerto Rico (Edgar Allan Miranda, Carlos Reyes, Vilma González, Nydia Resto, Luz Marina, Alberto González, Nayaret Ennovi, Cynthia Uz Cruz, Sonya Hernández, Eric González, Coralis Mejías, Dianaly Vázquez, Ana Sofía Tavera, Solange Vázquez).

No tenemos claro quién fue el libretista de “La guagua aérea, el musical”, suponemos que fue un colectivo entre los directores asesorados por Luis Molina, pero nos podemos equivocar. A quién, o quiénes, sean los responsables, y al saber y defender que el teatro comienza con un texto: ¡Un millón de felicidades!
Completan el equipo, Aned Cruz (regidor de escena); Paloma Gutiérrez, (asistente del regidor); Pamela Maldonado (diseño de luces); Gregorio Barreto (utilería); Liz Marco, (asistente de utilería); Geisha Barreto (asistente de maquillaje); Sylvia Rodríguez (asistente de maquillaje); Ruthed León (asistente de vestuario); Ramonita Toro (asistente de vestuario); Diane Rodríguez (asistente de vestuario); Cruz Rafael Caraballo (asistente de vestuario); Analdi Morales (asistente de vestuario); Lourdes Laboy (relacionista pública); Naylie Vélez Figueroa (manejadora de redes sociales); Javier del Valle (fotografía); Joshua Capeles Vargas (programa de mano, diseño gráfico); Luis Molina Casanova (director de vídeo); Iván Dávila Nieves (director de fotografía y edición de vídeo); Milton Cordero (diseño de vídeo); Joshua Meléndez, (asistente de vídeo); Yamil Cedeño (director y editor de filmaciones de anuncios de televisión).
La fiesta del público no finalizó con los aplausos y los vítores para los actores. En la salida comentaban lo bien que cantó aquella, lo bueno que le quedó a aquel, lo lindo que se oyó el coro, y nosotros tenemos una fiesta en la vida. “La guagua aérea, el musical” demostró que Puerto Rico ofrece alta calidad, y que la armonía de esa calidad arropa más allá de los parámetros musicales.
“La guagua aérea, el musical”, cuenta en la producción para Gíbaro de Puerto Rico, con el Dr. Eric M. González (director), Carlos M. Cebollero (subdirector), Awilda Gutiérrez (administradora), y Luis Molina Casanova (asesor de producción). Las funciones continúan para público general en la sala Antonio Paoli del Centro de Bellas Artes de Santurce, el 28, 29 y 30 de octubre. ¡Muy recomendada!