…tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño… (Pablo Neruda)
Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Hace exactamente tres días, el 30 de julio de 2022, una mujer puertorriqueña, hermosa, valiente, invencible, audaz, feliz, se despidió de sus 95 años de existencia como Flavia Lugo Espiñeiro de Marichal, cuyo velorio será en la iglesia de la Universidad Sagrado Corazón, en Santurce, mañana miércoles 3 de agosto, entre 3:00PM a 9:00PM. La familia ha sugerido que, en lugar de enviar ofrendas florales, envíen una contribución al fondo de becas para estudiantes de la Universidad de Puerto Rico o de la Universidad Sagrado Corazón. Al conocer algunos detalles de su vida, entendemos que esas son las verdaderas flores, porque nada puede tener más sentido.
Nunca tuvimos la fortuna de estar cerca de esta extraordinaria mujer y tenerla como maestra y amiga, pero escuchábamos su nombre mientras fuimos creciendo porque, tanto ella como su esposo, fueron cercanos a nuestra familia. También, era la madre de Tere, colega y hermana atesorada y respetada, y quien, heredó de su madre aquello de “vivir del cuento”. Pero de cuentos que se sudan para vivir y coronan de gloria.

Se han dicho muchas cosas de Flavia Lugo en los últimos días. Nació el 22 de diciembre de 1926 en Yauco. Fueron sus padres fueron José Lugo Díaz y Marina Espiñeiro Díaz. Se graduó de la Universidad Sagrado Corazón, donde fue miembro del Club Dramático, a cargo de Emilio S. Belaval. En 1948, comenzó su maestría en el Departamento de Estudios Hispánicos en la Universidad de Puerto Rico, en Río Piedras. De 1950 a 1953 trabajó como actriz y libretista en un programa para niños en WIPR Radio. Se casó con el artista y escenógrafo Carlos Marichal, en agosto de 1951 y tuvieron seis hijos: Flavia, Carlos, Tere, Poli, Margie y Pili. Se retiró de la actuación para dedicarse a sus hijos, pero siempre escribió cuentos desde su casa. Cuando murió su esposo en 1969, trabajó como profesora en el Departamento de Estudios Hispánicos, UPR. Obtuvo el grado de maestría en 1972, y su doctorado en 1981.
Entre 1976 y 1979, dirigió el Boletín Informativo, UPR. Entre 1982 y 1983 dirigió el intercambio con la Fundación Ortega y Gasset, donde recibió la distinción del Búho de Plata. Fue Decana Auxiliar a cargo de Asuntos Estudiantiles, de la Facultad de Humanidades (1986-1993); Ayudante especial del Rector (1993-1994), y presidenta de la Asociación de Exalumnos de la UPR. Fue animadora del programa Síntesis Universitaria (1977-1979), en el canal 6. Fue miembro de la Junta de Directores de la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades y se desempeñó como presidenta de la misma (2011). En 2010, se le dedicó la primera temporada del Teatro Universitario, en el Centro de Bellas Artes, creada por la dramaturga Myrna Casas. En 2013 fue reconocida como Humanista del Año por la Fundación Puertorriqueña de las Humanidades.
Su obra más celebrada, “El amigo duende”, escrita en 1952, se presentó en los 78 municipios de Puerto Rico y en Estados Unidos.
De todo lo que se ha dicho y podrá decirse sobre Flavia Lugo, lo que atrapó con profundidad nuestro corazón, fue una analogía que hiciera Tere, de su madre con y la mitológica Penélope: “Mami creo un tapiz de palabras donde bordó el pasado con detalles minuciosos que describían, a su vez, la historia de una época. Nos contaba las anécdotas que hoy nosotros podemos contar”.
Tere describió la fuerza y las posturas incuestionables de su madre, y cómo ganó todo cuanto tuvo con el esfuerzo interminable del estudio y el trabajo. De la misma manera, ganó el amor de sus hijos, sus estudiantes, sus hermanos, sus amigos.
La historia de amor que vivió con su esposo Carlos Marichal (1923-1969), tiene un sorprendente parecido con la inmortalidad de una leyenda, producto de la exageración propia de la tradición oral. Sin embargo, lejos de la exageración, se trata de una crónica muy verdadera, muy real. A manera de homenaje a una mujer puertorriqueña que vivió, fiel a sí misma, y repartiendo alegría, nos lanzamos a descubrir el cuento de amor de una contadora de cuentos de amor en todos los niveles.

Dijo la misma Flavia que el romance con su esposo fue uno que empezó mal. Carlos Marichal era su maestro de técnica teatral, clase en la cual se matriculó la joven cuando fue a hacer su maestría. El la había visto en un pasillo en la universidad y había preguntado quién era ella. Después, la tuvo en clase. Ella estaba comprometida para casarse con un novio de muchos años, pero el profesor estaba decidido a conquistarla, y la asechaba con dardos de amor. Tanto le molestaba la situación a la muchacha, que terminó dándose de baja, y se dejaron de ver. Marichal se fue vivir un tiempo a Estados Unidos. Cuando regresó, se encontró en una guagua con Flavia, quien ya trabajaba como libretista y actriz en WIPR. El le preguntó si todavía estaba comprometida. Ella le respondió afirmativa. Y él no iba a dejar que ella se le escapara otra vez. Empezó a llenarla de detalles de envidia. Le enviaba cartas y flores varias veces al día. Un día, ella se dio cuenta que estaba enamorada de aquel hombre con esos detalles de amor tan a pedir de boca y decidió ser sincera con su novio, sin que el profesor lo supiera. Flavia Lugo y Carlos Marichal se casaron siete meses después. Según las palabras exactas de la dama, fueron los seres más felices del mundo. Hubo respeto, compañerismo, afinidad, atracción. Todo lo que debe haber en matrimonio.
“Son muchas cosas las que componen el amor. Hay que cultivarlo con pequeños motivos”, afirmó Flavia Lugo de Marichal en una entrevista que le hicieron muchos años después de la muerte de su esposo. El hombre enamorado no dejó de escribirle cartas a su esposa hasta su última respiración. Fueron 54 cartas, acompañadas de dibujos originales, que Flavia Lugo revisaba todos los días, y las recitaba de memoria.
Cuenta quien contó su propio cuento que, durante los 18 años que estuvieron casados, no cesaron los detalles: “Teníamos una fusión. El pintaba. Yo escribía. Nos animábamos todo el tiempo. Compartíamos nuestras inquietudes. Mis hijos recuerdan nuestra relación”.
Cuando la pareja cumplió 12 años de casados, él escribió una carta en capítulos, muy diferente de las demás, como si fuera un libro narrado y dibujado. En el mismo detalló los acontecimientos importantes, como los nacimientos de cada uno de los hijos.
El 26 de noviembre de 1969, Carlos Marichal regresó de Boston donde había ido a tratar su enfermedad (lupus). Cuando el médico le dijo que todo estaba bien, el artista, para celebrar, fue a muchas tiendas y compró muchos regalos para su familia. Esa noche hubo fiesta de regalos en la casa. El 22 de diciembre, el esposo y padre que celebraba la vida, tuvo una recaída. El 29 de diciembre murió en el hospital. Además de sus cartas y sus detalles, Carlos Marichal dejó un hogar impregnado de amor.
El solía decirle a su esposa: “El matrimonio es la revelación de todo el sentido de la vida. Es encontrar el paraíso prometido. El camino de arte que escogí, no tendría sentido si no te hubiera encontrado a ti. Nuestra unión es la causa del éxito de los dos”.
Flavia, que recibía una carta de su esposo cada 31 de diciembre, supo el 29 de diciembre de 1969, que no las recibiría más. Pero sus hijos le escribieron desde ese momento.
Flavia Lugo, motivó la creatividad en todas las personas que interactuaron con ella, sobre todo en sus hijos, quienes, entre tantos mimos, tenían un teatrito en la casa. El padre hacía los muñecos y la madre cocía los trajes y escribía las historias, mientras, juntos, creaban la propia.
Aunque la muerte de aquellos que amamos con todo nuestro corazón deja un vacío de dolor angustiante, afirma con fuerza ese mismo amor y forma la vida de una esencia profunda, inexplicable, pero invencible y muy palpable, una fuerza interior poderosa que nos impulsa a continuar.
¡Aplauso eterno para Flavia Lugo! Para cerrar lo que somos incapaces de cerrar, dejaremos por aquí, el soneto 17 de Pablo Neruda, dilecto de la maestra Flavia, a quien en cierta ocasión, al explicar lo que fue el amor con su Carlos, se lo escuchamos declamar.
No te amo como si fueras rosa de sal, topacio
o flecha de claveles que propagan el fuego:
te amo como se aman ciertas cosas oscuras,
secretamente, entre la sombra y el alma.
Te amo como la planta que no florece y lleva
dentro de sí, escondida, la luz de aquellas flores,
y gracias a tu amor vive oscuro en mi cuerpo
el apretado aroma que ascendió de la tierra.
Te amo sin saber cómo, ni cuándo, ni de dónde,
te amo directamente sin problemas ni orgullo:
así te amo porque no sé amar de otra manera,
sino así de este modo en que no soy ni eres,
tan cerca que tu mano sobre mi pecho es mía,
tan cerca que se cierran tus ojos con mi sueño.