A Tony, Carlos Javier, Livia Marie, Félix Josué, Viviana, Juan Aníbal y Ana Laura.
Por Javier Santiago
Fundación Nacional para la Cultura Popular
Cada vez que alguien me pregunta de dónde sale mi amor y pasión por Puerto Rico tengo -obligatoriamente – que pensar en ella…
Eunice González Torres fue mi madre y fue la responsable de enseñarme a amar mi País, sentir orgullo por él, por su gente, sus logros y su historia.

Nació en 1929 en el corazón de Puerto Rico, Orocovis. Sus padres, don Ramón González Malpica (maestro e historiador) y doña Verena Torres (ama de casa), inculcaron en ella valores, principios y cultura. Elementos importantes que bien se complementaron con la enseñanza espiritual recibida en la Primera Iglesia Bautista en la calle Pedro Arroyo del pintoresco pueblo.
Una vez por semana la niña apodada cariñosamente como “Niní” madrugaba para viajar, desde el centro de la Isla al Viejo San Juan para tomar clases de piano en la Academia de los hermanos Figueroa. Aquellos viajes interminables que daba en la llamada Flecha Veloz, aunque sacrificados, dieron sus frutos. Y con destreza y dedicación las danzas puertorriqueñas en manos de Niní fueron convirtiéndose en base obligada de su futuro – y extenso – repertorio.
Estudió en la Universidad de Puerto Rico. Trabajó en la CRUV en los años en que se levantaba un país de la miseria. Y al asomo de la década de 1960 llegó al Hotel Barranquitas donde su amplio dominio del repertorio contemporáneo la convirtió en una de las atracciones artísticas para los visitantes. Hasta que un día divisó entre el público a un joven naranjiteño de nombre Juan Aníbal Rivera. Juntos sellaron su amor en ceremonia celebrada el 20 de agosto de 1966 en la Iglesia Discípulos de Cristo del barrio Maná, en la colindancia entre Corozal y Naranjito.

Tras la luna de miel en Saint Thomas, a donde viajaron vía Caribair, el matrimonio se estableció en el Barrio La Loma de Barranquitas. Allí asumieron las riendas del icónico restarurante La Unión de Todos. En la estructura de madera, pintada de verde y rojo, cuyo ventanal tenía como paisaje siete cuerdas sembradas de plátanos y frutos del País, el legendario local era punto obligado de políticos, artistas y visitantes. Figuras como Luis Muñoz Marín, Roberto Sánchez Vilella, Samuel R. Quiñones, Luis Negrón López y hasta un joven secretario de Justicia llamado Rafael Hernández Colón, se encontraban entre los asiduos del restaurante. Eran nombres del mundo político que alternaban con personalidades del arte como Myrna Vázquez, Félix Monclova, Aníbal Otero, Elín Ortiz, Marta Romero, Lourdes Cabezudo, Conchita Aponte…
El entonces niño que ahora con su escaso cabello canoso narra estas vivencias, fue testigo de aquellas conversaciones “de gente grande” mientras con una peseta marcaba cinco temas en la vellonera… Desde luego, temas de la nueva ola que era lo que el niño escuchaba, mientras en la mesa de la gente grande se hablaba del rompimiento Muñoz-Sánchez, la muerte de Gilberto Concepción de Gracia, la salida de Noel Colón Martínez del PIP, la guerra de Vietnam, el hombre en la luna, el fuego del teatro CoopArte, … Todos eran temas de sobremesa en tertulias que, entre tragos, se matizaban con declamaciones poéticas y, de vez en cuando, el marco musical de las interpretaciones al piano de Niní…

Y llegaron otros tiempos… los de reencuentro espiritual. Y entonces la música se convirtió en ministerio. Los toron gins y el humo de los cigarrillos Parliament se fueron desvaneciendo en el panorama. El ambiente daba un giro total hacia una vida más familiar.
Entonces llegaron los coros, las cantantas, los viajes misioneros, la Palabra… Si bien su vida se consagró el ministerio de alabanza, las danzas puertorriqueñas siguieron brillando en su repertorio como pianista.
Las plenas, los clásicos del cancionero popular, de vez en cuando se asomaban al teclado. Pero las danzas… ¡nadie como ella para interpretarlas!
Entre pentagramas y símbolos musicales trató de encaminar a sus hijos en el arte, siendo este que escribe el único que prefirió el teclado de la maquinilla antes que el piano… Pero Berenice Omara y Juan Aníbal heredaron talentos en grande. Y hasta Charlie – el mayor de los cuatro hermanos – hizo sus pininos en el coro que Eunice dirigió en otra etapa para la Iglesia Sendero de la Cruz de Hato Rey.

Doña Niní pasó la batuta a su hija en términos musicales. Pero aún así, cuando se presentó la oportunidad de presidir la Junta de Directores de la naciente Fundación Nacional para la Cultura Popular supo sumarse a la propuesta y dar su batalla por ella. Fue ella quien encaminó la Cantata de Bendición que en diciembre de 2001 se convirtió en la primera actividad pública celebrada en nuestra sede en el Viejo San Juan. Todavía no había ni un cuadro vistiendo las paredes de la naciente organización. Pero tras la primera oración que allí se elevó en dediatoria a lo Alto – hecha por don Miguel Hernández Agosto – las cantantas se convirtieron en tradición de numerosos diciembres en la Fundación.
En aquellos años en que tantos tropiezos enfrentamos ante la burocracia gubernamental, la entonces Presidenta de la Junta ganó una maestría en la tediosa gestoría de permisos.
La artritis intentó contrarrestar su ejecución como pianista, pero aún con las molestias causadas por el aquejo físico, las danzas en las manos de Niní mantenían un sonido especial.
Ya, en su última década de vida, el alzheimer fue minando su salud. Sin embargo, la música permaneció como un aliciente dentro del mal que la aquejaba. Cuando se sentaba al piano abordaba lo que entendíamos había sido sus ejercicios de aprendizaje en los años de formación en la academia de los Figueroa.

¡Bendito Dios, por ese arte que nutre el alma y que nunca se olvida!
Fue el domingo tras el paso del huracán Irma la última vez que la escuché tocar…
Desde aquel septiembre de 2017 en adelante la historia nos llevó por otro rumbo. Vinieron entonces los domingos en que intentamos entretenerla mientras poco a poco se nos iba escapando…
“Doña Niní, aquí estoy… Llegó su hijo, el payasito”, solía decirle mientras le cambiaba el tono de voz para llamar su atención.
A veces le cantaba a capella y conociendo su dominio de la música le cambiaba adrede los tonos de las interpretaciones… “Ay, ‘pérate mami… cierra la puerta que se me acaba de ir el tono”. Fueron varias las ocasiones en que en medio de interpretaciones que parecían salidas de una gallera, la pobre Niní fruncía el ceño notando los deslices de aquel cantante frustrado. En otras, quizás por elegancia, compasión o mejor aún, amor de madre, me miraba y me decía: “tú no cantas tan mal”…
Y es que así se fueron tornando nuestros últimos encuentros donde reaccionaba por algo.
¡Gracias a You Tube que me dio tanto material para poderla entretener por horas. Los conciertos de Barbra Streisand, Raphael, Olga Guillot, Ruth Fernández, Tito Lara, Los Hispanos, Carmita Jiménez, las danzas y las plenas, los himnos de los Mormones, las tunas, el hermoso “Pájaro campana” en todas sus versiones, Los Machucambos, “Preciosa”, los emotivos temas de amor patrio… Todos fueron cómplices de innumerables horas dominicales para entretenerla.

Pero como narra Víctor Manuelle en su canción… Algo le pasó a mi heroína… y su luz también se fue apagando.
Los últimos tiempos fueron un simplemente estar allí, junto a ella… Observarla, ver televisión, compartir con la familia cuando coincidíamos y los demás ya es historia.
El pasado domingo, a las 7:30 de la noche, Niní partió en silencio. Rodeada de sus hijos y su sobrina Betty, se fue con un último suspiro para encontrarse con los padres – Ramón y Verena – que tantas veces llamaba en sus sueños.
Desde el pasado jueves Orocovis guarda celosamente sus restos.
Gracias a la vida que me dio el privilegio de tener a Niní como madre.
Gracias a ella también por haber permitido – sin celos ni egoísmos – que compatiera la experiencia del amor maternal con mi otra mamá, doña Yaya.
A ambas le debo tanto…
A ambas le debo lo que soy.
Bendición…