Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
La visión del mundo sobre los malos vs los buenos no ha resuelto los conflictos de la humanidad. Demasiadas veces se ha comprobado, sobre todo con los gobiernos, que quitamos a un malo y el que viene a reinar, sube unas cuantas escalas en la maldad. Y así nos hemos pasado la historia, quitando malos para poner buenos que se hacen más malos. Vamos a aclarar el asunto, hay actos de suprema maldad y no se pueden aceptar. Bajo ningún concepto afirmamos que debemos ser permisibles y hacernos de la vista larga para no hacer olas y vivir en paz. Porque así no se hace la paz. No obstante, porque precisamente, la paz es el establecimiento de la justicia, debemos ser certeros y efectivos al momento de accionar, sobre todo con nuestros vecinos inmediatos. ¿Eliminar o perseguir a esa persona que tenemos delante que no piensa como nosotros va a eliminar el problema? Cuando se trata de relaciones humanas, los conflictos por bandos de ideas pueden parecer imposibles de arreglar, si pensamos que hay que cambiar de idea para que ocurra un entendimiento. Y esa es, precisamente, la única idea que tenemos que cambiar. A base de ejemplos de personas que han hecho la diferencia a través del diálogo y la acción, sabemos que, con persistencia se logra trascender. Podríamos estar en este tema, el cual nos es dilecto, toda la vida, pero entendemos que, para comenzar a exponer lo que hemos reflexionado sobre la importancia de un texto teatral, con lo anterior, basta.

“El bizcocho”, una comedia dramática de la dramaturga estadounidense Rebeca (Bekah) Brunstetter explora su tesis en la ruta de un ejemplo creíble hacia la tolerancia y la pacífica convivencia. Se trata de una obra de teatro excelentemente construida, con personajes estupendos, que funcionan en la historia de la vida que tenemos en común con los demás. No hay que salir del país – ni siquiera del vecindario – para encontrar la situación que desarrolla este texto. Desde la humanidad de cada cual, nos podemos identificar. Como lo han dicho tantos (Thoreau, Tolstoy, Gandhi, King, Ikeda), el amor es el punto de partida.
El primer aplauso de nuestros comentarios se lo damos a Corillo Eventos, por la selección del texto, que vimos en la función del domingo 26 de junio, a las cinco de la tarde, en el teatro Victoria Espinosa, como parte del Festival de Teatro Puertorriqueño e Internacional 2022, que auspicia el Instituto de Cultura Puertorriqueña.
La dramaturga, también libretista de televisión y exitosa guionista de cine, comenzó a escribir esta obra en 2015. La pieza, tuvo una lectura en Texas, antes del estreno en California dos años más tarde. Después, ha sido representada ampliamente. Conforme estableció la autora en una entrevista que le hiciera Elizabeth Frankel, Directora de New Work at the Alley Festival (Texas), Bekah sintió la urgencia de escribir sobre personas conservadoras, algo que conoce porque proviene de una familia cristiana de Carolina del Norte. Cuando empezó a ver tanta virulencia en contra de los conservadores, entendió que el momento había llegado. Esto coincidió con unos sucesos que llegaron a la corte (Masterpiece Cakeshop vs Colorado Civil Rights Commision Supreme Court) por la oposición de un repostero a hacer un bizcocho de bodas para una pareja gay, caso que ganó el repostero, amparado en la libertad de religión que defiende la Constitución de los Estados Unidos. Brunstetter deseaba contar una historia en la que alguien realmente pudiera abrir su mente y su corazón. En el caso de esta obra, todos los personajes lo hacen, sobre todo los dos personajes de ideas opuestas Della (cristiana conservadora) y Macy (activista lesbiana) logran abrir su mente y su corazón, a través del mismo bizcocho del conflicto, lo cual culmina en un final bellísimo.

Para nosotros, la obra comenzó desde la fila en el vestíbulo, donde nos deleitamos con una exhibición de bizcochos de boda “de mentira” (¡Qué deseos nos dio de tener un genio en una botella y pedirle un buen pedazo de bizcocho de verdad!), entre carteles que mostraban el programa de mano (gracias por eso), y una estación donde podíamos tomarnos fotos.
Como siempre ocurre en los montajes que no tienen telón, el primer encuentro es con la escenografía. La impresión fue primorosa, una repostería que, por los colores (rosa y verde azul) y presentación, recordaba la década de 1950, en Estados Unidos. Un deleite visual, idónea para la intención de la obra, donde la vida parece haberse quedado suspendida en el pasado del “gran sueño norteamericano”. La escenografía apelaba al gusto, y el ‘pre set’ de luces que la destacaba la hacía más apetecible. Aunque verdaderamente descomunal, era en realidad muy cómoda para el espacio, y creativamente funcional (logró hacer cambios cómodos para escenarios grandes). Nos embobamos mirando los detalles de esa escenografía, que no tiene crédito de diseño en el programa de mano, pero sí tiene créditos de construcción. Felicitamos entonces, a los últimos.
Desde la primera escena, un especial en Della que después regó la luz para descubrir que el mismo sitio estaba Macy, intuimos que la obra tenía una dirección inteligente, y no nos equivocamos. El director (José Manuel “Chema” Díaz) logró atraparnos con su concepto de montaje para teatro arena a dos lados, sus composiciones, su tráfico y su trabajo con los actores. El diseño de iluminación (Pamela López), jugó por las mismas ligas.

Interesante y certero que, dos de las actrices, que forman parte del grupo de producción hayan sido las diseñadoras del vestuario (Wanda Sais) y la utilería (Linnette Torres) en esta puesta en escena. Las felicitamos por un trabajo bien hecho.
Los actores crearon ese vínculo de hadas y duendes que se forma cuando los intérpretes, más allá de creer en lo que están haciendo, adoran la obra que hacen. Las actuaciones eran bellísimas, además de sinceras y excelentemente ejecutadas.
George, famoso moderador de un reality show de repostería, de quien solo escuchamos la voz, fue muy bien interpretado por el veterano Gerardo Ortiz. Ortiz tiene una voz poderosa, rica en matices, perfecta para la voz de George, que funcionó como la conciencia de Della. La mujer, casada con un plomero con disfuncionalidad eréctil, consecuencia del trauma que le ocasionó enterarse de su esterilidad, tiene interés emocional en ganar el concurso del programa. A través de las escenas con la voz, descubrimos su insatisfacción sexual.
Eyra Agüero interpretó a Macy, activista, además de lesbiana, negra, ambiental y vegana, entre otras consignas. Macy, personaje que, por momentos parece más militante que humana, aunque motivada por la justicia al oprimido, habla con recetas también aprendidas y se recibe pesada con un inventario de “lo que no se debe hacer”. Agüero atinó con su interpretación, fiel y certera, de una mujer inteligente, valiente y radical criada en un hogar liberal, cuya arena de acción es en un vecindario donde el lesbianismo milita desde muchos frentes, y no es muy tolerante con las personas que no comparten sus ideas. ¡Muy bien, Eyra Agüero!
Carlos Vega trasmitió una madurez escénica incandescente en su interpretación del plomero esposo de la reportera Della, típico hombre conservador del pueblo norteamericano. Vega tuvo momentos conmovedores en sus escenas finales, cuando su personaje es confrontado por la esposa y él se motiva a dar pasos a favor de mejorar la relación. Tim representa el potencial de cambio del hombre común.

Wanda Sais, puso todo su talento (lo tiene para regalar) a favor de Jen, la joven mujer natural de Carolina del Norte, y residente en Brooklyn, que visita la repostería de la mejor amiga de su madre para que sea ella quien confeccione el bizcocho de su boda con Macy. Jen desea casarse vestida de blanco, en su pueblo natal, para complacer a su madre muerta, una mujer de ideas tan conservadoras como las de Della. ¡Bravo, Wanda Sais!
Los laureles de oro de este montaje son para Linnette Torres, una de nuestras mejores actrices. Torres, perfecta para hacer Della por su sensibilidad actoral, le impartió a su personaje dulzura y credibilidad. Linette hizo de Della (la repostera más exitosa del pueblo, con sus recetas tradicionales, repletas de azúcar, harina procesada y mantequilla) una mujer a quien queremos abrazar, aunque no apoyemos sus ideas cerradas en interpretaciones de la Biblia, con valores que giran alrededor de su religión. Es por esa razón que, aunque accede al principio, se niega a hacer el bizcocho de bodas de la hija de su mejor amiga (muerta años atrás), por tratarse de un matrimonio entre dos mujeres. Aunque no les grita ni las reprende, y no dice al principio el verdadero motivo de su negativa, desde el momento en que les dice que no, Della se debate entre sus ideas religiosas y el amor que siente por la niña. La felicidad que percibe entre las dos mujeres, la motiva a enfrentar a su esposo, con quien no es feliz. Della comienza a ser valiente, y aunque no deja de ser quién es, confecciona el bizcocho de bodas para las chicas.
El montaje cuenta con escenas que arrancaron lágrimas, como el momento en el cual Wanda Sais, vestida de novia convencional, se pasea en el escenario bajo una lluvia de burbujas, y la escena final, cuando Macy, vestida de novia elegantísima, accede a probar el bizcocho confeccionado por Della, excepción que hace en sus principios de alimentación orgánica, como señal de buena voluntad. El poder del bizcocho depende nuestra actitud. La luz que arropa a dos mujeres de ideas encontradas, en un acto que puede significar el inicio de una feliz convivencia, se las lleva en un apagón “fade out”. La obra terminó. El público, lloroso, aplaudió de pie.

Completaron el equipo de producción, Marcos Castro (maquillaje) José Manuel “Chema” Díaz (diseño de producción); Raymond Gerena (relaciones públicas); Edwin David Cordero (fotografía); José Manuel Díaz Soto (diseño gráfico y publicidad); Felix Pagán, José Manuel Díaz, Raúl Hernández, Víctor Rojas, (realización de la escenografía); Adalgisa Soto Torres (costurera); Monotéknica, Ténicos (tramoya, luces, sonido); Ibelle Ayala, Arleen Steward, Luisro Velázquez, Félix Pagán (colaboradores); Cristina Robles Arias (regidora de escena y asistente de dirección).
Al terminar la obra, hubo una charla con el público donde el director explicó cómo y para qué había surgido Corillo Eventos y el proceso de los ensayos con los actores. Una compañera teatrera comentó: “Verlos me hace sentir orgullosa de mi gremio”. Nos unimos a esa voz. Felicidades a todos los que tuvieron que ver con esta producción.
PD. Olvidamos informar que, aunque no estaba en una botella, un genio nos complació: la producción nos obsequió con un buen pedazo de bizcocho de verdad. ¡No necesitamos cuentos de hadas!