Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Últimamente, hemos escuchado, con frecuencia, comentar que los buenos directores de teatro son invisibles a favor del actor. Si eso fuera cierto, los trabajos de directores creativos innovadores, como Victoria Espinosa, estarían descartados, y nuestra Vicky es tan grande que, aun después de muerta, sigue siendo reconocida internacionalmente como una directora muy visible. Ni siquiera nuestro Dean Zayas, ni nuestra Myrna Casas, genios del realismo, han sido directores invisibles. ¿Qué estamos diciendo? El realismo no tiene nada de invisible. La premisa, por ser absoluta, puede ser derrotada por conocedores y expertos que han dedicado sus vidas al quehacer escénico y han dejado sus huellas en universidades, libros sobre las técnicas de dirección teatral, y representaciones. Podríamos mencionar uno por uno a los directores (entiéndase también directoras) en Puerto Rico y todos – hasta aquellos cuyas técnicas son las más básicas – tienen un sello de marca visible, de alta calidad. De modo que, la cuestión invisible o visible en un director teatral, lejos de ser una premisa absoluta como requisito de calidad, es materia de estilo, técnica y preferencia. Esa es una gran noticia para el director puertorriqueño Miguel Rosa-López, quien, con su mano visible moldeó con belleza, inteligencia y hasta con credibilidad, su montaje de “Mi otra mitad” (Significant Other) del dramaturgo estadounidense Joshua Harmon. Rosa-López creó un tráfico escénico muy coreografiado, con un ritmo frenéticamente envidiable. ¡Bravo, señor director!

“Mi otra mitad” fue la tercera propuesta del True Color Fest, festival de teatro LGBTQ, producido por Aníbal Rubio para Producciones Acrópolis, Inc., que abrió por todo lo alto con la participación de la primera actriz trans de Puerto Rico, Barbara Herr, en la pieza de su autoría “Trans-Mission”. La puesta en escena de “Mi otra mitad” fue una producción del mismo Miguel Rosa-López para la compañía The Black Box. El productor, también diseñó las luces y la escenografía (junto con Isabela Rebollo), hizo la utilería y fue el traductor al español, del libreto original en inglés.
No puede haber sido fácil seleccionar “Mi otra mitad” como título equivalente en español a “Significant Other”. Recordamos la primera vez que escuchamos la frase. La dijo un amigo norteamericano para referirse a su pareja, con quien vivía sin estar casado, allá entre las décadas de 1980 y 1990. Según me explicó – y lo vendemos al costo – la frase pretendía alejarse de cualquier cosa que significara posesión de, o estar incompleto sin otra persona. El título de la obra en inglés, que sin duda pretende ser irónico, hace sobresalir el hecho de que el protagonista no busca un “significant other”, sino que busca a alguien que lo complete. Bajo ese entendimiento “Mi otra mitad”, aunque no significa totalmente lo mismo que “Significant Other”, es un título válido.
“Significant Other” estrenó Off-Broadway en 2015. Ese mismo año, el periódico The New York Times la incluyó en la lista de “Las diez mejores producciones”. La pieza, que se ha clasificado como comedia de humor negro sobre una realidad que golpea a las personas a punto de cumplir los 30, estrenó en Broadway en 2017.

A través de los comentarios que nos hizo la escenografía, con la cual tuvimos nuestro encuentro el jueves 30 de junio, cuando fuimos a ver la función en la sala Carlos Marichal del Centro de Bellas Artes de Santurce, a las ocho de la noche, supimos que el trabajo compartiría el espacio con muchas locaciones (oficina, casa de abuela, closet de Jordan, local de bodas, etc.) y el asunto estaba perfectamente bien solucionado. Los puntos grandes pintados en el piso, enfilados en círculos, sugerían la ruta existencial del protagonista. Un librero, que podríamos tal vez, conseguir en Ikea, ocupaba el plano inferior, de esquina a esquina, en el escenario (arena a tres lados). El librero tuvo mágicas sorpresas (como el espejo de Alicia en el país de las maravillas), en unas entradas en los lados extremos que no pudimos definir hasta el momento en que fueron practicables.
Les vamos a contar. Jordan, en sus casi 30, vive en un buen apartamento en Manhattan y trabaja en una agencia de publicidad. Como es soltero, algo que lo tiene mal, se refugia con tres amigas, también en sus casi 30, de personalidades particulares. Kiki, egocéntrica y a veces vulgar, es una compañera de trabajo. Vanessa es una editora, ágil y segura de sí misma. Laura, maestra de escuela, con unas encantadoras libritas de más, es la mejor amiga de Jordan. Ninguno de los dos tiene pareja y se llevan bien, así que han compartido su pesimismo y han hablado de compartir una casa, donde se protegerán del mundo aterrador. Como en los cuentos de hadas, Jordan tiene una abuela de 80 años, a quien acude cuando se siente acorralado, cuyas opiniones se debaten entre la comedia macabra y lo senil. Entre asunto y asunto, vemos a Jordan fracasar en uno que otro intento por conseguir pareja.

En el transcurso de la obra, las mujeres se van casando y se van alejando. Cuando se casa Laura, Jordan tiene una explosión emocional. Aunque el berrinche puede parecer injusto e irracional, conlleva una triste realidad que comparten muchos homosexuales con relaciones de amistad con heterosexuales. Jordan es bueno para escuchar penas hasta altas horas de la madrugada, y hacer una lectura en una ceremonia de bodas, pero nunca es considerado en el círculo de privilegio que forma el séquito nupcial.
Por la relación entre Laura y Jordan, y por la soledad en la cual queda el protagonista después de haberse dedicado a sus tres amigas, trazamos una línea de recuerdo con la obra “Mi amiga la gorda” del dramaturgo inglés Charles Laurence, que estrenó en 1972, y que se ha escenificado, en unas cuantas ocasiones, en Puerto Rico. En esa obra, el personaje gay, ayuda a la mujer a rebajar hasta que parece una reina de belleza, para darle una sorpresa a un pretendiente que está fuera del país. Pero a ese hombre le gustan las gordas y ya no quiere saber nada de la mujer. Lejos de deprimirse, ella, como ahora es flaca, se siente empoderada y decide hacer una nueva vida donde su amigo gay no tiene cabida. Esa desolación que queda después que una persona por quien hemos hecho cosas buenas, nos abandona, aunque no lo haga con provocada maldad, tiene como escenario la vida cotidiana, y al parecer no ha cambiado en nada. Aunque, en ambas obras, se trata de personajes homosexuales, cualquier persona sin pareja se puede identificar. Ser el último soltero (entiéndase también soltera) del corillo, implica triste soledad.

El efectivo montaje de Rosa-López fue de una escena a la otra, prácticamente, sin transiciones, y cuánto agradecemos el que no nos haya sometido a interminables apagones. Los actores que funcionaron en este espacio, parecían haber nacido y vivido allí. En las casi dos horas de duración que tuvo el montaje, no vimos al protagonista, Eric Yamil Cruz, salir del escenario, hábitat que dominó con maestría. Cruz le dio vida a un Jordan brillante, sincero y muy real.
Cuando comenzó la obra, Yeidimar Ramos nos impresionó por la agilidad y emoción que le impartió a Kiki. La actriz hizo suyos la cantidad de movimientos establecidos por el director. En la medida que las otras dos actrices, Mariangelie Vélez (Vanesssa) y Jeliannys Michelle (Laura), fueron interviniendo, nos sentimos igualmente impresionados. Se trata de tres actrices sobresalientes.
La figura mega delgada de Pedro Juan Colón, casi un místico glorificado, nos pareció muy efectiva para la interpretación de Will. Colón supo marcar las diferencias entre los tres personajes (Will, Tony, Conrad) que interpretó. Le creímos.

Ricardo Laboy interpretó al pesado de Evan en una forma tan encantadora, que, después de poco tiempo Evan dejó de caernos mal. De la misma manera, trazó las rayas correspondientes entre los tres personajes que encarnó (Evan, Roger, Zach).
Como Helene, Magaly Carrasquillo logró hacerse inolvidable con sus cortas intervenciones y sus parlamentos excepcionales: “Es un libro largo, Jordan. Estás en un capítulo difícil. Y no sabes cuándo terminará este capítulo y comenzará el siguiente. Pero el libro es largo”.
Aplaudimos al equipo de “Mi otra mitad”, el cual se completó con Wanda Marrero (diseño de vestuario), Fionella Mateo (regidor de escena) y Ralphie Rivera (arte gráfico). Aplaudimos a la nueva generación de profesionales del teatro. ¡El oficio está en buenas manos!
Seguimos apostando al True Color Fest que continuará en cartelera hasta el domingo 17 de julio. ¡Muchas felicidades!