Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
“Las Réplicas”, del dramaturgo puertorriqueño radicado en Los Angeles, Leo Cabranes-Grant, fue la segunda propuesta de la primera entrega del True Color Fest, festival de teatro LGBTQ, iniciativa de Aníbal Rubio para Producciones Acrópolis. La producción, de Josean Ortiz para Latinx Performance Ensemble, subió a escena el jueves 23 de junio, a las ocho y media de la noche, en la Sala Carlos Marichal del Centro de Bellas Artes de Santurce, función que vimos.
La puesta en escena, dirigida por Mariana Quiles, tuvo su estreno mundial el jueves 12 de mayo, en el Fuerza Fest LGBTQ+ Arts Festival de Hispanic Federation en Nueva York. El montaje obtuvo tres premios: “Outstanding Performance by an Ensemble” para Edwin Emil Moró y Josean Ortiz, “Outstanding Performance in a Supporting Role” para Josean Ortiz y “Abniel Marat Award for Best Playwriting” para Leo Cabranes-Grant. Además, en el mismo festival, Josean Ortiz fue recipiente del Premio Igualdad, otorgado por la Fundación Igualdad de Argentina.

Leo Cabranes-Grant escribió el libreto para que fuera presentado en el Fuerza Fest. El dramaturgo, profesor de interculturalidad, performática y literatura en la Universidad de California, experto en teatro y poesía del Siglo de Oro Español y en teatro caribeño y suramericano, combina sus esfuerzos entre actividades académicas y artísticas. Sus libros y obras de teatro han sido recipientes de importantes premios (ATHE 2012, ASTR 2012, Asunción (Pregones NY) 2011, Floricanto Press 2007, ICP 2005, entre otros). La ruta que lo llevó a los Departamentos de teatro y Danza, Español y Portugués en la Universidad de California en Santa Bárbara, comenzó en la Universidad de Puerto Rico (Departamento de Estudios Hipánicos 1983), y de detuvo en la Universidad de Harvard (Ph.D 1996), antes de llegar a su destino al presente. Su teatro (“Artefactos Modificados”, “El arte de la pintura”, “The Ides of March”, entre otros) ha sido representado en San Juan (Puerto Rico), Boston, Nueva York, y Santa Bárbara.
Para ser sinceros, no teníamos idea de lo que íbamos a encontrar. En los comentarios en línea sobre la obra, sobresalía la premisa de que la directora había convertido la escenografía en un personaje, y eso nos llenó de curiosidad. ¿Estaría poseída?
Tuvimos nuestro encuentro con la escenografía tan pronto entramos en sala. ¿Qué podemos decir? ¡Nos atrapó con taimada saña! Cuando nos dimos cuenta que el pre set de luces alteraba los colores, empezamos a sospechar. Por unos instantes, aquella escenografía pudo engañar a obsesivos compulsivos como nosotros. Pero sucede que, cuando la simetría no es perfecta, nos salen rochas en las ideas. ¡La existencia se burlaba de nuestra fobia! Las telas entrelazadas en el fondo; el piso a lo saga tipo “Twilight Zone”; la cama descaradamente traicionera, con pilares que recordaban a la abuela. Estábamos fascinados. A los pocos minutos después de la primera réplica en la obra, estábamos convencidos que la escenografía no estaba poseída por una fuerza exterior: era el reflejo de la condición interior de los personajes, en ese efecto infinito que causan un espejo (pasado) delante de otro (futuro), con nosotros en el medio de ambos espejos (presente). Efecto que se logró sin espejos. ¡Bravo, Alejandro Cirilo!

Después que Aníbal Rubio dijo sus palabras de bienvenida, hubo un apagón. El sonido del coquí identificó la noche borincana. El primer efecto de terremoto (dúo de cama que se mueve y luz estroboscópica) sobresaltó a uno de los hombres que dormía (el joven promiscuo Yayael), mientras que el otro (el maduro enamorado Bayoán) dio la impresión de no afectarse por lo que consideraba recurrente, y permaneció tal cual. Las marcadas diferencias entre los personajes aparecieron desde el principio para no desaparecer jamás.
Conforme el programa, esta es la sinopsis de la obra: “Mientras Puerto Rico sufre las réplicas producidas por varios terremotos, una pareja gay con siete años de relación confronta la posibilidad de separarse. Cada hombre va descubriendo como esta relación los ha cambiado a través del tiempo y al igual que la isla se cuestionan los límites del amor y la supervivencia”. Hay que añadir que los hombres son ponceños y están al sur del País, donde los terremotos de principios de 2020 afectaron más. A esto se le añade que en Ponce, la homosexualidad es más perseguida por la sociedad que en San Juan. Uno de los personajes quiere irse de Puerto Rico porque desea una vida mejor, el otro insiste en quedarse, lo cual alude al problema de inmigración que viene vaciando nuestro archipiélago, acrecentado después del huracán María. A vuelo de pájaro estamos ubicados en tiempos y espacios. Sin embargo, el texto presenta algo más. Los nombres de las personas que se mencionan, personajes incluidos, los sueños, las premoniciones y comentarios, aluden al único libro en tiempos de la colonización que dice algo sobre la mitología taína, “Relación acerca de las antigüedades de los indios” de Fray Ramón Pané (Yayael, el traicionero hijo de Yaya; una tortuga que sale de una espalda; el pájaro carpintero que talla el sexo de las mujeres), y nombres de fieros y respetados caciques en Puerto Rico (Bayoán), Santo Domingo (Enriquillo) y Cuba (Arimao). Es posible que el dramaturgo intente enraizar nuestras esencias desde el momento indígena que más conocemos, antes de que los invasores españoles (de los cuales también descendemos), se quedaran con todo. Sin entrar en aquello de que antes de los taínos vivían en estas tierras otros pueblos más nobles, y que el Caribe no se limita a las hispanófilas Antillas Mayores, existe una línea de comparación (válida y verdadera) de manipulación opresiva que pretende cambiar el orden de nuestras vidas, entre ese pasado indígena al que alude Cabranes-Grant en su obra, y nuestro presente como “réplica” insistente desde aquel momento ancestral. Aunque el montaje no se sumerge en esas aguas, advertimos el caracol.

Las luces de Víctor Gerardo Colón, muy bien realizadas, con esa magia de intensidades que no interfiere con lo que se tiene que ver y es, fueron un elemento fundamental en el desarrollo del montaje. Los efectos de las réplicas, que ocurrieron en varias ocasiones durante la hora que duró la función, fueron el resultado de una excelente coordinación de luces, escenografía (la cama se dividía en dos partes) y el elemento humano en el escenario (los actores manipulaban las dos partes de la cama). El diseño de sonido, la coordinación de vestuario y la utilería, de Josean Ortiz, jugaron a favor de lo que hemos señalado.
Las actuaciones de los dos protagonistas, Edwin Emil Moró (Yayael), y Josean Ortiz (Bayoán) fueron convincentemente realistas, aun en los momentos difíciles en los cuales la creativa dirección de Quiles abría una brecha física (indicando la brecha interior), entre los dos hombres, quienes se dirigían el uno al otro, mirando en direcciones contrarias, delicadeza que se logra a base de convencimiento y ensayos. El gran éxito de Ortiz y Moró fue el trabajo en pareja. Existía entre ellos el vínculo visiblemente invisible del rapport (en arroz y habichuelas: “la química”). Le creímos hasta las mentiras. ¡Bravos los dos!

La dirección de Mariana Quiles (estrella brillante en un montaje de méritos), planificada hasta el último suspiro, comprendía una bellísima coreografía de movimientos con sensación de realismo, en la cama, y el tráfico de los personajes con las dos partes que formaban esa cama, en todas las posibilidades de colocación y en todas las áreas, cada vez que ocurría una réplica. Ese desastre exterior que reflejaba el desastre interior caminó en línea ascendente hasta que se precipitó al abismo, y el fondo del abismo era la cama. Todo finalizó en la posición del punto de partida. La directora hizo girar su montaje físico alrededor del pathos de los personajes con una creatividad abrumadora. ¡Laureles de oro para ella!
Completan el equipo de “Las Réplicas”: Víctor Gerardo Colón, regidor de escena; Javier López (fotos de promoción); Ian López (Logo del título); Josean Ortiz (productor ejecutivo para Latinx Performance Ensemble)
El True Color Fest, que tuvo un buen comienzo con “Trans-mission” de Bárbara Herr, se enriqueció con “Las Réplicas” de Leo Cabranes-Grant. Quedan tres prometedoras producciones en cartelera: “Mi otra mitad” de Joshua Harmon (jueves 30 de junio a domingo 3 de julio), “No me importa si duele” de José Gregorio Martínez (jueves 7 de julio a domingo 10 de julio), y “Lo que pudo haber sido” de Terrence McNally (jueves 14 de julio a domingo 17 de julio). ¡Lo recomendamos!