Aplausos para Alfonsina

‘Yo amo a Shirley Valentín’, presentada por Producciones Girasol, fue una excelente selección para un festival de teatro de la mujer, sobre todo, para su cierre.
“Yo amo a Shirley Valentín”, protagonizada por la actriz Alfonsina Molinari, cerró el Primer Festival de Teatro de la Mujer celebrado en Bayamón. (Foto Alina Marrero para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Por Alina Marrero
Para Fundación Naciponal para la Cultura Popular

No recordamos exactamente cuál es la fecha. Don Ramón Figueroa Chapel infundía terror con sus críticas teatrales en el periódico El Mundo, y Doña Angela Mayer producía magníficas obras de teatro con primerísimos actores y actrices de la televisión. En una de esas producciones teatrales, dirigida por don Pablo Cabrera, junto con una galaxia de estrellas, trabajaba la niña Alfonsina, hija de la actriz Johanna Rosaly con su primer esposo, el director Gilberto Molinary. Era costumbre de Chapel (¡Ay, esa manía que tenemos de llamar a algunas personas por el segundo apellido, cuando nos parece más atractivo!) destacar los nombres de todos los actores antes de la primera oración de cada crítica. Pero en esa ocasión hizo, hizo una excepción. Antes de la primera oración de aquella crítica, Soso (así le decíamos a don Ramón) destacó: Alfonsina Molinary y las demás. “La niña se ha quedado con la obra”, nos comentó Mercedes Sicardo, una de las actrices de aquella magnánima producción.

Antes de ese incidente, la hija de Johanna ya tenía su leyenda. La niña se destacaba por imponer disciplina cuando tomaba talleres de actuación, por ser la más estudiosa, la más talentosa, la más inteligente y la más sabia. Cuentan que, cuando alguien le pedía una opinión comprometedora, la niña respondía: “Yo preferiría no opinar”. Con lo anterior, se daba a respetar.

La actriz, vestida en tonos grises, sugería ser un artículo más en una escenografía que parecía ilustrar el conflicto del personaje protagónico. (Foto Alina Marrero para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Alfonsina Molinary ya era toda una actriz cuando se convirtió en cantante de ópera. Hizo teatro, cine, televisión, producción, y en todo se destacó. Para mejor decir, en todo se destaca. De hecho, la última propuesta del Primer de Festival Teatro de la Mujer, la cual estuvo en cartelera entre el viernes 8 y el domingo 10 de abril, fue una producción de Alfonsina para Producciones Girasol, que ella misma protagonizó: “Yo amo a Shirley Valentín” del dramaturgo inglés William Russell.

Esta puesta en escena tuvo un significado especial. Alfonsina celebraba los 10 años de Producciones Girasol y sus 35 años de carrera, con el monólogo que había hecho su mamá, en 1998. En aquella ocasión, fue el primer unipersonal para la actriz, lo cual fue de esa manera también para la hija.

William Russell es un dramaturgo reconocido mundialmente. Entre sus éxitos se encuentran “John Paul George Ringo… y Bert”, y “Educando a Rita”. Algunas de sus obras de teatro han sido llevadas al cine. “Yo amo a Shirley Valentín” es una obra de teatro que ha tenido mucho éxito, desde su estreno en 1989. Por esta pieza, el dramaturgo fue galardonado, en 1989, con el premio “Laurence Olivier” a la mejor comedia y el “Theatre World Award for Outstanding Broadway Debut.

Por la calidad tan real del personaje y las situaciones que enfrenta, “Yo amo a Shirley Valentín” es una excelente selección para un festival de teatro de la mujer, sobre todo, para su cierre. El texto, ágil y excelente, contó con la buena traducción y excelente versión de Johanna Rosaly. Los asuntos que se pudieron al día, como la pintura clandestina del Normandie, pintada por el hijo de Shirley, y los apagones de Luma, que colocaron a la mujer en esas dos realidades nuestras, fueron muy acertados.

Contemos la historia como la contó la producción: “Shirley vive una existencia sin sobresaltos. Esposa y madre de 46 años con dos hijos ya mayores, está deseando salir de ahí. El colegio, el matrimonio y la vida han acabado con sus ilusiones y con la confianza que alguna vez tuvo en sí misma. Habla con la pared de la cocina mientras prepara la cena del marido para que, como cada noche, esté lista en cuanto él vuelva del trabajo. Mientras se toma una copa de vino blanco, sueña con un lugar sembrado de viñedos. Lola, su amiga feminista, la invita a Grecia, y sale a la luz su segunda personalidad, la de Shirley Valentín que es la que viaja para encontrarse con una vida diferente”.

Asistimos a la última función de Shirley Valentín, en el Teatro Braulio Castillo, el domingo 10 de abril a las cinco de la tarde. La casa estaba llena, y eso, por supuesto, nos da felicidad.

La pizarra que se integra sorpresivamente fue uno de los elementos arbitrarios que resultó refrescante en este montaje. (Foto Alina Marrero para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Cuando nos permitieron entrar en la sala, escuchamos la música (excelente selección de canciones muy pertinentes). No había telón, lo que permitió tener nuestro encuentro con la escenografía y con Shirley Valentín, quien se encontraba derecha bajo, en el área donde estaba la mesa de comedor para cuatro personas, ocupándose de algunas tareas domésticas. Sin salir de escena, el personaje dio la primera, segunda y tercera llamada, en una forma muy algo novedosa y simpática, que suponemos idea de la directora (Norwill Fragoso), y asumimos, con entusiasmo, que la velada nos traería la misma categoría de sorpresas.

Esperábamos una buena actuación de Molinary, y, efectivamente, eso sucedió. Confesamos que también esperábamos escuchar a la actriz cantar, y eso también sucedió. ¡Muy bien por todo, Alfonsina!

Con el afán de destacar un buen intento, examinemos, muy brevemente, lo demás. En algún momento del casi principio, nos fijamos en la escenografía: una cocina colocada en línea recta al fondo del escenario, cuya extraña combinación de colores (Gris y amarillo con un único artículo rojo cerca de fregadero, en contraste con el azul intenso de ciclorama) nos pareció fascinante. La actriz, vestida también en grises, sugería ser un artículo más en aquel espacio, y de eso, precisamente, se trata el asunto (o conflicto) de esta mujer.

Por fin empezó la obra, y la novedad que esperábamos en el montaje se resumió, en el primer acto al uso de los más atrevidos primeros planos (¡Bien!) y una pizarra que bajó del techo para que Shirley escribiera la palabra Grecia (¡Cuánto valoramos y aplaudimos estas refrescantes arbitrariedades en los montajes!). Lo demás, dio paso a unos movimientos conservadores sosegados, un tráfico escénico tranquilo, y una composición que tendió su ruta hacia la derecha (del público), demasiadas veces y sin aparente razón de ser.

Hubo en el intermedio otro intento de novedad, cuando el cambio de escenografía sucedió en la cara de los espectadores (todo, menos la mesa y las sillas, tenía ruedas en aquella cocina). Conocemos montajes donde estos cambios son parte del espectáculo porque han sido coordinados como la coreografía de un ballet, pero este no fue el caso. Aunque no molestó, y es posible que esa fuera la intención de la directora, el asunto quedó como un cambio que ocurre siempre cuando baja el telón, pero con el telón arriba, pre set incluido. El cambio de la interesante cocina sin profundidad ni niveles, se trasmutó a una enorme roca hecha de dos fermas, cuyo espacio entre ambas no se aprovechó, un patrón de nubes proyectadas en el ciclorama a la derecha (del público), pero completamente desierto a la izquierda, cuya luz dibujaba parte de las nubes en una de las fermas (¿A propósito?), y una mesa, nuevamente, a la derecha del espectador, con un vacío que suponía que algo que iba a pasar a la izquierda, no sucedió. Conocemos el espectacular cielo rosado al atardecer de las islas griegas en el Mar Egeo y el Golfo Sardónico. Conocemos las orillas del Mediterráneo. Conocemos los paisajes (naturales y arquitectónicos) en esa tierra que parece ser la fuente de todo color. Hablamos de una belleza que, hoy día, es fácil de comprobar, aun en el más absoluto minimalismo.

La trama de la obra se traslada a las islas griegas en el Mediterráneo. (Foto Alina Marrero para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

El público no perdió el entusiasmo, mucho menos el interés, durante la hora y cuarenta y cinco minutos de duración de la obra, sin contar el intermedio. Al momento de los aplausos, todos se pusieron de pie. Eso se llama éxito. El logro más conmovedor de todo el festival fue, precisamente, el público, que llenó casi todas las producciones a rabiar.

Componen el resto del eguipo de “Yo amo a Shirley Valentín”, Cristina Robles (Asistente dirección y regiduría), Fabiana Ochoa (Utilería y ambientación) Lynette Salas (Diseño de iluminación), Karla Santiago (Diseño de escenografía), Wendel Agosto (Realización de escenografía), Edel Galay (Pintura de roca); Ahemed Illich, Deyaneira Rivera, Jonathan Rivera (Técnicos); Cristina Robles, Norwill Fragoso (Musicalización); Norwill Fragoso, José Rivas (Vídeos de publicidad); Wilda Santamaría (Relacionista); Jorge A Castro (Fotos de publicidad).

Como nota curiosa, el programa de mano (¡Gracias!), tenía el crédito de Brisa boricua como apoyo emocional. Producciones Girasol no escatimó en algo tan importante como necesario, en lo cual casi nadie piensa.

Como todas las propuestas que se dieron lugar en el escenario del Teatro Braulio Castillo de Bayamón, para el festival que comenzó el 11 de marzo, Producciones Girasol tomó de la mano una entidad benéfica que en esta ocasión fue Paz para la mujer (www.pazparalamujer.org). Representantes de dicha organización ofrecieron orientación en el vestíbulo.

Producciones Girasol tiene una fecha para su próxima puesta en escena, “Peste a macho: Los papasitos”, que será en el Centro de Bellas Artes de Caguas, 6 de agosto. Compartirán escena Junior Álvarez, Jorge Castro, René Monclova, Camila Monclova, Magdaly Cruz y Alfonsina Molinary. Suena interesante. Adelante.

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