Por Tere Marichal
Mami tuvo 12 embarazos, pero solo seis logramos nacer. En la iglesia ocupábamos un banco y cuando íbamos al cine Roosevelt ocupábamos media fila.
El Roosevelt le caía a mami al dedillo porque ella era – por suerte – la que guardaba los cheques y llevaba las cuentas económicas, porque en cuanto papi tenía dinero en el bolsillo llegaba a casa con libros, discos y regalos para todos y flores para ella. Recuerdo que cuando uno de nosotros cumplía años, cumplíamos todos porque papi pensaba que traer un regalo a uno solo no estaba bien. El era como un rey Mago.
Recuerdo ir al cine Roosevelt y ver a mami vestida de negro o sea ella viuda y nosotros vestidos de pena. Pero cuando salíamos de ver la película estábamos contentos. Era una sanación. Una alegre transformación.
Había diferentes cines que recuerdo: el cine Presidente en el pueblo de Río Piedras, el Astor en Puerto Nuevo… Creo que fue en el Astor, en aquellas noticias que daban antes de la película, que pasaron un reportaje del funeral de papi y los siete nos esmelenamos a llorar. Fue impactante y muy doloroso.
Siempre fuimos al Roosevelt; allí se gozaba. No era solo la película, era el ambiente, la familiaridad.
Mis hermanos y yo íbamos de jóvenes y más tarde llevamos a nuestros hijos y estos nos llenaron de nietos y también los llevamos al Roosevelt. Le decía a una amiga que también tenía nietos, que ese era el único cine donde uno hablaba, llamaba a los hijos, saludaba a las viejas amistades, y recordaba muchas épocas diferentes, los nenes corrían, la gente se llamaba en voz alta.
Para muchas familias el Roosevelt era como un televisor gigante que estaba en una casa enorme donde nos encontrábamos, comprábamos pop corn y lo pasábamos súper bien.
Ahora las noticias nos dicen que el Roosvelt no resistió el impacto desastroso de la pandemia.
No me ato a lo material, pero este teatro, este cine guarda los recuerdos, las risas, los llantos y carcajadas de tres generaciones que crecimos y vimos el desarrollo y transformación de su arquitectura, esa que formó parte de una gran comunidad porque aunque usted no viviera en Roosevelt, ese cine formaba parte del encuentro placentero, alegre y familiar de gente de diferentes comunidades.
Ese cine que pronto van a cerrar fue el lugar donde muchos nos deslumbramos por primera vez con las imágenes que aparecían en aquella inmensa pantalla y comenzamos a mirar el mundo de otra forma.
Gracias a la administración del Roosevelt y a la familia que lo mantuvo vivo para que tantas otras familias nos sintiéramos como en nuestra casa. Por suerte los recuerdos siguen vivos y a medida que ustedes lean, van a querer escribir y compartir sus recuerdos y experiencias en este cine que formó parte de nuestras vidas, de nuestra cultura y de nuestro folclor como grupo que tuvimos en común muchas cosas.