Por Roberto Ramos-Perea
Para Fudación Nacional para la Cultura Popular
Este martes, por WAPA-TV se transmiten los capítulos 7 y 8 de la serie “Súbete a mi moto” que interpreta dramáticamente la hazaña histórica del grupo musical Menudo.
Razones muy personales que solo mis amigos estrechos conocen, me llevan a prestar atención a este fenómeno de nuestra televisión, que entiendo revierte gran importancia en el desarrollo dramático de nuestra historia musical.
Pocas son las series que han sido llevadas a la pantalla en nuestro país (o con su concurso), que tratan los hechos históricos de la vida de nuestros intérpretes musicales o nuestras figuras de significación política e histórica. Carencia de la que las diferentes administraciones de la WIPR-TV o de la TV comercial no han querido vislumbrar el potencial tanto artístico como económico que tienen. Países como México, Colombia, Argentina y el EU Latino han desarrollado y han sacado enormes dividendos económicos de las llamadas “miniseries históricas”.
Me basta recordar la más importante y excelsa miniserie escrita por la primera actriz Ángela Meyer, y producida por el hermano Beno de Jesús, titulada “Hasta el fondo del dolor”, sobre la vida de Sylvia Rexach, protagonizada con iluminada inspiración por esa primerísima actriz que es Sharon Riley.
“Hasta el fondo del dolor fue una excelsa muestra de capitalización artística de un momento crucial de nuestra historia que uso de fuente la vida de nuestra más importante compositora musical. La profundidad de sus diálogos y las inéditas situaciones, la descarnada visión de un Puerto Rico dominado por el machismo y la censura, la desintegración opresiva del mundo del artista creativo y apasionado que es víctima del encierro de una época sin oportunidades, hicieron de esta miniserie un verdadero manifiesto de la historia cultural de nuestra Nación.
Modelos como “Escalona”, éxito sin precedentes de Colombia sobre la vida del Padre del Ballenato, la reciente serie de la vida de Gloria Trevi escrita por la dramaturga Sabina Berman, incluso la reciente controversial serie sobre la vida del asesino Pablo Escobar, o las muchas que la televisión mexicana hizo sobre su santa revolución, son ejemplos imprescindibles a la hora de conocer nuevas interpretaciones de la historia contemporánea que salen de la cajita estrecha de la academia. Los académicos no son los únicos con derecho a interpretar la historia, y estas interpretaciones de la dramaturgia no tienen que estar “pair review” para ser tan válidas como las de los “scholars” (porque muchos dramaturgos son “Scholars” también.)
La prensa de farándula por su parte, escoge los temas que le producirán dinero a sus medios. Por eso, uno de los más turbios intereses que muchas personas tienen al ver “Súbete a mi moto” es conocer de primero mano, y llevar a discusión pública sin elementos de juicio alguno, el asunto de las denuncias de abuso sexual contra los jovencitos que formaron parte del Grupo.
Al mirar la serie con algo de apartamiento, descubro que ese morboso interés nubla otros aspectos interesantísimos que los escritores de la Serie nos traen, que vibran y exaltan por lo humanidad y sensibilidad con que han sido escritos. La agonía de los niños de enfrentarse a un éxito que jamás sospecharon, la urgencia de un productor ambicioso y arriesgado de mantener una empresa que resultó ser más grande que sus sueños, personajes ficticios pero alegóricos, -como la jovencita mexicana fanática del grupo o las madres castrantes e hipócritas que condenan hoy lo que ellas mismas practicaron de adolescentes, las reflexiones del protagonista ya viejo que trata de explicarse su pasado con algo de cordura, y los innumerables hechos históricos que se representan y que no conocíamos detalles, como la muerte de la fanática en el Estadio Brasileño, o las avanzadas sexualidades de algunos de los jovencitos del grupo, son escenas que nos parecen en su conjunto, una narración sorpresiva, atrayente por lo inesperada y por lo provocadora. Esta serie provoca, invita a ver más, a conocer la naturaleza humana cambiante y frágil de sus protagonistas. Esto convierte esta serie en una pasión. En eso, la puertorriqueñidad de esta serie es innegable. Hay en ella, latente y presente una puertorriqueñidad contradictoria sumamente incitante. Toda contradicción electrifica el pensamiento. Siempre he creído y expresado tanto en mis palabras como en mis obras, que la “contradicción” –no la “continua afirmación”, como decía mi admirado Maestro Francisco Arriví- es inherente al ser nacional.
No sé si son trazos del coloniaje impuesto a sangre y fuego, o si es por nuestra natural inclinación a querer lograr mucho haciendo poco o nada. Pero lo cierto es que “Súbete a mi moto” es una muestra brillante de mucho de lo que somos y eso es mérito demasiado para respetarla como obra de arte.
Y de paso, aplaudir algunas de las actuaciones que nos parecen sobresalientes, como la de Braulio R. Castillo, siempre un castillo de genialidad actoral; el trabajo meticuloso y cuidado de Edgar Cuevas, cuya larga experiencia en el cine y el teatro queda ratificada con luces en su papel del empresario de Padosa, aguzado y zorro. La muy querida Marsiol Calero, una de nuestras primerísimas, al igual que la Maestra Magali Carrasquillo, son ejemplos de oficio y sensibilidad al servicio de personajes sólidos. De paso, el protagonista, el puertorriqueño radicado en EE.UU., Yamil Urena, quien lleva sobre sí el peso de esta miniserie con una actuación de eminente calidad que nos asombra por lo articulada, fresca y poderosa.
Me prohíbo hablar de los chicos actores. Pero les invito a que la sigan viendo. No solo es disfrutable como entretenimiento televisivo, es importante, ¡muy importante! para nuestra historia, sobre todo en estos aciagos momentos donde olvidamos todo lo grande que podríamos aspirar a ser como Nación y todo lo grande que muchas veces ya lo hemos sido.