Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

“Tiempo muerto”, del insigne dramaturgo puertorriqueño, Manuel Méndez Ballester, es una de las obras más representadas en Puerto Rico. Le han dado vida los mejores actores de nuestra tierra, entre los mismos, Lucy Boscana, Chavito Marrero, Idalia Pérez Garay, Pedro Orlando Torres, Alba Nydia Díaz, Ernesto Concepción, hijo; Angel Domenech; Mercedes Sicardo y otros, a la misma altura. Hemos visto muchos de los montajes y al autor tomando nota en los ensayos. Hemos vivido infinidad de veces a “Juanita”, en el dintel de la puerta de su denigrada morada, a Ignacio pedirle a la esposa que “prepare a su hija”, y a Rosa suplicándole a Juanito que la saque de allí. A pesar de haber visto lo mismo tantísimas veces, siempre guardamos silencio durante el transcurso del viaje y nos mantenemos al filo, esperando, tal vez, que los personajes tomen decisiones diferentes, algo que nunca sucede. Lo que sí cambia de vez en cuando, y escrito por el propio autor, es el final.
El valor de esta pieza no está en tela de juicio. La fusión entre el contenido y la forma exhala perfección. Los personajes, con valores inservibles, atrapados en burbujas de una miseria que los confunde, y los acobarda, haciéndoles tomar decisiones aterradoramente inefectivas, están magistralmente definidos. La situación se ubica en la década de 1930, la misma década en la cual la huelga de la caña puso a temblar al país. Mucho se ha dicho sobre “Tiempo Muerto”. En eso no vamos a entrar.
Aprendimos en la escuela que zafra es el nombre utilizado para designar el período del año en que se corta la caña y se produce azúcar, y que se utiliza como sinónimo de cosecha y de producción. Tiempo muerto es el tiempo (valga la redundancia) que transcurre entre dos períodos de zafra. El título de la obra de Manuel Méndez Ballester, estrenada en 1940, trasciende esas definiciones. El tiempo muerto de los protagonistas es perpetuo.

Cuando entramos a la sala René Marqués del Centro de Bellas Artes de Santurce, el pasado sábado 19 de octubre, para ver la propuesta de Teatro Sol y Luna, Inc., sobre “Tiempo Muerto” de don Manuel Méndez Ballester, no había telón. Apreciamos una escenografía (Wanda S. Nieves Alvarado) que nos agarró y un pre set de luces (Carlos José González Crespo) en armonía. En la medida que hizo ese universo, nos dimos cuenta que el rojo y el verde, eran prohibidos, y el “tiempo” masacraba el espacio. Tuvimos la sensación de estar ante esa aterradora visión de la naturaleza, tres días después de un huracán. La sensación de tierra donde hubo guerra fue apoyada por el vestuario (Efraín Rosa), la utilería (José Luis Castillo Cintrón) y el maquillaje (Brian Villarini). La producción era impecable. Consideramos que fue, precisamente la producción, el logro más sobresaliente del montaje.
Teatro Sol y Luna es una compañía formada por Vivian Casañas y José Armando Santos en 1997, cuando eran estudiantes del Conservatorio de Arte Dramático del Ateneo Puertorriqueño. Desde ese momento hasta el sol de hoy, y en las mismas palabras de los productores, han “seleccionado textos de envergadura y pautado como prioridad la palabra del autor y su creación dramática”. Sol y Luna ha tenido que ver con estrenos mundiales de dramaturgos prestigiosos nacionales e internacionales. En marzo de 2019, y en el marco del centenario de nuestro René Marqués, Sol y Luna presentó, de este autor, “La Carreta”. De inmediato se dieron a la tarea de subir al escenario “Tiempo muerto” de Manuel Méndez Ballester.
Esta ocasión contó con la dirección de Roberto Ramos-Perea, quien acarició con su mano respetuosa y clásica, ciertos destellos de novedad. Una de estas novedades fue la música, compuesta para la ocasión por, Hugo Sebastián, hijo del director. No escuchamos las típicas cuerdas ni percusiones, no guiros ni maracas boricuas que nos transportan al café pulla servido en un coco en los predios del cañaveral. La flauta, protagonista en la composición, se reñía entre Latinoamérica y Oriente. El comentario del director correría por los insondables caminos del espíritu de la humanidad. Al alejar la tragedia de Puerto Rico, la acercó más. Como final, escogió el de la primera propuesta de Méndez Ballester, donde Juana se quita la vida al final. De hecho, como escena inicial, el director incorporó una imagen bañada en luces y sonidos de Juana, enarbolando el machete con el cual se va a suicidar. En la segunda alternativa de final, sugerida al autor por don Francisco Arriví, Juana grita, pero se queda viva.

Los actores, aunque de compostura lozana y saludable, salieron airosos con sus personajes enfermos, desnutridos y deprimidos. Vivian Casañas, dueña de una hermosa voz y una dicción impecable, logró momentos impresionantes en las escenas de desbocamiento extrovertido (¡Bellísima la escena entre Juana y Juanito en el segundo acto!) en su interpretación de Juana. Debería, tal vez, en sus momentos introvertidos, gritar con la expresión, impartir más profundidad. Como Ignacio, le creímos a Willie Denton cada momento de enfermedad incontrolable, cada pugilato interior y exterior. José Armando Santos le prestó con éxito a Samuel, su fuerza escénica, su potente voz, y su corazón. Como Simón, Rolo Reyes lució dinámico, sincero y convincente. Como Juanito, Jeancarlo Silvagnoli Santos, nos conmovió.
La estrella luminosa de la noche, fue Rosabel del Valle, quien hizo suyos cada palabra, cada gesto, cada respiración que el personaje le iba dictando al oído. Su actuación nos acompañó de regreso a nuestros hogares.
También nos acompañó ese sentimiento de felicidad al ver una sala de teatro llena con una obra de arte. Los actores, visiblemente conmovidos, recogieron los aplausos y ovaciones del público. Felicitamos a cada uno de los integrantes de esta producción. Esperamos el próximo estreno.
Tiempo Muerto contó con Guillermo Tejada Beltrán como productor asociado, la regiduría de Luis Javier López Rivera, el taller de teatro Zen y la gestoría actoral de Angela Mari, las fotos de promoción de Eric Borcherding y la producción general de José Armando Santos.