Réquiem de Verdi: metafísica inalcanzable

Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

No acostumbramos escuchar las grabaciones de los grandes clásicos del repertorio académico previo a la presentación de una obra de la envergadura del “Réquiem de Verdi”.

El maestro Maximiano Valdés dirigió la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico en el concierto de anoche en la Sala Pablo Casals del Centro de Bellas Artes de Santurce. (Foto Jaime Torres Torres para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Ayer fue la excepción y lo hicimos antes de llegar a la Sala Pablo Casals del Centro de Bellas Artes de Santurce para la cobertura del concierto clásico de clausura de la temporada magistral 2018-2019 de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico.

Del “Réquiem de Verdi” se conocen varias grabaciones. Este redactor escuchó la versión de la Filarmónica de Viena con Pavarotti, Talvela, Horne y Sutherland.

La música escrita está.

La partitura es densa, abarcadora y desafiante. Una misa de exequias o difuntos, interpretada en latín, con la solemnidad bíblica de salmos y otros textos de la liturgia católica, en la tradición judeocristiana, supone -más allá de técnica y un riguroso compromiso con la excelencia interpretativa- cierto grado de respeto, sensibilidad, solemnidad y recogimiento espiritual.

Y el maestro Maximiano Valdés, a la batuta de la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico, la Coral Filarmónica de San Juan, que dirige Carmen Acevedo, y los cantantes líricos Anaís Mejías (soprano), Celia Sotomayor (mezzo-soprano), Rafael Dávila (tenor) y Ricardo Lugo (bajo), lo logró con creces.

Los movimientos “Sanctus”, “Agnus Dei”, “Lux Aeterna” y “Libera Me” fueron los más aplaudidos de la noche. (Foto Jaime Torres Torres para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

La cobertura del “Réquiem de Verdi”, como lo fue la “Misa de Réquiem” de Mozart durante el Festival Casals 2018, es de esas experiencias elevadas y místicas que, al ser documentadas, pudieran no enfocarse en la valorización técnica de sus protagonistas porque, por su nivel de grandilocuencia temática y musical, exige largas horas de ensayo para garantizar una puesta en escena de carácter divino y sobrenatural.

Basta afirmar que el balance de orquesta, coral y solistas fue mucho más que perfecto, cuando la experiencia artística se concibe desde el alma. Si está tan al alcance de las limitadas aptitudes y capacidades humanas glorificar a Dios con la interpretación de una obra que, ante la conciencia de la mortalidad, se traduce en oración de contemplación, súplica, acción de gracias y alabanzas, ¿cómo sería un concierto de querubines, serafines y ángeles ante la Divinidad?

Desde el primer movimiento “Réquiem y Kyrie”, que transmitimos en vivo en nuestro muro en Facebook con la intención de promover el respaldo a la Orquesta Sinfónica ante el presente escenario de incertidumbre financiera, los criterios y consideraciones técnicas de la reseña habitual ceden ante la experiencia espiritual.

El silencio se apoderó de la Sala Pablo Casals y entre movimientos no se percibieron ni suspiros, en la confirmación de un estado de trance, comunión y conexión del público, más numeroso que en recientes conciertos, con la Divinidad.

La Coral Filarmónica de San Juan, dirigida por Carmen Acevedo, probó su indicutible calidad. (Foto Jaime Torres Torres para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Cada movimiento es un camino a la contemplación y a la comprensión, parafraseando a San Agustín, conciencia adentro de que Dios creó al ser humano para Él y que el corazón de la humanidad estará inquieto hasta que no descanse en Él.

Así se apreció en el doloroso “Réquiem y Kirie”, con la plenitud interpretativa de Orquesta, Coral y voces líricas, estas en la súplica de piedad divina para el alma que emprende tránsito hacia la eternidad con los entuertos de la falibilidad humana como equipaje.

La presunta furia de Dios, de un Dios que contradictoriamente es Amor, se revela en el fraseo orquestal y coral del movimiento “Dies Irae” (Día de ira). Alcanza además en las líneas del bajo Ricardo Lugo la implacable sentencia al juicio postrero. Este es el movimiento más avasallador del “Réquiem de Verdi”, por la integración e intercalación de la Coral Filarmónica, el tenor Rafael Dávila, la soprano Anaís Mejías y la mezzo Celia Sotomayor.

Ocasionalmente, cuasi ‘a capella’, si acaso con las líneas lúgubres del concertino Omar Velázquez o el misticismo del oboe, la interpretación subyuga por su enorme grado de dramatismo e intriga teatral, gracias a los elementos operísticos con que inevitablemente en 1873 Verdi impregnó la monumental composición inspirada por la muerte del escritor Alessandro Manzoni.

Orquesta, Coral y las voces boricuas elevaron el “Réquiem” a una latitud metafísica inalcanzable. (Foto Jaime Torres Torres para Fundación Nacional para la Cultura Popular)

De paso al tercer movimiento (“Offertorium”) optamos por cerrar los ojos y respirar profundo para, casi en trance, acariciar levemente la luz de la eternidad ante la sombra de la muerte temporal.

Orquesta, Coral y las voces boricuas elevaron el “Réquiem” a una latitud metafísica inalcanzable. Más que una experiencia religiosa se trató de una reflexiva y consoladora vivencia espiritual, a juzgar por los fuertes aplausos tras la exposición de los movimientos “Sanctus” (Santo, Santo, Santo), “Agnus Dei” (Cordero de Dios), “Lux Aeterna” (Luz eterna) y “Libera Me: (Líbrame, Señor, de la muerte eterna) con que finalizó la obra.

El Réquiem de Verdi fue dedicado a la memoria del ex gobernador Rafael Hernández Colón.

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