Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Las experiencias místicas, de carácter espiritual y esotérico; las vivencias astrales y la cercanía con el Ser Supremo que proponen las religiones hallan en la música erudita una expresión sin parangón.

Si a eso se añade el misterio de la vida y la muerte; y la esperanza en que la llama del Amor no se extingue con la desaparición del plano temporal esa música se convierte en una manifestación de regocijo y aliento.
Sospechamos que semejantes emociones y sentimientos estremecieron el corazón del compositor John Rutter, cuando en 1985 culminó la composición de su “Réquiem”, inspirada de alguna manera en la memoria de su padre, fallecido en 1984.
La obra, en siete movimientos, fue el clímax del concierto que la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico (OSPR) presentó la noche del Miércoles Santo en la Sala Pablo Casals del Centro de Bellas Artes de Santurce.
Fue una experiencia cuasi divina, a juicio de este periodista, en que la música y la voz se convirtieron en senderos para acercarnos a la idealización del ente que conocemos como Padre, Dios, Ser Celestial, Creador o Espíritu Supremo del Universo, fuente de todo lo bueno, hermoso y sublime a que podamos estar expuestas las personas.
La Orquesta Sinfónica, con su director asociado Rafael Enrique Irizarry en el podio; la Coral Lírica de Puerto Rico, dirigida por la profesora Jo-Anne Herrero, y la soprano Natalia González Santaliz interpretaron una versión enternecedora, liberadora, consoladora e iluminadora del “Réquiem” de Rutter.
Pocas veces iniciamos una reseña por la segunda parte de una jornada de la OSPR, pero la experiencia de anoche lo amerita.
Orquesta, Coral y la soprano condujeron a los contados espectadores en la Sala Pablo Casals a un relajante y diríamos apacible e hipnótico estado anímico, mental, emocional y espiritual en que, sin exagerar la hipérbole, alguno debe haber experimentado la cercanía de Dios, que también se revela en el arte.
El “Réquiem” de Rutter, a través de sus siete movimientos, es una expresión suprema de Amor y afecto extremo del compositor por su fenecido padre.
En latín e inglés, según se detalla en el programa de mano, cinco de los siete pasajes son estructurados en torno a la misa latina de exequias, a la vez que el segundo evoca el Salmo 130 y el sexto es un cántico poético o himno.
No exageró el maestro Irizarry cuando días atrás en un video en vivo con este redactor resaltó que pensó en la soprano Natalia González Santaliz por su técnica, registro y fraseo angelicales.
La simbiosis de soprano, coral y Orquesta es mayúscula e impecable, alcanzando a través de sus movimientos (Natalia canta dos) una solemnidad y espiritualidad que transita desde el dolor y el luto del sepulcro (“Requiem Aeternam” y “Out of the Deep”), hasta el consuelo que los creyentes concilian con su fe en Cristo (“Pie Jesu” y “Sanctus”) y la paz que, al comprenderse los misterios de la vida y la muerte, sostiene el alma (“Agnus Dei”, “The Lord is my Shepherd” y “Lux Aeterna”).
Con el “Réquiem” de John Rutter la OSPR contribuyó a la Semana Mayor con una presentación selecta e insuperable que, entre tanta distracción, mediocridad, frivolidad y ruido, será recordada como un faro incandescente que iluminó las tinieblas culturales en que yacen inmersos considerables sectores de la Nación.

A primera hora, el escaso público hizo embocadura con el “Réquiem y Resurrección” para Coro de Metales y Percusión de Alan Hovhannes. Con una configuración poco común en presentaciones de la OSPR, la participación de profesores de la sección de metales (trompetas y trombones) fue muy sobresaliente, logrando en términos estético-musicales contrapuntos hermosos, a pesar de la tensión de esporádicas disonancias y el luto recreado por el repique de campanas y los redobles del timpani.
La obra “Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis”, clasificada en el neoclasicismo, es una creación de Ralph Vaughn-Williams basada, según el programa, en una de las melodías que el compositor renacentista Tallis concibió para el salterio del prelado Matthew Parker.
Anoche fue adaptada para orquesta de cuerdas, resultando otra ofrenda de adoración al Espíritu Supremo del Universo, con solistas muy expresivos, como el concertino Omar Velázquez.
El concierto “Así en la Tierra como en el Cielo” fue un bálsamo al corazón en la Semana Mayor. Una pena que, como otras presentaciones de la OSPR, pasara prácticamente inadvertido. Mas, las personas que asistieron de seguro aun embelesarán sus almas con una vivencia esotérica, musicalmente hablando, de perenne recordación.