Un ‘Espejo’ contra la enajenación

Por José R. Jorge
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

Este fin de semana tuve la oportunidad de disfrutar del estreno de la pieza teatral “Nadie es profeta en su espejo”, del dramaturgo chileno Jorge Díaz. La misma se presentó en la Fundación Nacional para la Cultura Popular del Viejo San Juan, lo que le dio un aire de intimidad a la velada, que contribuyó grandemente a la atmósfera de intriga de la trama. Por momentos uno se sentía testigo y parte de la acción que acontecía en el apartamento de Rosa Luxemburgo, la protagonista de la interesante historia.

La obra, original del dramaturgo chileno Jorge Díaz, fue adaptada a Puerto Rico por Josean Ortiz. (Foto Javier Santiago / Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Esta obra teatral es muchas cosas a la vez. Por un lado, pertenece al género de la intriga política, que ya hemos visto en piezas tales como “El beso de la mujer araña”, del argentino Manuel Puig; o en una de mis favoritas, “La muerte y la doncella”, del argentino-chileno-norteamericano Ariel Dorfman. Pero también, es una historia de amor y de los límites del amor frente a las ideologías. Además, es un estudio de la compleja sicología de sus personajes, que se va revelando por capas, a medida que nos adentramos en su mundo. Y, para completar el banquete teatral, la pieza también es una de las obras de temática gay más inteligentes y retantes que he visto en tiempos recientes, pues se sale de la historia tradicional del hombre gay victimizado. Porque Rosa Luxemburgo es todo, menos víctima.

“Nadie es profeta en su espejo” nos presenta la historia de Rosa Luxemburgo, un travesti que antes de serlo se llamaba “Chema”, que por cuestiones del azar o no, termina una noche en su apartamento con Manolo, un hombre de negocios al que conoció en una barra. Ambos personajes tienen un intrigante pasado en común, que iremos descubriendo poco a poco a través de la noche. Desde el principio, Manolo está consciente de quién es realmente Rosa Luxemburgo y la trayectoria que los une, pero prefiere hacerse el ignorante, pues hay razones poderosas que lo han llevado a refugiarse en ese apartamento, las que no revelaré, pues le quitaría uno de los muchos elementos sorpresa que se entretejen en la trama.

Los actores contaron con la dirección de Mariana Quiles. (Foto Javier Santiago / Fundación Nacional para la Cultura Popular)

Josean Ortiz hace un trabajo exquisito dando vida a Rosa Luxemburgo. Aunque ya he visto a Josean interpretar personajes de mujeres fuertes anteriormente, pienso que esta ocasión fue diferente. Porque Rosa Luxemburgo es un personaje que realmente representa a dos personas en escena. Por un lado, está Rosa en toda la majestuosidad de su femineidad, disfrutando de la vida y de su sexualidad abiertamente y sin complejos. Pero por otro lado está Chema, el ideólogo de izquierda, que también surge en escena y representa la conciencia de Rosa Luxemburgo, y que al final acaba poseyéndola cuando se autoproclama “revolucionaria”. Así que no es fácil meterse en la piel de un personaje tan íntimamente diverso como Rosa Luxemburgo. Pero Josean lo hace magistralmente, como ya nos tiene acostumbrados.

También Ortiz tuvo a su cargo adaptar el libreto, ambientado originalmente en la realidad política de Chile, al imaginario de la política puertorriqueña. Así que en esta versión nos transportamos a la época de las huelgas universitarias, el carpeteo político y hasta la Junta de Control Fiscal, entre otros temas de la política local, que han sido parte del trasfondo histórico de ambos personajes.

Israel Solla Rivera interpreta a Manolo, el hombre de negocios que termina refugiándose en el complicado mundo de Rosa Luxemburgo. Primero que todo, hay que reconocer que Israel Solla es un actor valiente, porque aceptó el reto de prepararse para este personaje con una cantidad de tiempo bastante limitada, tomando en consideración la complejidad y seriedad del trabajo. Además, lo he dicho anteriormente, no es fácil ser la contrafigura de un primer actor como Josean Ortiz, con la experiencia escénica que tiene. Pero Israel Solla logra su misión con altos honores. Transmitió la ambigüedad de carácter de Manolo y su facilidad para poner la ideología en función del logro de su ambición, con todas las consecuencias que ello tiene en su vida. Además, le puso pasión al trabajo actoral, lo que se tradujo en una interpretación realista, que se midió de tú a tú con la extraordinaria interpretación de Josean Ortiz. Definitivamente hubo buena química actoral entre ambos, lo que no es muy común en nuestros escenarios.

“Nadie es profeta en su espejo” se presentará este fin de semana en el “D 2 Festival” en Nueva York. (Foto Javier Santiago / Fundación Nacional para la Cultura Popular)

La dirección de Mariana Quiles fue estupenda. Aprovechó al máximo el limitado espacio y, más que dar al público la ilusión de ver una historia, le dio la oportunidad de vivirla, sin que se perdiera ni por un segundo la atmósfera de misterio que rodea a los personajes. Logra la sensación de realismo que se experimenta cinematográficamente a través de películas como “La historia oficial”, donde llega un momento en que te sientes parte de la desesperante angustia del personaje por conocer la verdad. Además, a través de la pieza, los personajes experimentan transiciones emocionales, que fluyen naturalmente sin caer en el dogmatismo ni la exageración. Es un buen trabajo dramatúrgico y actoral, reforzado por una dirección puntillosa y acertada.

“Nadie es profeta en su espejo” se presentará el 3 y 4 de agosto en la primera edición del “D 2 Festival” en Nueva York. Pero esperamos que puedan traerla de regreso a Puerto Rico en algún momento, pues representa uno de esos trabajos teatrales que vale la pena ver, y que tanta falta hacen para sacarnos de la enajenación y llevarnos a la reflexión.

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