Por Rafael Vega Curry
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Dos motivos fundamentales vertebran la vida de Ricardo Pons, ambos muy ligados entre sí: la educación y su profundo amor por su tierra puertorriqueña. La corriente subyacente que los une, claro está, es la música. La música que toca en cualquiera de sus cuatro saxofones, su flauta, su clarinete o sus instrumentos de percusión; la que compone, la que arregla o, sencillamente, la que escucha, con un educado gusto que abarca desde Tchaikovsky hasta Monk –sin olvidar a Maelo Rivera.

Ampliamente respetado por sus colegas, sus estudiantes –muchos de los cuales también son hoy músicos profesionales- y por el aficionado que disfruta la buena música contemporánea puertorriqueña, Pons reconoce la huella que dejaron en él sus maestros, que incluyeron, entre otros, a luminarias del jazz como Ray Santos, Ron Carter y Jimmy Heath. “He sido bien dichoso, he sido súper bendecido”, manifiesta. “Por eso, hoy tengo que ser el mejor maestro posible, porque si no sería un ingrato”.
Co-autor, junto a Héctor “Tito” Matos, de los cinco discos del grupo vanguardista de bomba y plena Viento de Agua, así como de otras cuatro grabaciones en diversos contextos, el músico –quien nació en Santurce y se crió en Río Piedras- no descarta volver pronto a los estudios para producir una nueva grabación junto a la banda Causa Común. Integrada por Luis Raúl Romero en guitarra, Ricky Rodríguez en bajo y Efraín Martínez en batería, así como el propio Pons, este grupo creó una de las grabaciones de jazz más personales e intensas que se hayan hecho en el país, “segundapiel”, en 2006.
Coincidencias felices –
Podría afirmarse que una serie de coincidencias muy oportunas fueron trazando el desarrollo de Pons, especialmente en lo relacionado a los estudios. Cuando cursaba el quinto grado en la escuela elemental de la UHS (University High School), en Río Piedras, en la misma no ofrecían un programa de Banda como tal. Sin embargo, el maestro, Juan Correa Lago –a quien considera otro padre- se animó a empezar uno, sin cobrar un centavo.
“A mí me dio con que yo quería tocar, algo ‘random”, recuerda Pons. “A los 10 años cogí una fiebre con la flauta que no se me ha quitado”. Seis meses después, había progresado tanto que Correa Lago le tuvo que conseguir un maestro especializado en ese instrumento. “Felizmente, Rubén (Piccolo) López Pérez, quien fue flautista de la Sinfónica por muchos años, recién había regresado a Puerto Rico. Juan Correa me puso en sus manos”.

El ambiente familiar propiciaba las inclinaciones musicales del joven. Su padre de crianza, el pintor Rafael Rivera Rosa, tenía una gran afinidad por la música y escuchaba muchos estilos distintos en el hogar. Su abuelo por parte de Rivera Rosa, Pompilio Rivera, fue músico y tenía un trío, Los Tres Amigos. “Llegó a ser segunda guitarra del Trío San Juan. Vivió siempre de la música, cuando los tríos estaban en su apogeo en la ciudad de Nueva York”, cuenta Pons. Por otro lado, su padre biológico toca acordeón de oído y era aficionado de la música de Brasil.
Animado por sus profesores, se mudó inicialmente a Boston, para estudiar flauta clásica en el Conservatorio de la ciudad. Para entonces estaba bien enfocado en la música clásica y había llegado a tocar en el Festival Casals.
“Pero Boston para mí fue un trauma: mi primer año solo, mi primer año con el inglés, mi primer año con el frío. Feliz coincidencia, mi padrastro obtuvo una licencia con sueldo para estudiar una maestría en Pratt Institute, en Brooklyn. Mi hermano mayor se había ido a Nueva York a estudiar danza moderna en Juilliard (School of Music). Toda mi familia inmediata estaba allí. Así que yo me preguntaba ‘¿qué hago yo en Boston? A mí me gusta Nueva York”.
Completó su primer año en Boston y se mudó a la Gran Manzana, donde se hospedó en el apartamento de su hermano. Al averiguar qué opciones de estudio tendría en la localidad, descubrió con alegría que City College, “que tiene tremendo departamento de música” estaba apenas a 20 cuadras de distancia. “Tuve la dicha de que tenían un departamento clásico y uno de jazz”, precisa.
En aquel tiempo, ya le gustaba el género sincopado, pero no lo conocía muy bien. “Recuerdo los primeros tres discos de jazz que me compré, con los chavitos que a uno le regalaban de cumpleaños”, rememora Pons con una sonrisa. “Había sido en el Taller de Jazz Don Pedro, la tienda que Ramón Soto tenía en un sótano en la calle González de Río Piedras. Llegué ahí chamaquito, con 15 o 16 años y le dije, ‘yo no sé nada de jazz, ¿qué usted me recomienda?´ Ramón me recomendó un disco de Thelonious Monk que sigue siendo de mis favoritos de toda la vida, ‘Underground’; un disco de un tenorista, Ricky Ford; y otro de un grupo llamado The Vibration Society, ‘The Music of Rahsaan Roland Kirk’, en el que toca Hilton Ruiz. A ese sí que le dí una pela… Ese disco y el de Monk me marcaron muchísimo. A partir de ese momento he estado enamorado de Monk, nunca he dejado de estarlo”.

Con la cercanía de City College, se dijo a sí mismo que podía estudiar jazz también y se interesó por primera vez por el saxofón. Paralelamente, había conseguido trabajo con el Teatro Pregones, cuya fundadora y directora, Sandra Rodríguez, era amiga suya. Aquí ocurrió otra de las coincidencias felices de su vida: Rodríguez también era amiga del legendario saxofonista y director de orquesta Mario Bauzá, uno de los creadores del jazz latino.
“Sandra me llevó a su casa. Mario me escuchó tocar flauta y le encantó. Yo le dije, ‘maestro, yo quiero aprender a tocar saxofón’. Poco después, fui literalmente de la mano de Mario Bauzá a comprar mi primer saxofón, a una casa de empeño”.
Bauzá lo puso en manos de su saxofonista alto, Rolando Briceño, “un venezolano que toca como los dioses”. “De ahí es que saco esto de ser multiinstrumentalista, porque Briceño tocaba todos los saxofones, además de la flauta y el clarinete” (lo que también hace Pons en la actualidad).
Briceño lo veía una sola vez al mes, pero la clase podía durar desde las 11 de la mañana a las 11 de la noche, tocando y hablando de música. “Me enseñó que cada instrumento requiere de un enfoque particular”, recalca Pons. “Hay que respetar cada instrumento y dedicarle su tiempo”.
Entretanto, seguía estudiando música clásica en City College. “Estaba haciendo dos bachilleratos en uno; hoy en día no puedes hacer eso, porque la beca no te los cubre. City College fue una experiencia magnífica para mí”, sostiene el músico.
Hacia esa época tuvo la oportunidad de estudiar con tres glorias musicales: el saxofonista y arreglista Ray Santos; el saxofonista Jimmy Heath, quien era profesor en Queens College y lo animó a que completara allí su maestría; y el inimitable bajista Ron Carter, su primer maestro de improvisación (“la mitad de la clase eran anécdotas que él hacía y los estudiantes ‘eslembaos’ escuchándolo”). Pons recuerda con mucho afecto la ocasión en que, por invitación de Carter, sustituyó al sensacional flautista Hubert Laws en un ensayo.

La experiencia de aprendizaje durante los 12 años que permaneció en Nueva York no se limitó, sin embargo, a la academia. Durante todo ese tiempo, estuvo trabajando con el Teatro Pregones y tocando con diversas agrupaciones de salsa y jazz, empapándose del rico ambiente musical de la Gran Manzana. Además, colaboró durante 10 años con Los Pleneros de la 21. “Esa fue mi escuela de la bomba y la plena, no fue aquí en Puerto Rico”, subraya el músico.
Tal vez como fruto de esas variadas experiencias, Pons no tiene un instrumento favorito entre todos los que toca.
“Depende del día, como a la hora de escuchar música”, dice. Entre las grabaciones que ha estado escuchando recientemente, menciona el segundo movimiento de la Sexta Sinfonía de Tchaikovsky; la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorak; y el segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven. “Pero hace poco estuve dos semanas en Cuba y cuando regresé lo primero que hice fue poner a Maelo (Ismael Rivera) para decirme ‘llegué a Puerto Rico”.
Sus grabaciones –
“Viento de Agua ha sido un ‘pet project’, uno de mis enfoques principales”, afirma Pons sobre el grupo que co-lidera junto a Tito Matos y que surgió a partir de la experiencia de ambos en Los Pleneros de la 21. El primero de sus discos, “De Puerto Rico para el mundo”, fue producido por Ned Sublette –quien trajo por primera vez a los Estados Unidos varias de las principales bandas cubanas, como Los Muñequitos de Matanzas y Los Van Van- y contó con Jon Fausty, el mítico ingeniero de grabación de la Fania, en la parte del sonido. “Lo quiso hacer porque para él era algo bien diferente”, sostiene Pons. “Lo hizo con un cariño bien chévere y yo aprendí de él durante el proceso”.

A ese primer disco le siguieron otros cuatro: “Materia prima”, “Fruta madura”, “Opus IV” (nominado al Grammy latino) y “Sonidos primarios”, un disco de canciones infantiles. Con esta forma, Viento de Agua cuenta con la distinción de que todas sus producciones hasta el momento han sido incluidas en la selección de las grabaciones más sobresalientes del año de la Fundación Nacional para la Cultura Popular.
El músico tiene además otras cuatro producciones discográficas que lidera o co-lidera: “Plena del sol”, una original combinación de tres vientos y panderetas; el ya mencionado “segundapiel”, junto a Causa Común, en el que sobresalen sus propias composiciones; “De akokán/Buscando la esquina”, junto al cantautor cubano Pável Urkiza; y el proyecto “Puerto Sax”, con otros tres saxofonistas: Angel Torres, Frankie Pérez y Roberto Calderón. Además, destaca su participación en el primer álbum del grupo vanguardista Holograma, con los mismos músicos de Causa Común; y en “Finding My Path”, del bajista Aldemar Valentín, nuevamente con los mismos músicos, excepto, claro está, el bajista.
Su rol de educador –
Radicado en Puerto Rico desde 2000, cuando fue reclutado por Jorge Pérez Rolón, el creador del Departamento de Música de la Universidad Interamericana, Pons comenzó en ese año su carrera de educador, de la que dice sentirse satisfecho y que ha incluido también periodos en el Conservatorio de Música. Ha enseñado de todo: saxofón, composición, improvisación y armonía. Su taller de bomba y plena es único en las universidades en Puerto Rico.

“Felizmente, hay muchos jóvenes puertorriqueños que están hoy en la bomba y la plena gracias a ese primer contacto que tuvieron en la Inter”, subraya Pons. “Yo no soy percusionista, pero les enseño a tocar los barriles y las panderetas, así como la historia y los diferentes estilos de nuestros ritmos autóctonos. Ha sido muy gratificante”, agrega, recordando con admiración la primera vez que escuchó la bomba y la plena, en Loíza. “Quedé prendado, esos tambores se escuchan desde lejos”.
Pons recalca que a lo largo de toda su carrera ha hecho énfasis en la música puertorriqueña, incluyendo la música jíbara. Tal vez por ello, su composición “Vieques Sí”, grabada por Ralph Irizarry y Timbalaye, está considerada como la primera “plena jazz”, luego, claro está, de las creaciones de Rafael Cortijo y su Combo y del trombonista y compositor William Cepeda. Como dato significativo, esa pieza fue escogida para ser incluida en The Jazz Real Book, una especie de libro básico de repertorio para los jazzistas del mundo entero. Posteriormente, Irizarry grabó otras dos composiciones suyas, la danza “Palabra rebelde” y “Monte Adentro”, basada en el seis villarán. El percusionista, líder de orquesta y educador Bobby Sanabria también grabó una pieza suya, “El líder”, en su álbum “Big Band Urban Folktales”.
La situación social –
Como ciudadano comprometido con su patria, Pons no está en absoluto ajeno a la dura situación social que vive Puerto Rico. “Lo primero que quiero decirte sobre este tema es que llevo muchos años tocando la música jíbara, particularmente con los Hermanos Villanueva y con Christian Nieves, bastante a menudo con Andrés Jiménez también”, dice el músico, padre de dos hijas, de 21 y dos años. “Esa es otra escuela. Es una música compleja que me ha dado otra perspectiva de la música de este país: que es una música que está bien viva”.
“Don Pedro Albizu Campos decía que el puertorriqueño tiene el deber de educarse lo más posible, porque nuestra herramienta es el conocimiento. El arma principal de la juventud y de nuestro país es el conocimiento. Y José de Diego decía que la estatura se mide desde los hombros hacia arriba”.

Por todo lo anterior, inculcarle a sus estudiantes el conocimiento, el amor y el respeto a nuestros géneros tradicionales “para mí ha sido fundamental en mi labor como educador. Eso tiene que ver con una afirmación nacional, con el concepto de (saber) de dónde vienes y a dónde vas. El problema con la educación en este país es la falta de enfoque. ¿Para qué tú quieres educar a un niño? ¿Para qué quieres llenar esa cabecita de información? Pues debería ser para ser un buen puertorriqueño, un buen ciudadano que aporte al país. Pero para eso lo primero que tienes que hacer es enseñar la historia. Y ahí empiezas a chocar con la pared”.
“Si algo nos puede ayudar en estos momentos es que los jóvenes tengan un sentido de identidad y la música es una gran herramienta para eso”, asevera. “Saber que aquí existen 20 tipos distintos de bomba, a la vez que conoces tus próceres, para tú ubicarte a partir de una tradición y de una historia. La música va a seguir siendo una trinchera de reafirmación. Si tú no tienes un sentido de pertenencia, no lo defiendes”.
“Yo aprovecho cada oportunidad que tengo de tratar de abrirles la mente a mis estudiantes para que tengan un análisis crítico de la realidad. Yo soy simplemente un intermediario, una herramienta para que ellos descubran las cosas”.
“No hay pensamiento crítico y yo pienso que eso es lo más importante que un ser humano puede tener. Sigo viendo la música como punta de lanza, para crear un sentido de pertenencia en la gente. Es momento de proponer y buscar, porque Puerto Rico no se va a hundir en el mar mañana”.