Por Joselo Arroyo
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
“La leyenda del beso” es una zarzuela en dos actos de los maestros Reveriano Soutullo y Juan Vert, con libreto de Enrique Reoyo, José Silva Aramburu y Antonio Paso. La misma se estrenó con gran éxito en Madrid, el 18 de enero de 1924; y, casi un siglo después, aún continúa esparciendo su leyenda y anatema. El pasado 18 de marzo, esta historia de gente adinerada, gitanos y maldición volvió a estrenarse en la sala René Marqués, del Centro de Bellas Artes de Santurce. Esta zarzuela -producida por la Fundación Puertorriqueña de Zarzuela y Opereta- es considerada la obra que llevó a la fama a los maestros Soutullo y Vert. El libreto de la pieza es un exponente de la zarzuela llevada al campo de la opereta, con ciertos toques melodramáticos y algunos elementos exóticos para dar color.

La historia: En el parque de un viejo castillo señorial, Mario celebra con sus amigos su despedida de soltero, dada a su boda con una señorita impuesta por su familia. Accidentalmente, Mario conoce a Amapola, la reina de los gitanos; y él se pierde por ella en todos los sentidos. El jefe de los gitanos, Alesko, pide permiso para acampar en las tierras pertenecientes a Mario. También cuenta que, en ese lugar, murió la madre de Amapola. Mario pide ayuda a los gitanos para que preparen una fiesta como pago por dejarles acampar en sus tierras. Mientras, Mario también trata de seducir a Amapola con sus palabras, quien sucumbe ante éstas. Iván, el prometido de Amapola, con ataque de celos, produce una discusión.
Amapola es atacada por un jabalí y la traen ante Mario. Cuando éste va a besarla, aparece Ulita, la hechicera del campamento, quien lo impide. Ella relata que la madre de Amapola, tras entregar su amor a un mal hombre, cuyo fruto fue Amapola, lanzó una maldición a su hija antes de morir: todo aquél que trate de besarla morirá sin remedio. Luego, en el parque del castillo, Mario celebra una fiesta, a la cual ha invitado a Amapola. Mario impaciente ante su cita, duda que Amapola venga. Pero, al verla llegar, la besa sin poderse resistir y sin hacer caso de las advertencias de Ulita. Iván, al verlo, trata de atacarlo. Ulita se interpone, enviando a Amapola a regresar al campamento; y demostrándole a Mario que el hechizo se ha cumplido: tras besarla, él morirá de amor por ella.
El peso de los roles protagónicos líricos recayó en el barítono argentino Gustavo Feulien (Mario); la soprano -debutando como solista- Anaís Mejías (Amapola); el tenor José Daniel Mojica (Iván); el experimentado barítono Rafael Torrens (Alesko); la mezzo-soprano puertorriqueña Patricia Vásquez (Ulita); la joven soprano Elizabeth Rodríguez (Simeona); el polifacético tenor Ubaldo L. Catasús (Juan); y el barítono bayamonés José Camuy (Ernesto).
El acertado refuerzo actoral fue provisto por los talentosos Herman O’Neill (Gorón) y Carlos J. Ferrer (Cristóbal). El coro, tan necesario en este tipo de espectáculo; y demás elenco estuvo compuesto por Solimar Santiago (Charito); Lucecita Soler (Margot); Gabrielle Timofeeva (Ketty); Edmanuel González (Alfonso); Nasha Padilla (Sirvienta 1); Aida Rodríguez (Sirvienta 2); Alkelis Rodríguez (Luis); Vicente Portalatín (Gurko); Xavier Caraballo (El oso); Valeria Herrera (Clavellina); Melody Navedo (Coral); Georgina Portalatín (Estrella); Shaelyn Román (Rocío); y Zaireli Rivera (Violeta). El coro adicional lo conformó Lourdes González, Isabel Llompart, Raedcavid de Jesús, Samuel Figueroa, Melvin Rodríguez y Víctor Chárriez. Además, figuraron como extras Iris Díaz Torres y Marirosa Betancourt. El pianista para los ensayos del coro fue Harry Aponte.

La amplia orquesta fue compuesta por Mayra Urdaz, Verónica Quevedo, Gabriel Vázquez, José F. Quintero, Enrique Collazo y Sandra Rodríguez (violín I); Leticia Medina, Ramón Arroyo, Carlos Rodríguez y Guillermo Peguero (violín II); Jorge Ramos, Yamil Otero y Luis Figueroa (viola); Gabriel Acevedo y José E. Bobrén (cello); Reinaldo Robles (contrabajo); Edda Liss Feijó y Cynthia Cartagena (flautas); Harry Rosario (oboe); Sandra Ortiz y Cristina Rodríguez (clarinetes); Jesús Acevedo (fagot); Félix Juan y Ariel Guzmán (trompa francesa); José L. Valdés y Nitai Pons (trompeta); Julio Peña y Emmanuel Lebrón (trombones); José Guerrero (timpani); Orlando Maldonado, José Fabián Rosa y Frederick Rodríguez (percusión); Pedro Juan Jiménez (piano); e Hipólito Márquez (tramoya).
Un trío de directores muy atinado le dio forma y revivió la “leyenda del beso”. Ellos son Gil René Rodríguez, como director de escena, José Eduardo Vanga García, como director de orquesta y Jo-Anne Herrero, como directora coral. Juntos le dieron cohesión y conformaron una buena experiencia.
Raúl de la Paz se integró a la puesta, en calidad de coreógrafo, siendo uno de los mayores aciertos de la noche, conjunto con el cuerpo de baile, compuesto por Karem Camacho; Karina Martínez; Katherine Morey; Joanetzy Ramírez; Laura Vélez; Ángel Cordero; Jean Carlo Feliciano; y Jonathan Feliciano.
El estético y bien logrado diseño de escenografía estuvo a cargo del profesor José “Checo” Cuevas, siendo la transición al último cuadro en el segundo acto uno sumamente lucido. El colorido y emblemático vestuario fue de Vilma Martínez. Marielena Ramírez completó la imagen de los personajes, encargándose del diseño de maquillaje y peinados. Una hermosa y acertada iluminación, diseñada por Pamela López, se integró favorablemente a la puesta. Completaron la ficha técnica el minucioso trabajo de regiduría de Aníbal Rubio; Cristina Robles en la dirección técnica; Cristina Sesto, encargada de la ambientación; y Tito Iván Soto como asistente de producción.
Un dato interesante que merece resaltarse: existe una extraña superstición con respecto a esta zarzuela. Generalmente, “La leyenda del beso” es difícil de representar completa debido a lo extenso de su partitura. A veces, se cortan algunas repeticiones y frases al representarse. Y, curiosamente, entre las partes que se eliminan, se encuentra la romanza correspondiente a la invocación de Amapola, cuando le lee las manos a Mario. Se dice que trae mala suerte al teatro donde la zarzuela se represente; y, de incluirse, cosas extrañas suceden durante la representación. No obstante, la puesta boricua de la Fundación Puertorriqueña de Zarzuela y Opereta solo generó aplausos, vítores y la satisfacción de un público muy complacido por el espectáculo, que la tarareó de principio a fin.