Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Es un genio de la guitarra clásica que impresiona por su sencillez.
Nada de ínfulas de grandeza ni de celebridad intocable.
Iván Rijos es un artista de carne y hueso.
Otros, con poco, se aferran al estrellato de sus laureles, pero Rijos no.
Su estatura artística y musical es mucho mayor cuando reconoce que su talento es don de Dios. Quien así se expresa se ha desempeñado como catedrático de guitarra en la Universidad de Puerto Rico y en los conservatorios de Boston, Maryland y Arizona.
Es un virtuoso cuya experiencia y peritaje los ha desarrollado con mentores como Andrés Segovia, Leo Brower, Carlos Barbosa-Lima, Leonardo Egúrbida, Juan Sorroche y Manuel Barrueco.
Un fuera de serie premiado con el primer lugar en festivales de guitarra en Tuczon, Arizona; Alcoy, España; La Habana, Cuba; Nueva York, Estados Unidos y San Juan, Puerto Rico.
Y un prodigio aplaudido en salas de concierto como el Carnegie Hall en Nueva York, el Bing Theater en Los Ángeles, el Auditorio Nacional de Madrid en España y el Teatro Sesiminas en Brasil, entre otros escenarios en que, como concertista, actuó junto a las orquestas sinfónicas de esos y otros países.

Con todas esas credenciales, Iván Rijos reitera que su vida es sencilla y su personalidad la de individuo común y corriente. Antes de hablar de sus proezas en la música, prefiere mejor reconocer a sus maestros y lo hace con los pies en la tierra, dándole la gloria a Dios.
Por eso no tiene dificultad alguna en señalar a Gilo Quiñones como uno de sus primeros maestros. “Cuando era un novato, me nutrí mucho de la figura del omnipotente Andrés Segovia, que fue uno de mis maestros, pero la gente que más hace por uno son la madre, el padre, el maestro en la escuela, el cura y el pastor. Gilo fue mi maestro de verdad. Los maestros en las escuelas libres de música, en los conservatorios y las universidades privadas son los que realmente forman a los estudiantes. La figura famosa, como Segovia, aporta desde el punto de vista artístico, pero lo que hacen los maestros con los estudiantes es una tarea divina porque lo que me dio mi tío Rubén Guzmán, que me enseñó a tocar guitarra de oído, y luego Gamalier Guzmán, hasta llegar a Gilo, perdura”, expresó Iván, cuyas palabras emanan con la naturalidad y precisión de las notas que puntea en su diapasón.
No repara, en su introspección, al mencionar y agradecer a otros mentores, como Ángel Luis Cepeda y su subrayando su admiración por Gilo, a quien considera un guitarrista innato por su técnica y versatilidad.
“Como él, hay muchos anónimos, que son maestros absolutos y grandiosos. Yo no puedo decir que los grandes maestros sean más que ellos. En este caso, Gilo ha hecho una aportación a mi vida increíble. Su madre es como mi madre y es una honra tenerlo a mi lado”.
Iván Rijos creció en el seno de una familia cristiana en el poblado Palmer, en Río Grande. Es su casa no había televisión. Los siete días de la semana se celebran cultos y se reflexionaba la Palabra de Dios. Su único entretenimiento era su bicicleta y los instrumentos de sus tíos.
“En mi casa tuvimos la bendición de que mi abuelo lo que nos puso fue WIPR Radio todo el día y discos de música clásica y cristiana. En las velloneras de los negocios se escuchaba la música popular y un poco más tarde llegó el rock. Luego vinieron los tríos y tuve unos maestros como Plutarco Medina y Ángel Luis Cepeda, que fueron unos baluartes tremendos de ejemplos y música viva directa”.
Desde entonces, concibe la guitarra como el instrumento de su salvación. “Es mi Cristo salvífico a través de las cuerdas. Es un poder sobre la posible nulidad, pereza o vagancia de nosotros. No somos como los orientales, que tienen inmerso en su cultura un honor milenario de hacer las cosas con una disciplina y una exactitud, que mejor no comen ni duermen sin terminar su trabajo. Nosotros no venimos de eso y cuando a un niño le pones un instrumento en la mano, como en mi caso, y tienes los ejemplos de Andrés Segovia y Paco de Lucía, uno tiene que seguir esas metas”.
Así, pues, el virtuosismo de Iván Rijos es el resultado de la ecuación de talento y sacrificio. Pero está consciente de que jamás alcanzará la plenitud y la perfección porque el único pleno, absoluto y perfecto es Dios.
“Uno es una partícula, el grande es Dios que nos ha permitido ser una particulita de ese Todo. Uno realmente debe sentir el privilegio de reconocerlo a Él y reconocerse que se ha tenido el privilegio de recibir su misericordia y lo mucho que somos en la pequeñez”.
Firme creyente de que sus discípulos también pueden ser sus maestros, otro mentor al que siempre le vivirá agradecido es Juan Sorroche, uno de los invitados a su boda, hace ya unos años.
“Es una persona que en mi formación fue aquel que Dios quiso que una tarde de domingo, mientras escuchaba WIPR Radio, la señora Luisita Rodríguez le dedicara un programa después de competir en el concurso de Radio Francia, el de más prestigio e importancia en el mundo, en la década de 1970. Ella dijo: ‘Esta noche, nos visita Juan Sorroche’. Cuando escuché su nombre por primera vez, dije: ‘¿qué es esto?’ Lo entrevistaron y él tocó todo el programa. Juan estudiaba en Suiza. Andrés Segovia lo escuchó y escribió una carta hermosa. Las piezas que se pasaron ahí son un gran legado. Tocó “La Cavatina” de Tansman y el tema y variaciones sobre “La Canción Catalana” John Duarte. Esa grabación de Sorroche entró en mi alma; la penetró por su manera tan dulce y tan precisa de tocar, técnicamente límpida y cristalina. Al maestro yo le debo demasiado. Porque después lo vi tocar y fue un sueño. Después me llevaron a la casa de su mamá, donde él daba sus clases. El maestro Sorroche sabe que lo quiero mucho. Puerto Rico y la historia le agradece todo lo que usted ha hecho por su alumnos, al igual que el maestro Egúrbida”.
De regreso a Puerto Rico, durante 2017 en la agenda de Iván Rijos la prioridad es su familia; su esposa y la bebita que pronto nacerá.
“Mi agenda es mi hogar y agradar a Dios, limitando mis errores y defectos lo más posible, con tal de afectar al mundo de una manera positiva, a pesar de mi imperfección”.