Por Rafael Vega Curry
Fundación Nacional para la Cultura Popular
La escena de la música independiente está en pleno auge en Puerto Rico, más allá de las vicisitudes económicas y políticas que atraviesa el País. Los tiempos difíciles no restringen la creatividad; al contrario, parecen estimularla. La expresión propia –no solo en la música, sino en las artes en general- así como la autogestión son la orden del día.

Un buen ejemplo de ello es la banda Señor Langosta, integrada por Jorge Andrés Ferreras, quien es el líder, compositor y guitarrista; Manuel Rodríguez en bajo eléctrico; Alexandra Rivera en piano y teclados; y Gamaliel Santiago en batería, a quienes se les unen invitados especiales en determinadas ocasiones. La banda acaba de lanzar su segunda producción discográfica, “El experimento caribeño”, producida por ellos mismos y distribuida por el sello Ropeadope.
Es un título muy apropiado. Ninguna otra banda en Puerto Rico, presumiblemente, está cultivando hoy día el tipo de “acid jazz” que produce Señor Langosta, mezcla de jazz, rock, efectos psicodélicos y un leve toque “latino” –todo un “viaje” musical, capaz de transportar al oyente hacia estados elevados de la conciencia, o de su propia reflexión interior.
En una entrevista publicada, Ferreras hizo alusión a que prefiere un sonido más “sucio” o distorsionado del que prevalece en buena parte de las producciones actuales de jazz, y en este disco lo demuestra de inmediato. Ese tipo de sonido no solo anima su solo de guitarra en el primer tema, “Funk You”, sino el concepto entero de la banda. El solo de órgano de Rivera sitúa la interpretación en un momento histórico específico –hacia el año 1969 o 1970, digamos- uniendo a la vitalidad “hippie” de esa época las exploraciones armónicas del jazz que se desarrollaron posteriormente.
“Cerdos de cuello blanco”, un título que no hay necesidad de explicar, muestra un tempo más calmado, con efectos de “wah-wah” en la guitarra y una sonoridad que recuerda a Miles Davis –pero no el Miles “clásico”, sino el rebelde electrificado de grabaciones como “Live-Evil” o “Dark Magus”.

La onda de “viaje musical” continúa en “El tercer ojo”, que incorpora el sonido de la tabla (el instrumento de percusión oriundo de la India), sabrosos ritmos de funk y un esquema composicional que alerta al oyente que no está ante un mero “jam session”, sino ante una banda que sabe manejar una estructura a fin de contar una historia.
Los vientos –que ya habían aparecido en el primer tema y están aquí integrados por Daniel Ramírez en trompeta, Francisco Cruz y Janice Maisonet en saxofones, Isaías Sánchez en trombón y Jair Rodríguez en flauta- vuelven con fuerza en “Electrik Tucumán”, que cuenta también con un poderoso solo de trompeta procesada a cargo de Ramírez.
La pieza más convencionalmente melódica del disco, “Insular”, exhibe interesantes solos de guitarra y piano, así como cambios de ritmo y efectos especiales, antes de dar paso al tema final, “Ha sido la bruja”, misterioso y de cierto aire cinematográfico. Aquí Ferreras da rienda suelta a su dominio del blues, tanto en su dramático solo como en el “riff” que lo acompaña.
Con solo seis temas y poco más de 42 minutos de duración, “El experimento caribeño” podría ser considerado un álbum breve, según los estándares actuales. Pero esa no es la manera correcta de evaluarlo. Si la calidad está concentrada en un espacio relativamente breve de tiempo, mucho mejor, para apreciar justamente su frescura, su vitalidad, su independencia de criterios, todo lo cual se ofrece aquí a manos llenas. Esta es música para vivirla, más que para analizarla.
La verdadera originalidad no se da con frecuencia; celebremos el éxito del “experimento caribeño” de Señor Langosta.