Por Joselo Arroyo
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
A más de 20 años de ausencia, regresa Giselle Blondet a las tablas boricuas con la comedia “Mariano Rivas es mío”, versión del texto “Jardín de otoño”, de la escritora argentina Diana Raznovich. La mencionada comedia ha tenido representaciones en América Latina y Europa, desde 1984 hasta el presente, con mucho éxito. Esta vez le tocó a Puerto Rico disfrutar y reír con esta pieza, que hace una crítica paródica del mundo frívolo y ficticio de las telenovelas. De trama simple, en ocasiones un poco lenta, aunque con un alto nivel de producción, esta historia trata de dos amigas solteronas de edad avanzada, quienes deciden raptar a un galán de telenovelas porque viven perdidamente enamoradas de él.

La noche del pasado sábado, una sala abarrotada del Centro de Bellas Artes de Santurce pudo deleitarse con las graciosas situaciones que se desataron en escena. Nada es lo que parece; y el galán perfecto de telenovela se desvanece ante la contradictoria realidad. De manera jocosa, la obra resulta un tributo a la amistad; e invita a la reflexión en cuanto a la soledad, sobre todo en los envejecientes, quienes podrían llegar al punto de confundir la realidad con su paralela virtual, la cual les llega a través de la pantalla del televisor.
La colorida escenografía, diseñada por José Manuel Díaz, recreó de manera muy llamativa y funcional la casa de estas peculiares ancianas. La utilería de Gregorio Barreto funcionó orgánicamente, al igual que la ambientación, la cual también estuvo a su cargo, conjunto con Díaz. El vestuario, propuesta de Abigaíl Vargas, conjunto con el maquillaje de Bryan Villarini complementaron afortunadamente el trabajo de caracterización de los personajes.
Los videos proyectados -pieza que jugó un papel importantísimo, tanto para la recreación de los capítulos de la telenovela como para otros programas de televisión- estuvieron a cargo de Víctor González y GW Cinco. El “video mapping” -técnica que consiste en proyectar una animación o imágenes sobre superficies reales, normalmente inanimadas- estuvo estupendamente logrado por Milton Cordero, reforzando los delirios de fantasía de los personajes y el paso del tiempo en escena. Por su parte, Ismanuel Rodríguez logró integrar todos estos elementos con acierto, logrando cohesión y un hilo conductor estético y funcional. Rodríguez movió a sus personajes con agrado e ingenio; y es notable el trabajo dedicado a la caracterización.

Sin lugar a dudas, la actuación fue el mayor de los atinos. Tres actores -con notable química, confianza y talento- se complementaron unos con otros para un resultado sólido. Giselle Blondet lució adorable y simpática como “Griselda”. Marisol Calero entregó a una “Rosalía” vivaracha, ocurrente y pícara. Asimismo, el trabajo de Ulises Rodríguez logró a un “Mariano Rivas” con todos los artificios propios de la idea de un galán de telenovelas. De igual modo, consiguió establecer una diferencia cuando presentó el personaje fuera de la pantalla: completamente vulnerable, humano y real. Cabe señalar que el elenco también realizó los personajes que intervenían en las proyecciones de la telenovela, arrancando carcajadas entre los presentes.
Esta producción de Lorna Otero, Giselle Blondet y Alfonsina Molinari -para Lab. A y Producciones Girasol- ofrece un proyecto conceptualizado en su totalidad, basado en la época dorada de las telenovelas en Puerto Rico. Desde la entrada a la sala, se proyectaron cortos de telenovelas que, evidentemente, todo el público recordaba y comentaba. Además, integraron excelentes actrices que formaron parte de esta época; música de transición de temas de telenovelas recordadas; y hasta saludos grabados en video por cantantes de estos temas y galanes muy queridos por el pueblo.
Definitivamente, ésta fue una época que, quien la vivió y disfrutó, no puede evitar lamentar que ya no sea la realidad de la televisión local actual.