Por Gabriela Ortiz Díaz
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
El germen creativo estuvo en sus trincheras de infancia. En esos pequeños espacios que inauguraba para escaparse hacia la creatividad, se hizo grande su arte. Creció en Loíza junto a la negritud que define la zona. Ahora, recreando los escondites de la niñez, convive con sus esculturas, pinturas y serigrafías en un santuario que motiva la huida tras la espiritualidad, la tradición y la historia de un pueblo orgullosamente negro.

Ser obrero del arte es la propuesta de vida del distinguido pintor y escultor loiceño Samuel Lind. Desde pequeño estaba claro de que lo que quería era pintar: “Mi abuelo tenía un colmado. Él me daba papeles de los que usaba para envolver. Yo cogía eso y hacía libretas de dibujo. Entonces, me iba a los juegos de pelota de los muchachos y me sentaba en una esquina a retratar caras, a dibujar rostros”.
“Había muchas limitaciones, pero era tan rico en cuanto a naturaleza y lo laborioso del ambiente. Mi tío fue carpintero y pescador. Yo me envolvía en todas esas facetas. Yo creo que lo esperado en mí es un llamado a magnificar en arte lo que yo siento, lo que para mí es bien importante: la vida cotidiana, el pescador, el obrero, las expresiones culturales, las fiestas”.
Durante un recorrido por su taller, Lind agradeció a la Fundación Nacional para la Cultura Popular por interesarse en su labor artística. En ese lugar especial, la claridad que se filtra por el tragaluz hace brillar los colores de las piezas que confecciona. Bajo esa iluminación natural, el artista plástico traza cuerpos y captura entre sus manos la realidad de la raza que representa. Con diferentes medios – cobre, plastilina, pintura – expresa el ritmo de las caderas de mujeres negras, el ritual del batey, la fuerza ancestral que impone lucir el cabello rizado, el vínculo con la espiritualidad…
“Yo pienso mucho en lo que él adopta, en lo que le imponen y adopta para camuflajearse un poco. Aun así, sobrevive dentro del camuflaje”, expresó Lind cuando el paseo por su taller localizado en Medianía Alta, Loíza se detuvo frente a la pintura “Camuflaje”, obra que muestra los labios, la nariz, y el ceño fruncido de un rostro negro y masculino que, camuflajeándose tras las ramas de un árbol, se ha convertido en tronco fuerte, en color marrón inquebrantable.

“Eso es Loíza, especialmente la Fiesta de Loíza. Nosotros en Santiago encontramos esa similitud de lo que somos: un guerrero a caballo, una espada. Aquí somos cimarrones escapaos. Esa sangre brava está ahí”, continúo el artista refiriéndose al Santiago de las folclóricas Fiestas de Santiago Apóstol, próximas a celebrarse en ese pueblo de la costa noreste de Puerto Rico.
Según narra la historia de esta festividad emblemática de nuestra cultura, el que encontró la imagen de Santiago Apóstol era un descendiente esclavo. Él llevó la figura a la Iglesia y el cura le dijo que no la aceptaba, pero como para el esclavo significaba una aparición milagrosa, se llevó la figura para su casa, le puso un altar y le rezó. Así surgieron las novenas y luego las fiestas, en las cuales con disfraces dramatizan ese acontecimiento. La tradición dicta que el 15 de julio de cada año comienzan las novenas a Santiago, que se realizan en las casas de mantenedores del santo.
“La gente no lo dice, pero la celebración va mucho más allá del santo. Es una identidad. Es una leyenda con la que te crías. En una noche de luna, así te lo cuentan, está este pescador bregando con sus redes y al mirar un tronco de árbol se le aparece la figura de Santiago. Para él fue una aparición milagrosa. En Loíza, Santiago es como una justificación. En él se encuentra la espiritualidad que representó aquella noche que detalla la leyenda”, expresó Lind.
“La base de las fiestas son los mantenedores del santo y las novenas que le hacen. Ahí hay una identidad que se mantiene a través de Santiago; hay una continuidad de lo que somos; hay un Loíza de antaño y de ahora”, prosiguió.

Precisamente, para realzar esas fiestas, el experimentado artista plástico ha creado a través de los años un amplio catálogo de serigrafías en honor a esa popular costumbre. En ellas muestra el rostro de las Fiestas: el baile de bomba, las máscaras, el santo, las procesiones, la multitud. Cada cartel tiene una nueva mirada a la festividad. El de este año, por ejemplo, exhibe un círculo con el santo en sus adentros como símbolo de la espiritualidad y un barril de bomba enraizado en la identidad.
Los próximos 26,27 y 28 de julio, Samuel Lind participará de las procesiones que realizan sus compueblanos como parte de las Fiestas de Santiago Apóstol. Entre la gente de su pueblo, disfrutará de la identidad que aflora de esa tradición. Sus serigrafías siempre lo acompañarán, al igual que el rostro de Loíza que en ellas plasma.