Por Joselo Arroyo
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
A pesar de la aparente modalidad de usar títulos con palabras “soeces” para apelar a cierto tipo de público; “El hijo de p*#@ del sombrero” no obedece a esta tendencia. El título de la obra (“The Motherfucker with the Hat”) siempre fue ese desde que se estrenó en Broadway en 2011. Y el uso de la tan conocida y usada “mala palabra”, no es para lograr una risa fácil, más bien es todo lo contrario. Su autor, Stephen Adly Guirgis –ganador del premio Pulitzer en 2015- nos presenta un entorno crudo y urbano que provoca a los personajes a lidiar y aceptar las responsabilidades como adultos. Se acostumbra pensar que una persona que “habla malo”, no tiene filtros y se expresan libremente aunque pueda sonar irreverente o irrespetuoso. Sin embargo es irónico, que en la obra no sea así, pues sin importar lo “florido” del lenguaje de los personajes, en muchas ocasiones están lejos de ser ellos mismos y mostrarse como realmente son.

Una pareja compuesta por una adicta a drogas y un ex convicto en probatoria – y alcohólico en recuperación – , son los protagonistas de esta historia. Un “mentor” -hipócrita- para evitar la recaída en el alcohol, con su amargada y frustrada esposa además de un ambiguo e incomprendido primo, completan el mundo de “Johnny” y “Veronica”. Las cosas ya no son lo que fueron. Entre una madeja de mentiras, enredos, traiciones y alianzas, estos personajes en decadencia intentan salir adelante con sus patéticas vidas. ¿El sombrero? Una prenda olvidada por un amante, inicia el conflicto en la vida de estos personajes. Al final, lo que está roto, no se puede reparar, aunque siempre queda la opción de crecer, madurar y volver a comenzar.
La noche del viernes 4, el público que se dio cita en el Centro de Bellas Artes de Santurce, disfrutó de un texto crudo, real y profundo. Esto no deja la risa afuera, pues la pieza resultaba muy graciosa e ingeniosa a la vez. Una vez más Gilberto Valenzuela –director de la puesta- entrega un trabajo completo y con un profundo sentido de la estética. La iluminación de Toni Fernández, proveía los matices necesarios para ver y no ver tanto como era necesario, pues la penumbra también se disfrutaba. Sobre todo en los cambios de escenografía -del propio Valenzuela- que ocurrían a la vista del público. Resultó ser una opción afortunada pues eran un espectáculo en sí. Una combinación de plataformas deslizantes con unos bastidores que subían y bajaban ambientaban los tres espacios necesarios en la trama. Precisión perfecta en la que se ve la mano experimentada de la regidora-Jackmarie Ortiz- y tramoyistas de CBA detrás del efecto.

Los maquillajes y peinados a cargo de Bryan Villarini, así como el vestuario coordinado por Alba Kercadó, complementaban a la perfección la plástica de los personajes de la obra. Un talentoso elenco compuesto por los camaleónicos Ernesto Javier Concepción y Yamaris Latorre, la experiencia e histrionismo de Junior Álvarez, la naturalidad convincente de José Brocco y la frescura y aplomo de Denise Quiñones se dejan llevar de la mano del director para lograr un trabajo en equipo acertado.
Solo la risa sin control del público dificultó algunos momentos el escuchar algunas palabras que tenían que aportar los personajes, que aunque soeces eran importantes y necesarias. “El hijo de puta del sombrero” una coproducción de Producciones Tamima y Producciones Raúl Méndez hace historia en el teatro nacional, rompiendo estereotipos, “hablando malo” y ofreciendo un producto de primera calidad.