Por Gabriela Ortiz Díaz
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Al finalizar un documental sobre la subcultura de los “skater” (personas que corren patinetas por entretenimiento) en Puerto Rico, un espectador le puso en la mano a Gisela Rosario Ramos lo que parecían dos perlas, esto como muestra de agradecimiento por la gestión de proyectar el audiovisual.

“A mí no me gustan las actividades que hacen ahí, pero agradezco que siempre que paso por allí la Casa esté alumbrada y con gente porque eso me da seguridad”, le comentó una vez a Gisela un vecino de la comunidad riopedrense.
Ocupar un espacio tiene unas consecuencias que son impactantes para muchas personas y que se salen de la gestión que se lleva a cabo en el lugar. “Hay unos beneficios que no tienen que ver necesariamente con la cultura. Para mí, es bien importante lo que sucede en este espacio, pero también cómo lo que pasa aquí impacta a la comunidad de alrededor”, afirmó Gisela Rosario, cineasta, gestora cultural y coordinadora de eventos de la Casa de Cultura Ruth Hernández Torres.
En el casco urbano de Río Piedras, en la esquina que conecta la avenida Ponce de León con la calle Georgetti, se alza con colores vivos esta casona, que guarda la estructura del estilo criollo que se utilizaba en las haciendas en el siglo XIX. El nombre del centro tiene la encomienda de inmortalizar la labor de la líder comunitaria y profesora Ruth Hernández Torres, quien en 1996, junto al Consejo de Seguridad de Río Piedras, propuso a varias entidades gubernamentales que adquirieran la estructura para convertir el espacio en un punto de encuentro adecuado para el intercambio cultural e intelectual.
“Esto no es un espacio al que tú entras por una razón o con una excusa; esto es un espacio para estar, para venir y sentarte a coger fresco, coger un libro o simplemente escuchar a otro tocar el piano (instrumento que está accesible al público)”, agregó la administradora. Y es que la Casa Ruth es un espacio público, de todo el mundo; un lugar informal en el que confluyen las actividades para el disfrute de la comunidad y de todo el que se avecine. En definitiva, el lugar es “lo que cada persona quiera que sea”: un centro de información, un espacio de intercambio, o un albergue para la cultura.

“La Casona fue una barra privada hasta finales de los ’90. En 1996, Ruth Hernández convenció al Municipio de San Juan de que comprara la residencia para hacerla un espacio público dedicado a la cultura y el arte. En el 1998, se empezó con la remodelación de la propiedad y en 2001, abrió la casa oficialmente como centro cultural”, recordó Gisela.
En 2013, sin embargo, hubo una reapertura, con lo que se reestableció el horario de servicios para hacer el lugar más accesible para la comunidad porque “el darle valor al espacio fue uno de los objetivos que constituimos desde el principio. La idea fue cedérselo a la gente. Ya que el Municipiode San Juan nos ha dado esta oportunidad de correr este centro cultural y de hacerlo accesible al público, en realidad hay que ponerlo al servicio de las personas”, informó la coordinadora, quien además aseguró que en los dos años y medio que lleva en el puesto nunca había presenciado tanta actividad cultural ocurriendo a la vez.
En la actualidad, son muchos y variados los proyectos que están sucediendo seguidamente en la Casa: la residencia artística La espectacular, los Días del Disco, la serie mensual de cine agroecológico, las conferencias sobre raza con el Colectivo Ilé, la Sociedad Sonora del Amor con Ivette Román y su taller de improvisación vocal, la Feria del Libro Independiente y Alternativo (FILA), el sinnúmero de talleres de bellas artes para todas las edades, entre otros. El Municipio de San Juan patrocina la mayoría de estos eventos.

“A mí me gusta fomentar que no solamente hayan actividades pasivas, sino unas con las que podamos crear, interactuar y entrelazar todo lo aprendido”. Es por esto, que Gisela le dice “sí” a cualquier proyecto que pueda beneficiar a la comunidad.
“Este espacio tiene que estar accesible para todo el mundo, particularmente para personas sin fines de lucro y artistas que necesitan espacio para trabajar”, la gestora cultural realzó el hecho de que están emergiendo muchos artistas y hay pocos espacios para que estos se presenten o ensayen.
Un territorio cultural para el futuro
Han sido varios los retos con los que ha tenido que enfrentarse Gisela Rosario Ramos. En primer lugar, “Atraer a un público universitario. Estamos al lado de la UPR y uno pensaría que, con la cantidad de estudiantes que hay en la Universidad, esto estaría lleno de ellos todo el tiempo, pero no es así. Hay algo mental en los universitarios que les imposibilita pasar del Paseo de Diego”, fue enumerando la coordinadora de la Casa Ruth.

“Llamar la atención del vecindario, atraer un público diverso, tratar de descifrar qué tipo de actividad los puertorriqueños entendemos como evento cultural, incluso, redefinir qué entendemos por ‘cultura”, figuran entre los retos. También, crear conciencia con el ejemplo y la ejecución, y tratar de romper con las cápsulas y nichos de interés en los que se encierra la gente: “para romper con eso, a mí me gusta que hayan actividades variadas que apelen a públicos diferentes para que se crucen”. La administradora aseguró que un ambiente diverso fomenta el contacto entre diferentes personas y el que estas puedan apreciar manifestaciones culturales que se salgan de sus intereses.
Porque el proyecto de la Casa Cultural Ruth Hernández Torres ha ido superando algunos de esos inconvenientes, es que se ha levantado como un farol que irradia luz a Río Piedras. Además de todos los eventos que coordinada semanalmente, Gisela aspira establecer o rehacer otros como el proyecto gastronómico “El comedor social”, una serie de conferencias sobre deportistas puertorriqueños destacados, pero poco reconocidos, otra serie de conferencias sobre la historia de la televisión puertorriqueña, y un campamento de verano para niños enfocado en robótica.
En ese sentido, Gisela vislumbra el proyecto de aquí a unos años como uno autosustentable, que no dependa de un administrador para funcionar: “Yo estoy tratando de estructurar unas cosas que puedan ser autosustentables, que puedan sobrevivir sin que yo esté aquí. Si yo me voy y las cosas cambian para mal, yo sentiría que no hice bien mi trabajo. Este espacio no me puede necesitar para sobrevivir, estoy clara en eso. También puede evolucionar hacia otra cosa. Ahora mismo me sorprendo porque hay muchos aspectos que corren solos, como la promoción y el que la gente llegue”.
Solidaridad desde la Casa Ruth
“Hay maneras tan complejas de ser solidario”. El ejemplo de la ejecutoria en la Casa puede solidificar la abstracción del concepto. Gisela es solidaria porque cede el espacio y porque lo hace lo menos burocrático posible. “Tratamos de que la Casa se sienta como un espacio de solidaridad porque queremos que la gente se sienta bienvenida y, además, porque queremos apoyar las iniciativas que beneficien a la comunidad, a la cultura y a los artistas”.
La solidaridad se manifiesta en el trabajo que se hace dentro de la Casa y repercute afuera en la comunidad, dos fases de lo que se puede definir como acto solidario.

Entre la gente que participa en las actividades – entiéndase el público, los artistas, los talleristas, los colaboradores – se estrechan lazos de solidaridad.
Al conectar esfuerzos y relacionar personas que se están moviendo hacia la misma dirección, se es solidario.
“Cuestionarse ciertas cosas ante un proyecto presto a ejecutarse es importante y es parte de ser solidario porque es como ayudar a concretizar algo”.
El auspiciar que las personas se acerquen a propuestas artísticas distintas que tal vez no entiendan o no les interese, es un acto solidario que propicia este centro multiusos.
Hoy día, la gente está muy estructurada al pensar que un proyecto cultural tiene que estar finalizado. Solidarizarse con un artista que está en vías de hacer algo y respetar eso que está gestando también podría definirse como solidaridad. “Se hace mucho énfasis – en la Casa de Cultura – en que lo que más nos importa es el proceso, no el producto porque es una oportunidad para que nosotros como público nos acostumbremos a ver trabajos en transcurso y a darle la misma importancia y valor que a una pieza completada”.
“Yo he tenido aquí una oportunidad maravillosa de intentar muchas cosas y me he dado cuenta de que no pasa nada si intento algo y no es exitoso. El éxito de una actividad no lo mide la asistencia”. Gisela palpa el éxito del gran proyecto que administra en el agradecimiento sincero que le regalan los vecinos de Río Piedras y los usuarios de este bastión cultural.