Por Joselo Arroyo
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
La eterna guerra de los sexos vuelve a ser tema central de otra producción en nuestra escena teatral. ¿Quién tiene la razón? ¿Quién tiene el poder? ¿Quién es el dominante o el dominado? Esas son algunas de las preguntas que entre mil y una ocurrencias, cuatro personajes ideados por el dramaturgo argentino Román Sarmentero, intentan contestar. Y es que precisamente los cuatro estados civiles del hombre: soltero, casado, viudo y divorciado, representados respectivamente por cada personaje, se debaten por tener la razón según su experiencia de vida con las mujeres.

Esta pieza argentina – atemperada a nuestra realidad – ha sido representada en varios países con éxito, siendo esta su primera presentación en Puerto Rico. La tarde del domingo llegamos a la sala Carlos Marichal, en el Centro de Bellas Artes de Santurce, para presenciar el desarrollo escénico de este debate. La sala, completamente llena de público, estaba deseosa de reír y disfrutar entre la “ancestral interrogante” que debate quién es mejor o peor entre el hombre y la mujer. Un decorado lleno de colorido – que evocaba una pista de circo – nos preparaba para presenciar una graciosa rutina inspirada quizás en una comedia circense de payasos. Banderines de colores que sugerían una carpa, un piso con estrellas y círculos, una sola entrada central cubierta con una cortina y un banco verde brillante en el centro del escenario. El público, casi homogéneamente, dividido entre hombres y mujeres, prometía una velada divertida. Solo faltaba la chispa que encendería la pólvora.
Desde que hacen su entrada los cuatro personajes en lo que parecía una protesta por proteger sus derechos como hombres, las carcajadas del público no se hicieron esperar. Los cuatro actores, ataviados con trajes formales pero de entalle no tan formal, nos ubicaban en la propuesta escénica del director, pues en efecto, nuestros “hombres” en escena no eran más que unos simples payasos de circo. Entre altibajos, malabares, chistes, anécdotas y movimientos ingeniosos, el cuarteto va desde los chistes más misóginos hasta los piropos más románticos en alas de defender su punto ya fuera en las escenas entre los mismos personajes o en los “stand ups” que cada uno nos regalara. Como era de esperarse, sacaron risas en algunos momentos y abucheos en otros de las mujeres que se encontraban en la sala. Más aún, hubo momentos en que fueron los mismos hombres los que reaccionaban. El banco verde, única pieza escenográfica en el escenario, fue casi un personaje más, pues fue movido, girado, vestido y puesto en mil posiciones distintas para funcionar de acuerdo con la necesidad del libreto.
Uno de los mejores momentos de la comedia fue la encuesta que los personajes hicieron con el público presente, en torno al comportamiento de la mujer ante específicas situaciones. Ante la misma, los hombres de la sala contestaban y sus acompañantes del sexo femenino reaccionaban. Claro está, ante una sala íntima como la Carlos Marichal, las luces encendidas convertían el espacio en un gigantesco confesionario añadiendo así al humor. Los comentarios y reacciones del público no fueron pasados por alto. A lo que los actores con sapiencia los aprovechaban para interactuar con los presentes, defendiendo así sus puntos de vista. El efecto, verdaderamente, fue hilarante.

Ciertamente, una pieza como la propuesta por Sarmentero, requiere una dirección ágil y creativa. Ante ello el trabajo de Miguel Diffoot logra el punto exacto entre lo divertido y reflexivo; entre lo real y lo ridículo. Como es su uso y costumbre, Gloria Sáez nos ofrece una propuesta de vestuario, conceptual y funcional a tono con las necesidades del montaje, ya que integra orgánicamente con la visión escenografía colorida y minimalista de Félix Vega y la brillante iluminación de Evarlyn Torres. Esta última compensó con luces claras y delineadas la falta de un perseguidor tan característico en los circos. Igualmente se destaca el maquillaje de Bryan Villarini y la regiduría tan acertada como artesanal, a cargo de Cristina Robles Arias, que supo aprovechar oportunamente la interacción del público presente al iluminar en momentos específicos la sala.
En cuanto a las actuaciones, el refrán “pez en el agua” es la primera referencia que llega a la mente, pues contar con la experiencia histriónica de Braulio Castillo hijo, René Monclova y Jorge Luis Ramos, sin duda brinda un aporte colosal a la experiencia teatral. Sin lugar a dudas aprovecharon cada momento en escena para sacar carcajadas a los presentes. Cabe señalar de igual modo que el joven y talentoso actor Doel Arroyo, luce muy cómodo aprovechando sus buenos momentos entre estos veteranos maestros de la actuación. Ciertamente la química entre los cuatro surtió su efecto. Se notaba que todos se divertían con su trabajo y jugaban entre ellos con sus argumentos. Eso siempre se agradece, pues de alguna manera esa energía es contagiosa y necesaria para llegarle al público.
En resumen “Soltero, casado, viudo y divorciado”, resulta ser un acertado montaje de Producciones Aragua que, dentro del humor invita a la reflexión. De ahí que el público en su totalidad la disfrutara al máximo.