Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Un instrumento musical es una extensión de las manos y el corazón de su dueño, ejecutante e intérprete.
A poco más de un año de su partida para el escenario invisible, no hay duda de que la vida del multifacético artista puertorriqueño Humberto González palpita en sus canciones y en el piano en cuyas octavas las engendró.
Ese piano, que siempre le pertenecerá, ha sido donado a la Fundación Nacional para la Cultura Popular por su hija Lara González Soler, jovencita de 20 años muy talentosa que se desarrolla en la literatura y el teatro, sin descartar un camino en la canción que tanto apasionó a su progenitor.
Lara recuerda que durante su niñez se despertaba y encontraba a su padre tocando el instrumento. En un gesto muy generoso, lo ha cedido a la institución cultural localizada en la Calle Fortaleza en el Viejo San Juan.

Lara heredó todas las pertenencias de Humberto González. De su casa en Río Piedras, lo trasladaron a su hogar localizado en las inmediaciones de Guaynabo y Bayamón. Lara conserva decenas de sus composiciones, fotos, recortes de periódicos y otra memorabilia de un gran valor sentimental y cultural.
“Pensamos qué podíamos hacer con el piano y se nos ocurrió donarlo a la Fundación. Pensamos que era una manera de que mi papá pudiera continuar viviendo a través de la música, llevándolo allí”.
Lara aún no ha decidido si seguirá los pasos de su padre en la canción. Humberto componía con una facilidad pasmosa. Era la musa encarnada. Y su hija es muy sensible, herencia de Humberto y de su madre, la reconocida actriz Cristina Soler.
“No canto mucho, realmente me enfoco en otras cosas, como escribir y actuar en teatro. Yo he cogido clases de canto y he actuado en recitales, pero lo más que me interesa es la literatura y la actuación”.
El pasado sábado, en una bohemia compartida junto a Dagmar, Cuqui Rodríguez y Julio Enrique Court, entre otros artistas, casi nadie percibió que unas manos invisibles, desde otra dimensión, acariciaron su teclado cuando su unigénita interpretó su composición “El beso que me diste”, que Humberto, de 60 años, solía interpretar a dúo con su hermana Gilda.
“Lo recuerdo tocando piano casi todos los días. A mí siempre me dio mucha alegría por su sonido particular. Desde que era chiquita el sonido me gustó”.
Entre los proyectos inconclusos de Humberto González, según reveló Lara, se encontraba una obra teatral y un recital que deseaba desarrollar junto a querida hija.
“Mi introducción a la música fue a través de él, no solo cantando y tocando instrumentos. Mis gustos musicales y toda la música que escucho me viene por influencia de mi papá. Todos los recuerdos que las personas tienen de mi papá son buenos. Él se pasaba alegre, cantando en bohemias y animando”.

La última vez que Lara y su padre Humberto hablaron fue días antes de que él ingresara al hospital, previo a su inesperado fallecimiento, el 12 de febrero de 2015.
El inseparable piano acústico de Humberto lo acompañó a sus residencias en Cayey y Río Piedras. “A mí nunca me agradó la idea de venderlo. Fue idea de mi mamá donarlo. Se me hizo mucho más fácil llevarlo a la Fundación porque no siento que me esté desprendiendo del piano. Está accesible y me siento muy feliz con esa decisión”.
Lara tiene en agenda sentarse a escudriñar las composiciones inéditas de su padre Humberto, uno de los fundadores de la Tuna Estudiantina de Cayey y uno de los coristas más respetados de la industria.
Lo hará antes de determinar si las aprenda para cantarlas o las promueve para que sean grabadas. “Todavía no he tenido el tiempo de verlo todo. Hay música, en su mayor parte, romántica”, sostuvo Lara, quien publica sus poemas en la revista digital Cruce.
Indiscutiblemente, porque la vida y la música lo quisieron así, Lara y su padre Humberto González siempre estarán en conexión perenne por la canción.
Cada vez que cumplía años le escribía una canción.
19 interpretaciones que atestiguan el amor de un padre por su hija.
La vigésima canción la compone desde la eternidad.