Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
La mandrágora es una planta venenosa, que puede usarse para fines médicos, con una raíz gruesa y profunda parecida al cuerpo humano. Sus flores son blancas, ligeramente teñidas de púrpura. El fruto parece una manzana pequeña y exhala un olor fétido, como toda la planta. Alrededor de la mandrágora se han tejido muchas leyendas.

Nos llama la atención la que apunta hacia la fertilidad. Las raíces de esa leyenda son judías. Dice la tradición rabínica que esta planta crecía al pie del árbol del edén, por lo que la han identificado con el esperma y sus virtudes eran el producto vivo de donde salió Adán. Se decía que cuando su raíz era arrancada, gritaba de tal forma que era capaz de matar a cualquier ser vivo. Que Niccolo Machiavelli (1469-1527) nombrara su obra como el nombre de esta planta, no fue casualidad.
Se cree que “La Mandrágora” estrenó en 1518 y que fue escrita entre 1504 y 1518. La obra fue un éxito, por supuesto, se trata de una exquisita comedia, pero lo que la hace fascinante es la tesis del autor. Fue escrita en el periodo del regreso de los Medici al poder. Machiavelli estaba en un exilio, donde su vida era dura, y triste para un hombre social como él. No obstante, sacó lo mejor de su talento y escribió varios libros, entre esos, “El Príncipe”, en 1513.
Aunque nos parece fascinante todo lo concerniente a Niccolo Machiavelli, y las similitudes que algunos estudiosos trazan entre “El Príncipe” y “La Mandrágora”, no entraremos en esas aguas. Pertenecemos a la parte de la población que afirma que Machiavelli expuso lo que vio y lo que vio es propio de la naturaleza humana. Para hablar con propiedad de Machiavelli hay que conocer todo lo posible sobre él.

“La Mandrágora” se desarrolla en Florencia, fue publicada en vida de Machiavelli, a diferencia de otras obras suyas. Cuenta la historia de Calímaco, joven florentino que vive en París, obsesionado con una mujer florentina, que no ha visto en su vida, pero de cuya belleza escuchó hablar, Lucrecia. Se trata de una mujer casada con doctor muy tonto, que hace alardes de inteligencia, Nicio, con quien no puede tener hijos. Calímaco, dispuesto a lo que sea para estar con Lucrecia, busca la ayuda de un charlatán sin escrúpulos, Ligurio. También lo asiste su criado, Siro, y un sacerdote hipócrita que sabe sacar provecho de su sotana de humildad, Fray Timoteo. Juntos, trazan una estrategia en la cual se involucra, engañado, por cierto, el doctor Nicio, y Sóstrata, madre de Lucrecia. Calímaco, haciéndose pasar por doctor, recomienda a Nicio una receta que no puede gritarse a viva voz, a base de mandrágora (en el momento en que Machiavelli escribió esta obra, la mandrágora era considerada una planta de hechiceros). El tratamiento consiste en tomar una poción y tener sexo con un hombre, el cual morirá por los efectos. Nicio se convence cuando Calímaco le dice que el rey de Francia aplicó ese remedio a su esposa.
Todos se ponen de acuerdo y convencen a Lucrecia de someterse al ritual, el cual tendrá como resultado, mucha fertilidad. Calímaco se las arregla para ser el hombre de esa noche, ya que sabe que no morirá (no solamente porque no ha puesto mandrágora en la poción, sino porque es absurdo que alguien ingiera veneno y otro sea quien muere), y enamora a Lucrecia esa noche. Nicio nunca se entera, y abre las puertas de su casa de par en par para el joven Calímaco, responsable de su felicidad. A final, los personajes celebran y el público tiene su “receta de mandrágora” para conseguir lo que se quiere en la vida. Esa conclusión, o “moraleja”, de esta obra, es lo que, todavía, nos está haciendo reír. Los personajes carecen de integridad. Casi todos usan el fraude para lograr lo que desean, todos están controlados por lo que desean, y nosotros aplaudimos “La Mandrágora” de principio a fin. Somos el mejor chiste de esa comedia.
Disfrutamos mucho el montaje de “La Mandrágora” del profesor Dean Zayas con sus estudiantes del Departamento de Drama de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, el pasado 27 de septiembre. Nada pudo ser más apropiado para la reapertura del teatro Julia de Burgos, después de unos meses de remodelación. El tráfico escénico de Zayas estuvo diseñado para la agilidad de los jóvenes actores en formación, clásico y encantador.
Todo era clásico y encantador. La escenografía del profesor Israel Franco-Müller consistía de tres puertas practicables al fondo y una fuente redonda en el mismo centro del escenario. El agua de la fuente estaba recortada en madera, y con las luces, se lograba un efecto tridimensional. El vestuario del profesor Miguel Vando, muy fiel a la época y a los personajes. Las luces del profesor Nicolás Luzzi, muy creativas, hicieron magia, sobretodo en la escena de los enmascarados.
Los jóvenes actores demostraron ser muy capaces, cada cual en el personaje que les tocó desarrollar. Los mejores personajes de esta obra son masculinos, no obstante, Melanie Ayala (Una mujer), Yeidimar Ramos (Lucrecia) y Florivette Colón (Sóstrata), se desempañaron con soltura.

Los varones tuvieron mejor oportunidad. Luis Oscar Rodríguez (Nicias) y Anthony Rivera (Fray Timoteo), entendían lo que estaban haciendo y demostraron sus capacidades. Gabriel Alfredo Santiago (Siro), supo sacar el máximo de su personaje corto y simpático con la fuerza de sus gestos y reacciones. Sobresalieron Carlos Haddok (Ligurio) y Radamés Molina (Calímaco), ambos, con dominio del cuerpo y de la voz, y caraterización. Los gestos, movimientos y decires de Molina fueron el festín de la tarde. Por supuesto, son todos actores en formación, y desde ese punto de vista los observamos. Sabemos que veremos más de ellos y esperamos que se desarrollen a perfección.
El programa de mano tiene una larga lista de créditos los cuales corresponden a estudiantes del Departamento de Drama que ejecutaron distintas tareas, desde realización de escenografía hasta la publicidad y la producción. ¡Bien hecho! Pondremos estrellitas en el diseño de maquillaje y peinados de Zuleyka Pagán y en la coreografía de Francisco J. Rivera.
Las próximas producciones del Departamento de Drama desarrollan tres montajes. “No hay tregua” (no se indica el autor), dirigido por el profesor Heriberto Feliciano, se presenta hasta el domingo, 14 de octubre, en el Teatro de la Universidad. “Pluma y tempestad” de Arístides Vargas, dirigida por la profesora Carola García, se presentará del 12 al 18 de noviembre, en el teatro Julia de Burgos. “Me saqué la lotería” de Manuel Alonso Pizarro, dirigida por el profesor Dean Zayas, subirá a escena en el Carromato del Rodante, en la Plaza Baldorioty.