Por Gabriela Ortiz Díaz
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Se escuchaba el carrillón de la emblemática torre que adorna Río Piedras. También, el bullicio alegre del estudiantado que recién se reincorpora a la Universidad. La conversación comenzó de forma natural, como si se conocieran de antes. Quizá, por la conexión de la música. Tal vez, por esa relación invisible que se forma entre los artistas que tocan en la calle y el público que los sigue a cada rincón.
“Tocar en la calle es una guerrilla romántica, un caos dirigido”, admitió risueña la joven cantautora y dramaturga

Lizbeth Román sobre la complejidad de entrar y perdurar en la escena musical independiente del País.
Ante esta paradoja y para tratar de revertirla, con mucha pasión se presenta en distintas partes, aunque Río Piedras es uno de los escenarios que siempre visita, además de por ser uno de sus lugares favoritos y uno de los que más acogida le ha dado, porque fue aquí donde se desarrolló su propuesta musical, aseguró Román, quien no se aleja del ambiente universitario porque disfruta pertenecer a él.
A parte de haber oscilado entre el departamento de drama y el de música del recinto riopedrense de la Universidad de Puerto Rico durante sus estudios subgraduados, emprendió una maestría en literatura comparada en la misma institución. Los primeros años de formación académica le dieron el impulso para continuar explorando los géneros de la música y el drama.
Fue así como en 2010 y a sus 22 años de edad, lanzó su propuesta musical “Ella” junto al guitarrista y arreglista Tommy González. Sin embargo, en esta fase no se marca su inicio como cantautora puesto que, acarició la idea desde que tenía sus 17 años. Es más, este interés se puede remontar a su niñez, época en la que jugaba a cantar y a componer.
Tras un receso en su trayectoria musical, Lizbeth apareció en diciembre del año pasado con su nueva propuesta, “Lizbeth Román y los duendes invisibles”, nombre que alude a los amigos imaginarios que hacía cuando pequeña. En esta ocasión, se reincorporó a la escena musical independiente liberándose, incluso, de ella misma y para “no parar de transformarse” porque “esto – su taller artístico – no es solamente mi trabajo; esto es mi proyecto de vida”.
Con “Lizbeth Román y los duendes invisibles” pretende explorar nuevos mundos, crear nuevas estrategias para mercadearse y aventurarse en la grabación de su primera producción discográfica. Un aliado especial del grupo ha sido Enrique Chávez. “Su percusión le da mucha personalidad al proyecto”, comentó Román sobre su compañero, quien utiliza un batá, un cajón y una pailas de pintura para integrar el elemento percusivo a la fusión que hacen. Mezclan, además, ritmos del hip-hop y de la electrónica, lo urbano, lo bohémico, hay muchas influencia de la rumba, la trova, y de los ritmos caribeños y tropicales.
Lizbeth declaró sentirse satisfecha con su relanzamiento porque ha notado las buenas reacciones de sus seguidores. “Yo creo que el público recibe cuando uno hace las cosas genuinamente”, señaló la joven, quien camina y sube a los escenarios acompañada de sus distintivos gorritos, algunos de los cuales se los han regalado sus fanáticos.
Escribir para vivir
En el proceso de irse desarrollando como artista independiente, Lizbeth reconoce que su éxito ha sido en parte porque siente y vive lo que proyecta. Esa naturalidad con la que le canta al público, con la que modula su voz y con la que escribe se ata al significado que le da a la palabra: es “la materialización de un imaginario, de una incomodidad, de la relación con el yo o con los demás. Es mi trabajo. Vivo de la palabra”.
Aunque en un principio, se acercó a las palabras por el interés de musicalizarlas, su relación con la dramaturgia ha

logrado que su experiencia con estas sea más completa. En esta faceta, ha colaborado con las destacadas Petra Bravo y Rosa Luisa Márquez y ha producido textos como: “Con la luz apagada”, “La violencia de las flores”, “Días de aguacero”, “Las olas”, “Las solas”, “Cállate”, “La guerra de Mambrú” y “El Pan pán de cada día”, que se presentó como parte del Festival de Teatro Al Fresco en la sala Beckett de Río Piedras.
–¿Qué significa el proceso creativo para ti?, continuó la conversación cerca del Teatro de la UPR.
–Es una de las partes que más disfruto. Genera el producto final que se aprecia en una pieza. Aunque, la parte que llamamos final, a veces, no lo es ya que el proceso creativo continúa por ejemplo, en un show en vivo. En esas ocasiones, aunque haya una estructura o unas canciones determinadas, el estar ahí e intercambiar la música con el público provoca otro acto de creación.
–¿Complementas la dramaturgia con ser cantautora?
–El proceso musical me sirve de bagaje para el teatral. En mis presentaciones en vivo hay mucho de ese elemento performático. Son fronteras maleables que se cruzan completamente. Aunque me las disfruto las dos, un elemento de la dramaturgia es que me permite elaborar un mundo completo dentro del texto, a diferencia de la canción que es un fragmento de algo que ocurre.
–¿Cuándo descubres que tienes la habilidad de crear un estilo propio mediante las modulaciones de voz?
–Los matices que asume mi voz se han dado de manera natural, claro ha habido estudios, pero más que nada es porque me he dado el permiso de ser libre, de cantar como yo quiero, de expresar lo que siento y, como demuestro que me apasiona lo que hago, se manifiesta en mi voz.
Tras esta pregunta, iba finalizando aquel diálogo, que de seguro se repondrá en un próximo encuentro musical.
“La escena musical independiente está bien revolcá y siguen saliendo talentos de todos los géneros. Está surgiendo una nueva generación, hay una comunidad que se está juntando y, en algunos años, la escena va a estar más unida. El caos, la crisis y la inestabilidad son comida para el artista”.
Y ahí seguirá ella, con su voz distintiva y con su gorrito puesto siempre, con esa capa que “me hace invisible… o visible”.