Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
“El Diamante” será recordado como el puente que conectó la generación de los 80 con la nostalgia de siempre.
En marzo, días antes de ser exaltado al Salón de la Fama de la Música de Puerto Rico, en la Fundación Nacional para la Cultura Popular consideramos oportuno un artículo sobre sus sentimientos ante la coyuntura de tan merecidísimo reconocimiento en vida a su ejemplar trayectoria artística.
Respetamos la voluntad de su hijo Julito y, en particular, la privacidad del cantante, cuya salud se hallaba muy quebrantada. No imaginamos, empero, que casi cuatro meses después, estas líneas serían un tributo a su trascendental gesta como exponente de la cultura popular nacional.
Como el título de uno de sus discos, Julio Ángel será recordado como un puente hacia el “Ensueño” musical de

Borinquen. En una época en que la industria latina de la grabación volcaba su atención hacia la salsa, la música disco, la balada romántica y el merengue, “El Diamante” reconoció que la música romántica de excelencia nunca caduca y, receptivo a la sugerencia de Tito Rodríguez, en el sentido de que “cantara la música de siempre”, se lanzó al rescate de los clásicos del pentagrama popular.
Así, tras sus días de gloria en la década del 60 como rockero e ídolo de la juventud, consagrado en el movimiento sociocultural de la Nueva Ola, siguió un paréntesis de pocos años en su carrera, regresando Julio Ángel a las raíces de la nostalgia con una serie de producciones históricas, editadas con su sello J.I. Records, que fundó en sociedad con su entonces esposa Ivy.
Sin la rigidez de una crónica, la documentación óptima y póstuma del paso de Julio Ángel por la canción supone mejor una reflexión, a manera de pinceladas, sobre su valiosa contribución a la música popular latina de las postrimerías del Siglo XX.
En otro tiempo, ante la noticia de su deceso la madrugada del pasado lunes en un hospital de la Florida, se podía esperar de la radio puertorriqueña una pausa en el bombardeo de informaciones político-partidistas para honrar a El Diamante con la divulgación de su legado musical.
Resta abrir el baúl de los recuerdos para reconocer que no hemos perdido a cualquier artista, sino a un Señor Artista y a un Señor Productor, que forjó su grandeza gracias a su singular sensibilidad romántica; dominio de todos los géneros populares y al ser portador de una de las voces más hermosas y uno de los fraseos más sentimentales del pentagrama hispanoamericano.
En la hora de su desaparición física, Julio Ángel se inmortaliza por ser un productor de un gusto exquisito. Así lo demostró en 1986 cuando le produjo a la cantante y animadora dominicana Charytín Goyco el elepé “De regreso al pasado”, un concepto de boleros como “Pecado”, “La barca”, “Solamente una vez” y otros interpretados con el acompañamiento de orquesta grande, la sección de cuerdas de la Sinfónica de Puerto Rico y el acompañamiento del Trío Ensueño, con arreglos magistrales de Quique Talavera, uno de sus más estrechos colaboradores.

Julio Ángel, además, fue responsable de contribuir a que, en vísperas de la invasión de las discográficas multinacionales, el género de las voces y las guitarras o tríos recuperara su protagonismo en el pentagrama romántico nacional con una serie de elepés en que cantó acompañado por Los Condes, Johnny Albino, Los Tres Grandes, Julito Rodríguez y el Trío Borinquen de Papo Valle, entre otros.
Sin embargo, uno de sus clásicos, que a la vez propició presentaciones en escenarios del País, es el concepto “La Batalla de los Tríos” que en 1984 reunió al Trío Borinquen, Lo Nuevo en Tres y Los Galantes, con la particularidad del refuerzo orquestal de la trompeta de Juancito Torres, un sexteto de cuerdas encabezado por los violistas Pepito y Kachiro Figueroa, capitaneado por el virtuoso guitarrista Máximo Torres y los arreglos de Talavera para mosaicos de los éxitos de Los Panchos, Los Hispanos y otras leyendas.
Curiosamente, desde mediados de la década del 70 y, particularmente, durante su profusa producción discográfica de los 80, Julio Ángel se proyectó como La Voz Romántica de Puerto Rico, apelativo que capitalizó muy bien en las carátulas de sus grabaciones.
Lideró en ventas la industria del disco con propuestas concebidas, como le aconsejó Tito Rodríguez, en torno a “la música de siempre”. Y una de sus entregas más solicitadas fue “Cita… con el recuerdo”, realizada también en 1984 con el Trío Borinquen de Papo Valle, que en años recientes, confirmando el olfato comercial de Julio Ángel, ha acompañado a Marc Anthony.
Con sapiencia, Julio continuó documentando la historia de la canción con nuevas versiones orquestadas de los clásicos de ayer, como lo hizo con el popurrí de “Desvelo de amor”, “Silencio” y “No me quieras tanto” de Rafael Hernández.
A mediados de los 80, época en que literalmente se acuarteló en el estudio Televicentro Sound, Julio amasó su

fortuna con producciones como “Ensueño”, evocadoras de la era de las orquestas de Rafael Muñoz, César Concepción y otras cuyo legado conocen muy bien los maestros arreglistas Máximo Torres y Quique Talavera, talentos recurrentes en sus grabaciones.
Su junte con José Luis Moneró, en “Evocando el ayer” y “50 años de nostalgia”, redundaron en ventas extraordinarias, a la vez que reactivaron la carrera del fenecido vocalista puertorriqueño que cinceló una trayectoria respetable como cantante estelar de las grandes orquestas de los 40 y 50.
Con pie firme, Julio Ángel recibió la década del 90 colaborando con el cuatrista Maso Rivera en el disco “Gozando y cantando en la Navidad”, uno de varios álbumes navideños, como “Parrandas navideñas” y “Tradiciones navideñas”, que, por el buen gusto y el decoro con que combatía el doble sentido que imperó en un sector del repertorio de la temporada, propiciaron especiales de televisión de mucha sintonía, antes de que el Banco Popular institucionalizara esta práctica con los conceptos musicales y fílmicos realizados por Cucco Peña y Marcos Zurinaga.
Mención especial merecen los discos “Sus mejores danzas” y “Danzas para una quinceañera”, aportando a rescatar la vigencia mediática de la bicentenaria expresión autóctona.
Además, consciente de que los discos se graban para ser escuchados, en la transición del larga duración de pasta o vinyl al formato del compacto digital no pocas veces lo encontramos en tiendas por departamentos como Woolworth’s, González Padín y Sears, en que cantaba con pistas y firmaba autógrafos, siendo uno de los pioneros del mercadeo “in store”.
Su asociación con don Pablo Aponte en el nuevo milenio redundó en la producción de nuevas grabaciones, como los primeros “box sets” o paquetes de cuatro discos compactos dedicados al bolero y a la música de tríos en Puerto Rico.
Afortunadamente, el catálogo que acumuló con su firma J.I. Records fue adquirido por Aponte y su firma Disco Hit. Hoy las nuevas generaciones pueden disfrutar de sus obras fonográficas en formato digital. Incluso, parte de sus primeros elepés editados por los sello Hit Parade y Rico-Vox de su mentor Alfred D. Herger están al alcance de los melómanos.
Aunque sin la consistencia de la abundante producción de los 80, Julio Ángel nunca hizo mutis del mundo del disco, a pesar de los cambios significativos en el mercadeo y la distribución de la música.

Su entrega más reciente “Amor, bachata y recuerdos”, lanzada en 2011, fue reconocida con la distinción de ser seleccionada entre lo mejor de ese año por la Fundación Nacional para la Cultura Popular, confirmación de que el ingenio y la excelencia matizaron su carrera de principio a fin.
“Quien escuchó en los 60 este puñado de canciones jamás imaginó que cuatro décadas más tarde el rock pop se vestiría de bachata con aires tropicales […]”, reseñó en 2011 la Fundación Nacional para la Cultura Popular.
La madrugada del lunes 6 de julio se marchó Julio Ángel Acevedo.
El pentagrama llora, pero la nostalgia lo consuela con sus interpretaciones de “El diamante”, “Nunca”, “Hacia el altar”, “El hombre solitario”, “Háblame”, “Alma mía” e “Irresistible”.
Su voz trasciende, se perpetúa e inmortaliza en la canción de siempre.