Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Cuando Tito Puente nombró a Choco Orta como la Reina del Sabor se le olvidó complementar dicho apelativo con la palabra sentimiento.
En su tributo a Ruth Fernández, efectuado la tarde del pasado domingo en el Teatro Tapia en el Viejo San Juan, Choco demostró, sin duda alguna, que es una de las artistas más polifacéticas de su generación y, posiblemente, la más temperamental.
Sonera, bolerista, percusionista, actriz, declamadora, escritora y bailadora, con un sentimiento y pasión

extremos, atributos que en el escenario se conjugan y la proyectan como un torbellino de emociones que subyuga al espectador más frío.
Ante semejantes credenciales, la pregunta obligada es: ¿por qué la proyección de Choco Orta pasó inadvertida por varios años en el ambiente local y aun no recibe del todo las oportunidades merecidas?
Lo cierto es que es una artista integral que, en una presentación gratis para el pueblo, desplegó su diversidad de talentos, haciendo galas de un registro vocal poderoso y de un dominio escénico absoluto, evidente por demás en una producción sencilla y sin escenografía, con la excepción de dos cuadros de Ruth Fernández, provistos por la Fundación Nacional para la Cultura Popular, y varias plantas naturales.
Fue un tributo, como el que recientemente presentó en la efeméride del aniversario del Instituto de Cultura Puertorriqueña, que honró la memoria de El Alma de Puerto Rico hecha Canción con suma credibilidad.
Gracias al libreto que Choco escribió y desarrolló amenamente la anfitriona de la función, la comunicadora afroboricua, radicada en Nueva York, Malín Falú, el público que llenó el Teatro Tapia recordó con simpatía y nostalgia a la fenecida Negra de Ponce.
Aparte de los datos biográficos intercalados por Falú, el repertorio seleccionado y la excelente dirección musical del pianista Carlos Roig, amén del desempeño de sus músicos Nélson Cruz (bajo), Mario Vega (batería), Efraín Canales (congas), Roberto Jiménez (saxofón) y Henry Santiago (coros y percusión menor), honraron con creces a la inolvidable contralto.
El programa discurrió entre la bomba, la guaracha y el bolero, con énfasis en la obra de compositores puertorriqueños como Tito Enríquez, Lito Peña, Fortunato Vizcarrondo, Juan Ramón Balseiro, Rafael Hernández y Roberto Cole, entre otros.

Básicamente, fue un recorrido de hora y media de duración por el repertorio que cultivó con la orquesta Panamericana de Lito Peña. Del primer segmento, cabe destacar “Venus” de Rafael Hernández, a dúo con Henry Santiago y con unos contrapuntos a dos voces exquisitos. No es una interpretación fácil y la excelencia de su versión confirma la seriedad y el celo con que Choco asume el legado musical de Ruth, tanto así que su interpretación, sin exagerar, está a la altura de la inmortalizada con su entonces esposo Tito Henríquez.
El bolero “Sollozo”, de Tito, fue otra interpretación inolvidable. Su fraseo romántico es otro de los atributos vocales de la cantante que, sin mucho esfuerzo, acto seguido destiló su sandunga en la bomba “Ay que rica es” al tiempo que arrancó carcajadas con sus dotes histriónicos en “La borrachita”.
Otra interpretación de ensueño, la patriótica poesía de “Bello amanecer”, de la firma de Tito Henríquez, elevó la función a su clímax, rematando con su versión del bolero filin, con armonías del jazz, “Inevitablemente” que Rodolfo Barreras compuso para Lucy Fabery, cuya memoria Choco honró en el segmento final de un concierto redondeado con el clásico “Romance del campesino” de Roberto Cole y “Gracias mundo” de Lito Peña, posiblemente la melodía más representativa de Ruth Fernández.

Choco, quien recibió un arreglo floral de Rafael Colón, amigo de la familia de Ruth Fernández, habló durante el show de sus luchas como mujer negra, lesbiana y de cuna humilde.
Reveló que el tributo a la fenecida intérprete no finaliza con la puesta en escena del Tapia, sino que ya coordina fechas para el Teatro La Perla de Ponce y el Hostos Collage en el Bronx, Nueva York.