Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
El cáncer nos toca con conocimiento de causa. Por tal razón, cuando fuimos al estreno de “Ingenio (Wit)” de la dramaturga estadounidense Margaret Edson, en la sala René Marqués del Centro de Bellas Artes en Santurce, lo hicimos sobrecogidos. Sabíamos que la obra había merecido el Premio Pulitzer en 1999, que la autora había trabajado con pacientes terminales en un hospital, que es maestra, que esta es su primera obra de teatro y que no tiene planes de escribir otra. También conocíamos la película para televisión que dirigió Mike Nichols en 2001 con la actriz británica Emma Thompson.
“Wit”, como se titula la obra en inglés, es una palabra inglesa que se refiere al humor inteligente de una persona, a esa habilidad de decir o escribir cosas que pueden dar risa, pero son cínicas y profundamente sabias. En la poesía, se refiere al estilo de los poemas metafísicos, el cual prevalece en el trabajo del poeta inglés del siglo 17 John Donne. Este estilo también se aprecia en el trabajo de William Shakespeare. El título de la pieza es sumamente relevante, dado que la protagonista explora a John Donne y ella, en su carácter personal, destaca su “ingenio” a cada paso.

Así, más allá de su acertado título, la pieza es extraordinaria en su estructura interna y muy creativa en su construcción. La Dra. Vivian Bearing, catedrática conocida por su exigencia rigurosa en los cursos que imparte sobre la poesía del siglo 17, muy en especial los sonetos sagrados de John Donne, es diagnosticada con cáncer (metástasis) en el ovario tipo 4, y como bien le dice al público la propia académica al principio de la obra, no hay tipo 5. Añadimos que el cáncer del ovario tiene una mortalidad de 80%. Con un “ingenio” que arranca carcajadas, Bearing le informa al público que le han dado menos de dos horas de vida, tiempo real de la obra, pero no es el tiempo real de la acción. Durante las casi dos horas que dura el acto único, la Dra. Bearing va de la narración directa al público a distintas escenas que ocurren desde su diagnóstico hasta su muerte en el hospital universitario donde ella se ha sometido a un tratamiento experimental.
Bien lejos del discurso emocional, Vivian Bearing no busca la piedad del público. Ella muestra más entusiasmo en el uso correcto de las palabras, mientras va narrando lo que pasa en la medida del progreso de su enfermedad a la vez que alude a los versos metafísicos de John Donne y admira la parafernalia del idioma galeno. En la medida de los acontecimientos, nos reímos, podemos molestarnos y hasta llorar.
El asunto de esta obra no es tan simple como afirmar que se trata de lo que le pasa a una mujer en sus cuarenta tardíos, soltera, sin parientes, con cáncer terminal. Aunque la obra expone con verdad a lo que se someten los pacientes de cáncer, la forma de presentar esos hechos supera la poderosa historia. La ruta de episodios y reacciones a los mismos es afín a todos los pacientes de cáncer: La humillación de los exámenes, las preguntas absurdas del personal médico, la frialdad humanitaria de algunos profesionales de la salud, la apatía del paciente hacia los exámenes que se repiten una y otra vez, el dolor del tratamiento resulta más intenso que la misma enfermedad. El cannabis fue recientemente aprobado en Puerto Rico para fines curativos. El uso de esta planta en pacientes de cáncer hará muy probable que los efectos causados por la quimioterapia, por ejemplo, se controlen. Pero la obra está escrita a fines de la década de 1990 y no navega por ahí. De modo que Vivian Bearing despliega en escena los insidiosos efectos de la quimioterapia.
Resulta sumamente interesante en esta obra que una persona que ha dedicado su vida a la investigación apasionada, se convierta en la apasionada investigación de alguien que fue su estudiante. No obstante, aunque ambas pasiones tienen que ver con la vida y la muerte, la pasión del internista Jason Posner no puede compararse con la pasión de Bearing. La académica es apasionada de las ideas que consideran el sentir humano, el doctor es apasionado de una práctica donde el sentir humano no es considerado. Resulta fascinante ver a una mujer, estoica a lo largo de su vida, que se rinde a la calidez del calor de una enfermera en sus días contados, que no intenta esconder el dolor de la enfermedad. Solo el calor humano y la sinceridad la alivian. Todo por el cual vivió apasionada y la medicina no le sirven de nada.

El gran peso de la obra recae sobre la Dra. Vivian Bearing, interpretada el viernes en la noche con mucha seguridad por Cristina Soler. La actriz, quien estuvo casi todo el tiempo en el escenario, logró trasmitir el ingenio estoico de su personaje, nos hizo reír con naturalidad, llorar con la verdad de su sinceridad y nos despertó la conciencia. ¡Muy bien! Aunque el resto de los personajes giran en forma destacada a favor de la protagonista, son personajes buenos. Angela Mayer como la Dra. E.M. Ashford, mentora de Bearing en la universidad, ejecutó en dos escenas, dos facetas opuestas de su personaje de manera sobresaliente. Gerardo Ortiz llevó las riendas del Dr.Harvey Kelekian, el oncólogo, seguro y convincente; lo mismo hizo en las intervenciones cortas donde interpretó al padre de Bearing.
Yinoelle Colón (Susie Monahan), logró una interpretación sorprendente con la enfermera sincera, bonachona y extrovertida, siempre sonreída, siempre al servicio de los demás. De hecho, una de las dos escenas mejores logradas de la noche, fue aquella donde Monahan comparte un helado con Bearing. La otra escena fue la final, cuando se desborda el tema del derecho a la muerte con la acción del Dr. Jason Posner, quien insiste en revivir a Bearing contra toda adversidad para probar que sirve el tratamiento experimental, a pesar de que la doctora había firmado un documento que establecía que ella no deseaba ser revivida. Rafa Sánchez también nos sorprendió con su interpretación del internista apasionado con su investigación a nivel de olvidar que su razón de existir como profesional es el servicio humanitario. Ambas actuaciones, Colón y Sánchez, aportaron luz de sol en cada una de sus escenas.
Siempre esperamos lo mejor de Tantai Teatro PR. Las producciones que han presentado tienen el sello de combinación de uso de tecnología con los recursos tradicionales del teatro. El montaje de esta obra, creación del director Ismanuel Rodríguez, galopó con el estilo al cual nos tiene acostumbrados y fue excelente. Los efectos especiales en las paredes de la escenografía, los cuales fueron muchos y marcaron los cuadros, nunca compitieron con los actores, cuyo tráfico escénico ocurrió en un escenario de decoración minimalista con gusto supremo. La coordinación de los actores que interpretaron el personal del hospital y los técnicos que hacían los cambios (Omar Nueves, Solimar Arzola, Lara González-Soler, Omar Vélez, Jesús Feliciano, Fabiola Feliciano, Mónica Cerame, Mónica Lugo, Diana Ramos) no tuvo errores. La escenografía (CODA 21) estuvo al servicio de la obra. La iluminación, también del director, fue bellísimamente delicada. El maquillaje de Roberto Díaz fue efectivo.
“Ingenio (Wit)”, es una gran producción de Tantai Teatro PR, cuidada al dedillo, apta para todo tipo de público, que continúa en cartelera este próximo fin de semana (15 – 17 de mayo). A pesar de ser una producción evidentemente costosa, el precio de la taquilla está al alcance de todos. No hay excusa para dejar de verla.