Por Jaime Torres Torres
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Perdimos a una de las artistas más queridas del pentagrama romántico.
La personificación más fiel de la sensualidad.
Una ‘Muñeca de Chocolate’, apelativo con el que la bautizó el locutor Rafael Benliza, que enloqueció al tiempo, al reloj y al calendario con sus provocativas interpretaciones y movimientos de pantera.
Antes de que Ricky Martin y Chayanne nacieran, plantó bandera en Cuba, México, Nueva York y Argentina. Cantó con las mejores orquestas: las de Chico O’ Farril, Jaime Ruiz Armengol y Chucho Zarzosa, entre otras.
Es la pionera del jazz en Puerto Rico y la intérprete boricua que con más consistencia lo cultivó durante las pasadas cinco décadas.
Por eso y mucho más es que el fallecimiento de nuestra Lucy Fabery, a pesar de la atención de la opinión pública a si va o no va el IVA, es motivo suficiente para detener la marcha y reconocer la trascendencia de su contribución a la música popular internacional.
La entrevisté más de media docena de veces en su residencia en Valencia, en Río Piedras. Atenta, servicial, complaciente, generosa, simpática, natural, sincera y humilde, siempre fue un honor pisar su aposento.
A los 84 años, cada día, tempranito, alimentaba sus gatos, iba al gimnasio y regresaba a su hogar. Allí la buscamos una tarde para grabar un programa de radio, en el que nos contó su vida, artística y personal, sin ambages.
Habló de sus pretendientes en y fuera de Puerto Rico; de sus primeros pasos artísticos en su natal Humacao; de la educación que recibió de sus padres Rafael Fabery (violinista) y Petra Zenón (pianista); y de su relación sentimental con Mr. Babalú, el gran Miguelito Valdés, quien inicialmente fue su representante, promotor y gestor de su firma con RCA Víctor, entre tantos temas que oportunamente abordaremos en otro reportaje.
“Miguelito me llevó a Cuba; lo conocí en el Teatro Puerto Rico en Nueva York. Me invitó. Yo no tenía nombre. Cantaba en Miramar, en el Normandie. Le dije que sí a Miguelito, pero yo era menor de edad. Y le tuve que decir una mentira piadosa a Mamá. Le dije que me iba a portar bien, como ella me crió. Y así fue como llegué a La Habana y debuté en la televisión. No tenía disco ni nada. Estaban Julio Gutiérrez y el Cuarteto D’ Aida”.
Años después, en el albor de la revolución cubana, estuvo frente a frente al presidente Fidel Castro. “Cuando recogió todos los dólares en Cuba, recuerdo que lo esperé en el canal de televisión. Pensé que él no sabía quién yo era pues porque creía que la política y el arte eran caminos diferentes. Pero Fidel me dijo: ‘Señora Lucy, usted es nuestra’. Yo le dije: ‘No, soy de Puerto Rico y allá me adoran’. Pero él respondió: ‘Nosotros, la adoramos más’. Jamás pensé que me veía en la televisión”.
Esa y tantas otras memorias sostuvieron a Lucy Fabery, quien en 2005, hace exactamente una década, confesó a este periodista que a veces se sentía deprimida; que prefería quedarse en la casa y no visitar el gimnasio; que ni escuchaba música ni leía la prensa; que se refugiaba, subyugada por la nostalgia, en sus álbumes de fotos para sobrellevar la soledad.
“No es fácil la soledad. Los artistas realmente estamos solos. Hay mucha gente a tu alrededor, pero cuando viene la realidad estás solo. Tengo una disciplina para todo. Así lo puedo afrontar todo. No me gusta buscar lo que publica la prensa porque me da nostalgia. No me gusta oír discos. Lo que más me gusta son las fotografías. Ahí está mi vida”.
Pero la historia de Lucy Fabery cambió.
En 2005, Charlie Sepúlveda capitalizó su veteranía y prestigio con una aplaudida y muy concurrida presentación en las Noches de Jazz y Galería de Carolina.
Hasta entonces sus conciertos eran ocasionales, como el que compartió en el Club Tropicoro del Hotel San Juan con el filinista cubano Fernando Alvarez, quien le confesó que estaba enfermo cuando llegó a Puerto Rico y meses después murió.
Lucy lo conoció cuatro décadas antes en Cuba. Sufrió mucho la explotación a que Fernando fue sometido en su gira a Puerto Rico.
“Era un gran amigo. Él llegó enfermo. Me lo dijo cuando llegó. Venía de Europa y de aquí debía viajar a Nueva York para luego regresar para otro concierto. Lo llevé a la farmacia. El me dijo que lo buscaban a las 6:00 a.m. y ni le permitían almorzar. El tren de trabajo de aquel empresario era así: ‘tú no puedes dormir, tú no puedes comer’. Lo explotaron”.
Charlie, por su parte, no la volvió a llamar, pero al año siguiente Lucy reescribiría su historia gracias al proyecto “Humberto Ramírez presenta: Divinamente, Lucy Fabery”, que produjo la Fundación Nacional para la Cultura Popular.
El disco, seleccionado en 2006 entre lo mejor del año, fue un puente entre la generación de Lucy y la nueva grey de seguidores del trompetista de jazz Humberto Ramírez.
Fue su primera grabación en 17 años, tras el lanzamiento del elepé, conocido como el “Disco azul”, que grabó en Nueva York con los hermanos Jerry y Andy González, Eddie Gómez, Walter Bishop y otros respetados jazzistas.
“Divinamente” propició una gira por numerosos pueblos de la Nación. Dos generaciones se abrazaron en veladas de música de excelencia: los jóvenes seguidores de Humberto y los simpatizantes del inigualable filin de la Fabery.
Prueba indiscutible de la vigencia de Lucy, a pesar de lo ignorada que fue por un gran sector de los medios corporativos del País que hoy divulgan los pormenores de su deceso, fue el lanzamiento en 2013 de un segundo compacto con Humberto Ramírez: “Sentimentales”, que fue nominado al Grammy Latino.
Lo próximo en agenda era el espectáculo “A las puertas del Ocho Puertas”, pero un súbito quebranto de salud la sorprendió y tras semanas de convalecencia, murió el pasado miércoles, 13 de mayo.
Sus restos se abrazan a la tierra de su natal Humacao.
Hoy, cabe recordar a Lucy Fabery como la seductora Muñeca de Chocolate que, con sus sensuales y finos ademanes, no necesitaba en sus presentaciones de coreografías, escenografías ni resortes vanos.
Bastaban su genio y figura.
Bastaba su registro de contralto y profundos graves flotando sobre el blues y el filin en “Juguete”, “El hombre que me gusta a mí”, “La oportunidad” y “Summertime”.
Inevitablemente, Lucy Fabery hizo mutis, pero su música perdura; su leyenda se perpetúa y su mito, apenas comienza.