Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Eduardo Bobrén Bisbal es una institución en el diseño de luces de teatro en Puerto Rico. Su trayectoria comenzó en 1963, como discípulo del fundador del Teatro Universitario y el Teatro Escolar, don Leopoldo Santiago Lavandero. Hizo estudios post graduados en diseño y dirección técnica teatral en la Universidad de Washington, Seattle, y completó un grado de Maestría en Administración y Supervisión Escolar.
La vida de este excelente artista, sonrisa en labios y generosidad en su corazón, ha estado dedicada al teatro, la educación, y a la administración de las artes y la cultura en diversas instituciones educativas, universitarias y entidades del quehacer cultural en Puerto Rico. De ahí que la dedicatoria del XXXVII Festival de Teatro del Ateneo Puertorriqueño es más que merecida.
ALINA (AM): ¿Cuándo y cómo comenzaste en el teatro?
BOBREN (EB): En agosto de 1963. Yo estaba tomando un curso de Historia del Teatro en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. El curso lo daba Myrna Casas, quien nos tenía impresionados por su inteligencia y belleza física. Entre los estudiantes, había muchos maestros, y Rafael Ortiz, el de Mundo de Muñecos, se me acercó para invitarme a una audición.
AM: ¿Cómo actor?
EB: Sí, empecé como actor. La audición estaba a cargo de Leopoldo Santiago Lavandero. Cuando terminé, me dijo: “¡Excelente!”
AM: Si Poldín te dijo excelente, no dudes que así fue. El era muy estricto y exigente.
EB: El asunto fue que pasé a formar parte de la Compañía Teatral de Maestros, como actor. La primera obra que hice fue “Romeo y Julieta” de William Shakespeare.
AM: ¿Cómo hiciste la transición a la parte técnica?
EB: Las obras en las escuelas no podían durar más de 50 minutos. En la medida que había que ajustar el tiempo de las obras, algunos personajes se eliminaron. Entonces me pidieron que atendiera la parte técnica. Cuando eso pasó, supe de inmediato que ésa sería mi pasión. Se puede decir que en 1965 empecé a ser técnico.
AM: ¿Aprendiste a ser técnico en la marcha?
EB: Técnico y también actor. No tenía experiencia en ninguna de las dos facetas. Los maestros recibimos un seminario de seis semanas, lo que duraba el verano. Lavandero adiestraba a 30 maestros en el teatro. La clase de actuación era sobre la marcha. Se construía la escenografía y aprendíamos sobre la marcha. En la Compañía Teatral de Maestros me pasó algo muy importante, conocí al diseñador de luces y director técnico Antonio Frontera, quien se convirtió en mi mentor. Frontera era el ayudante perfecto para Leopoldo Santiago Lavandero.
AM: ¿Por qué?
EB: Porque era un apasionado con mucha disciplina. Te voy a contar cómo empezó. Un día, Frontera se me acercó y me preguntó si en verdad yo quería aprender. Le contesté que sí, por supuesto. Me dijo que lo primero que tenía que conocer era el escenario y que tenía que quedarme hasta después de las cinco de la tarde. Teníamos una función en la escuela Osuna y había que montar un escenario de la nada en dos días. Estuvimos desde las cinco hasta las 12 de la noche los dos días, y así fue como aprendí de verdad.
AM: ¿Desde cuándo estás diseñando luces?
EB: Me mud para San Juan en 1968, y comencé como ayudante de Frontera. Pero no fue hasta 1972 que hice mi primer diseño profesional.
AM: ¿Cómo pasó?
EB: La actriz Lucy Boscana se me acercó y me preguntó si podía hacer un diseño de luces, que Paquito le había hablado sobre mí. Ese Paquito era nada menos de don Francisco Arriví. ¡No tienes idea de cómo me sentí! Nervioso, pero feliz y honrado. La obra resultó ser “Deseo bajo los olmos” del dramaturgo estadounidense Eugene O’Neill. Fue en 1972.
AM: Recuerdo esa producción en el Teatro Tapia, la dirigió Dean Zayas.
EB: Trabajaron Lydia Echevarría, Rafael Enrique Saldaña y Miguel Angel Suárez. Después de hacer esa obra no paré de trabajar. Empecé a conocer a quienes hacían teatro profesional.
AM: De todos los diseños que has realizado, ¿cuáles recuerdas en forma especial?
EB: Todos son especiales por distintos motivos. Pero tengo un gran recuerdo de dos obras, las dos dirigidas por Victoria Espinosa: “Réquiem para un eclipse” de Román Chalbaud, producida por Juan González, y “Los acreedores” de August Strindberg.
AM: Recuerdo “Los acreedores”, fue en 1973. Fue una producción muy comentada, obtuviste un premio por tu diseño.
EB: Iluminar la bellísima y muy creativa escenografía de Julio Biaggi fue un reto. El hizo unos bastidores transparentes que pintó en colores fluorescentes. Tuve que poner la imaginación a correr y puse varales en la parte de atrás de las telas. Las luces prendían y apagaban en ondulación, era un culebreo mágico. Cuando en el ensayo general lo vi funcionar, tanto Victoria como yo, nos emocionamos.
AM: Desearía que conversáramos sobre el Conservatorio de Teatro del Ateneo Puertorriqueño, ya que diseñas luces allí. El trabajo del Conservatorio es admirable. Hacen teatro con pocos recursos económicos y las producciones siempre son de calidad. Entiendo que las limitaciones son maestros excelentes.
EB: Eso es verdad. He diseñado luces en el Ateneo desde hace muchos años, cuando el antiguo teatro. No había muchos instrumentos y los “dimmers” (reguladores de intensidad de luz) estaban defectuosos. Hacer teatro era un reto y siempre se hizo con respeto. De esas experiencias, aprendí a hacer maravillas. En estos momentos, el Ateneo tiene algunos arreglos, pero no puedo usar más de 16 instrumentos por la capacidad de los “dimmers”.
AM: ¿Con eso hiciste una producción como “Juicios de inquisición”?
EB: “Juicios de inquisición” de Roberto Ramos-Perea es una de las producciones más hermosas en las cuales he estado. Tuve que triplicar en creatividad la carencia de equipos de iluminación.
AM: La obra es excelente y el montaje fue muy inteligente. Pienso que está también entre las producciones puertorriqueñas más hermosas que he visto.
BOBREN: Quisiera decir que en el presente hay unas producciones que me han dado cotización: “El jardín de los cerezos” producida y dirigida por Vicente Castro; “Eurídice” producida por Sandra Rivera y dirigida por Dean Zayas; “La ópera de los tres centavos” de Bertolt Brecht, dirigida y producida por Vicente Castro.
AM: Como artista, ¿tienes algún secreto que desees compartir?
EB: Creo que hay que hacerlo todo con responsabilidad y pasión, no se puede iluminar como si fuera cancha de baloncesto. (ríe)
AM: ¿Qué crees le hace falta al teatro en Puerto Rico en estos momentos?
EB: Creo que el teatro ha perdido pasión. A medida que ha aumentado el número y el espacio y ha subido el número de representaciones se ha perdido la pasión.
AM: ¿A qué crees que se debe?
EB: Posiblemente, y entre otros motivos, a la famosa enfermedad económica. Otros factores podrían ser: el cansancio de los actores, el desbalance en las ofertas teatrales que llegan al público, la imposibilidad de ofrecer un proceso educativo a la audiencia, la ausencia del teatro escolar. No hay definición clara en el Departamento de Educación para forzar el aprendizaje de las artes. No obstante, veo mucha esperanza. No siempre he estado en los escenarios. En una ocasión, por ejemplo, fui coordinador del Festival Casals. Me paseaba por los pasillos del Centro de Bellas Artes para mantenerme enterado de cómo estaban las cosas con el teatro. Ahora, que estoy más activo, lo veo más de cerca. En estos momentos, hay muchos jóvenes apasionados. A mí me maravillan los estudiantes del Ateneo. Los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico son extrovertidos y dinámicos.
AM: ¿Entiendes que sólo nos falta pasión?
EB: El arte del teatro hay que provocarlo; tiene que ser fuente de provocación rigurosa. El teatro tiene que ser fuente de sensibilidad que nos ayude a formar el equipaje para usarlo cuando sea necesario.
AM: O sea, también nos falta provocación. Háblanos un poco sobre tu faceta de poeta.
EB: Escribía poesía desde pre adolescente. La universidad apagó esa llama. Era el momento de la revista Guajana y no me atrevía a enseñar mis poemas. Cuando terminé la universidad, surgió otra vez la pasión. La poesía es el escudo de todas tus insatisfacciones. Así que empecé a escribir poesía gris. Escribía, botaba, escribía y botaba. Después, me enamoré, hice de esa relación un diario, un libro que guardé y seguí escribiendo. El trabajo secular te separa de la emoción. En 2013, sentí mucha euforia con la poesía y mi primer poemario, “Tiempo de amar”, surgió en 2014. Ahora mismo, trabajo en otro que se llama “Carpeta confidente”.