Por Rafael Vega Curry
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
La naturalidad desempeña un rol decisivo en las grabaciones del gran pianista puertorriqueño Luis Marín. Según contó en una entrevista efectuada hace años, su segundo disco, “Live at the Nuyorican” nació de la oportuna disponibilidad de un equipo de grabación en un conocido negocio del Viejo San Juan en el que tocaría esa noche junto a su grupo. En una entrevista reciente, afirmó que “The One” –su primer álbum en más de una década- no fue nada planificado, sino algo que surgió de la manera más natural posible, de su puro y simple deseo de producir un nuevo disco.
Claro está, hay que tener un talento especial para que una grabación tan elegante, rica y variada como lo es “The One”, que refleja tanto un dominio perfecto de la tradición como la imaginación necesaria para recrearla a su antojo, resulte de un par de sesiones espontáneas de grabación en las que no medió el tipo de planificación que a músicos menos expertos les podría costar angustias y estreses. Porque “The One”, si no es necesariamente una obra maestra, es una obra de un verdadero maestro del piano.
El recital comienza con el tema que le da título al disco, elegante y seductor. Es lo que podría calificarse como “piano de jazz moderno clásico”, sin que se interprete contradicción alguna entre esos dos adjetivos, que aluden a una modernidad que, aun de aquí a muchos años valdrá la pena seguir escuchando.
“Las caras lindas” es un redescubrimiento. Aquí la famosa pieza salsera de Catalino “Tite” Curet Alonso – popularizada por el sonero Ismael Rivera – se convierte, gracias a su tempo más suave y reflexivo, en una melodía de hermosos contornos que facilita además la conversación entre piano, bajo, batería y percusión. Una exquisita recreación.
Lo que generalmente se conoce como “jazz latino” aparece en el próximo tema, “Y de repente”. La presencia de las congas y la fogosidad rumbera no riñen, sin embargo, con la elegancia y la suavidad de la expresión pianística de Marín, quien ejecuta uno de los solos más imaginativos del disco.
“Fichas negras” es una de las piezas más sobresalientes, con una sofisticada creación melódica de parte de Marín, que manifiesta el tipo de belleza “que no quiere alzar la voz”, como dice una canción. Luego escuchamos “La complicidad”, un corte más reflexivo que hace uso de sutiles coloraciones de piano eléctrico y en el que Marín hace gala de su maestría y su ágil manejo del teclado.
Tres recreaciones de temas pertenecientes a distintas tradiciones concluyen el álbum, más breve de lo que muchos oyentes quisieran. “El amor del jibarito” reconoce las raíces borincanas del pianista, cuyo excelente solo está acompañado aquí por güiro y bongós. “Autumn Leaves” es un guiño al cancionero popular norteamericano, como si Marín estuviese deseando decir “esta cultura también es mía”. Y una sublime y jazzística recreación de “Franqueza cruel”, uno de los boleros inmortales que Curet Alonso escribió para el no menos inmortal Cheo Feliciano, concluye el álbum en una altísima nota de creatividad.
La belleza expresiva, el exquisito gusto a la hora de seleccionar repertorio, la recreación en ocasiones sorprendente de ese repertorio y el toque magistral de Luis Marín en el teclado hacen de “The One” una grabación memorable, que reivindica tanto los mejores valores de la tradición del jazz como de la música popular puertorriqueña.