Por Gabriela Ortiz Díaz
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

Por más de una década ha estado inmerso a tiempo completo entre madera y cerámica. El escultor Julio César Díaz, oriundo de Patillas, hábilmente crea la figura humana y muchos elementos de la naturaleza con caoba, cedro, capá prieto, majó y barro, todos estos, medios ideales para representar la vida misma con todas sus curvaturas, cicatrices y movimientos.
Las irregularidades que exhibe la madera son el impulso para encender la creatividad de este artista, el cual se inspira precisamente en los legados que va dejando la irregular e incierta existencia. “En el taller”, su más reciente exposición presentada durante noviembre en la Galería Botello en el Viejo San Juan, recogió diferentes temas enmarcados siempre en la versatilidad de la figura humana. Entre las 11 piezas que se exhibieron figuraron: “Pescadora de estrellas”, “Nostalgia”, “Pensando mariposas” y “Yola”.
Por su parte, las piezas “Espíritu del mangle”, “Nacimiento de vejigante”, “Refugio” y “Desafío” retrataban diferentes aspectos del tema negroide, el cual le gusta promover.

Aunque desde niño tuvo especial interés por las artes, luego de sus estudios en el Departamento de Bellas Artes de la Universidad de Puerto Rico, estuvo activo por dos años en el servicio militar durante la Guerra en Vietnam y tras su regreso a Puerto Rico, trabajó en varias agencias de publicidad y estableció su propio taller de arte comercial, publicidad e imprenta. Por ende, su trabajo artístico ha empezado a difundirse en la actualidad de su vida. Aun así, ha expuestos sus obras, individual y colectivamente, en muchas galerías; Pamil, Botello, Uri y la desaparecida 778 han sido sede para sus exposiciones. También, ha organizado varias colecciones, cuyas piezas han merecido la compra de los espectadores.
“Huellas inmortales” es una pieza que, si bien no perteneció a “En el taller”, es con la que más se identifica Julio César por ser un tanto autobiográfica. La misma está constituida por el rostro de un niño vietnamés que llora sangre, por una flor que muestra el mensaje contrario a la guerra: tranquilidad, paz y amistad y por un maletín el cual este puertorriqueño cargará el resto de su vida como evidencia de sus impactantes vivencias en Vietnam.
Más que crear, se trata de imaginar una idea. Para Julio César el proceso de concretizar la abstracción de una idea imaginada comienza con un diálogo entre él y los materiales. “En muchas ocasiones la misma madera me sugiere”, explicó el artista. Según indicó, “el pedazo de madera tiene variaciones de color y hay que aprovechar esas vetas naturales para crear la pieza”. Las irregularidades de este producto provocan que broten las ideas imaginadas del escultor y se transformen en hojas, lunas, caras, cuerpos.

Tras un agradable encuentro en su taller, una grata conversación y una presentación detallada de las figuras “maltrechas” que tenía sobre las mesas del acogedor lugar de trabajo, fue evidente la jovial personalidad de este escultor puertorriqueño. La música clásica que se escuchaba de fondo mientras realizaba un busto de José Campeche, el cual fue exhibido en la Galería Botello durante la Campechada 2014, era la contraparte perfecta para el perfeccionismo que se auto impone Julio César. Se vislumbraban en su taller cuerpos sin terminar, rostros sin la expresión deseada por el artista, intentos fallidos que, aunque parecieran estar bien logrados, no fueron aprobados por sus exigencias: “si a mí no me gusta, no le gusta a nadie. Sencillamente, no la enseño”, afirmó.
En los inicios de su carrera, solo trabajaba la madera para recrear las olas, la luna y otros elementos naturales. Más adelante, incursionó en la cerámica porque quiso retomar las raíces del arte figurativo, esas que se habían arraigado a él durante sus años de estudio. Para Díaz, la fusión de medios favorece la pieza porque, unidos, le aportan al concepto final de la idea.

La rigidez de la madera y, por el contrario, la facilidad que ofrece el barro para detallar cualquier cosa, es la diferencia mayor entre estos dos materiales. Como el barro es maleable, es perfecto para trabajar la figura humana (la realidad y la fantasía que esconde, las emociones y sentimientos que expresa), tema que más les atrae a los espectadores, según contó Julio César, porque les concierne a las personas o porque son escasos los artistas que trabajan el cuerpo humano.
“Es difícil recrear una figura con proporciones, miradas sugerentes, detalles. Aunque no estoy en contra del arte abstracto, es cierto que resulta más fácil, en el caso de la pintura, coger un canvas y ponerle manchas. Requiere menos práctica y dedicación”. Según interpreta Díaz, una de las situaciones actuales en el campo de las artes es que la mayoría de los estudiantes o de los artistas jóvenes prefieren la abstracción. El ciclo continuará porque esos estudiantes son posibles maestros que lanzarán sus gustos e inclinaciones a otros estudiantes o principiantes. Definitivamente, en el arte figurativo hay un hueco para las nuevas generaciones de artistas.
El arte de crear la figura humana está en buenas manos si entre sus exponentes se encuentra Julio César Díaz. Con esmero y dedicación, las diestras manos de este artista modelan el barro y tallan la madera para que todo el que admire su trabajo pueda palpar la abstracción que define la existencia. Detrás de unas manos pequeñas y curtidas debido al ejercicio de esculpir, se esconde un gran hacedor del arte figurativo, de la imaginación convertida en realidad y de la verdad hecha para imaginar.