Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
De las obras de William Shakespeare, es posible que “Romeo y Julieta” sea la que ha inspirado más variaciones en los distintos planetas del arte. En teatro, recordamos el musical que estrenó en Broadway en 1957, “West Side Story”. El éxito de esta producción motivó una película del mismo título en 1960. Otro recuerdo de gloria del mismo año es la película “Romeo, Julieta y las tinieblas”, del cineasta checo Jiri Weis, una de versiones más sobrecogedoras de la obra de Shakespeare, ya que presenta la historia del romance entre una chica judía a quien esconde un chico que no es judío durante la invasión alemana a Checoslovaquia en la Segunda Guerra Mundial. La historia de Romeo y Julieta es poderosa, logra hacernos creer que en tres días unos jóvenes pueden enamorarse, casarse y morir. Si el poder de esta historia se combina con una intención de valor inigualable, el éxito se corona de victoria. Tal es el caso de “Por amor en el caserío”, del puertorriqueño Antonio Morales.
El pasado sábado 13, a casi un año del estreno de la película, fuimos al Teatro Tapia a ver “Por amor en el caserío”, por segunda vez; y aunque sabíamos lo que íbamos a ver, no nos conmovimos menos. Vale que destaquemos una y otra vez lo que logra la determinación de un solo joven; determinación que contagia con entusiasmo a otros jóvenes amigos; y, desde aquí, el entusiasmo permea en la comunidad. Mucho bueno se ha dicho de este grupo de jóvenes puertorriqueños, dados a conocer a través del arte y por labor social. Nos consta que se trata del comienzo de un entusiasmo que contagiará con su ejemplo a otros tantos jóvenes más.
Trasfondo de una obra –
Conforme nos cuenta Morales, tenía 17 años cuando comenzó a escribir la obra, mientras se daba su vida en el
La trama de “Por amor en el caserío” narra la historia de los jóvenes, Cristal (Anoushka Medina) y Ángelo (Xavier Morales), quienes luchan por su amor en el marco hostil de la rivalidad de los dos puntos de drogas enemigos dentro de la comunidad, liderados por sus respectivas familias. Alrededor de ese centro, se reflejan las dificultades de seres humanos que viven rodeados de violencia, ya sea por el tráfico de drogas, por el discrimen social y/o por la desesperanza. Sin embargo, lo que en su desarrollo puede ser una tragedia, pletórica de personas malvadas que ni sienten ni padecen por ellos mismos o por los demás, en esta pieza teatral resulta ser muy simpático. Los personajes se presentan de tal manera que llegamos a adorarlos: son, en realidad, líderes, grandes muchachos; es cuestión de oportunidad, educación y decisión personal. Es precisamente ese enfoque lo más efectivo de la propuesta de Morales, quien nos llena de orgullo con esa otra forma de ver las cosas. La obra tiene dos finales y el segundo es esperanzador. El escritor pone la decisión de la vida y la muerte en las manos de Regi (Steven Joel Vázquez), un niño del residencial quien, literalmente, tiene una pistola en la mano. En el primer final, Regi aprieta el gatillo. En el segundo final, Regi tira la pistola al basurero. De inmediato -al son de la canción ‘Es por amor’, muy popular por el grupo Menudo en la década de 1980-, todos los actores invaden el escenario con velas encendidas en las manos. El público aplaude de pie y con lágrimas en los ojos.
La producción en detalle –
La puesta en escena que vimos en el Teatro Tapia el pasado 13, comenzó con un reggaeton muy bien coreografiado e interpretado. A través de este número, nos dimos cuenta que el vecindario tenía dos grupos en rivalidad; y que los grupos estaban bien organizados. Aprovechamos la oportunidad para gritar a los veinte mil vientos que el reggaeton nos cautiva y, aunque felices de reconocerlo en público, penamos por no tener espacio en estos momentos para explicar por qué. Ya se nos dará el feliz motivo.
El montaje de la obra combinó talento profesional con el talento de los jóvenes del Taller de Teatro ‘Por amor en el caserío’. Los unos y los otros estuvieron al nivel de la armonía. Los muchachos parecían tan dueños del escenario como los experimentados profesionales. Felicitamos a Sully Díaz (Josefina) y a Aidita Encarnación (Esperanza) por compartir, más que el escenario, el corazón, con Cristal Anoushka Medina (Cristal), Xavier Morales (Angelo), Carlos Calderón (Papote), Neisha Ramos (Puti), Luis Ponce (Tanke), Rafa Pabón (Chewi), Axnel Acosta (Domi), Sebastián Vázquez Medina (Mongol), José Carlos Colón (Pito), Margarita Rodríguez (Cucha), Javier Arroyo (Manhattan), Erwin González (Ruedas), Melanie López (Raquel), Roberto Karlo Fernández (Cocolo). Destacamos el trabajo de Luis M. Mejía (Doña Milla), quien se lució en la escena de la fiesta con su espectacular vestido de lentejuelas y su baile. ¡Muy bien!
La seguridad escénica, la naturalidad y el uso de la voz y el cuerpo de Steven Joel Vázquez merecen punto y aparte. Este niño de 12 años embrujó al público en cada intervención, sobre todo, en sus momentos de picardía. Tal vez debería prestar más atención al dramatismo emocional en el uso de la pistola, tanto en el final negativo, como en el positivo. Si así lo hiciera, lograría una actuación redonda, completa. Vázquez posee un talento sobresaliente. ¡Lo aplaudimos!
La escenografía y luces de Gustavo Martínez, el sonido de Ricardo Martínez, el vestuario de Oneycha Morales y la utilería de Leicha González sirvieron al montaje.
Finalizaremos señalando que la obra está dedicada a los vecinos de Llorens Torres, conforme las propias palabras
“Por amor en el caserío”, auspiciado por el Estado Libre Asociado de Puerto Rico, Administración de Vivienda Pública y el Municipio de San Juan, es una producción de Antonio Morales y Cine Coop.