Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
En la segunda mitad de la década de 1980, en una librería de la calle del Parque a la cual me encantaba ir, se hizo la presentación de un libro de Myrna Casas. La académica, dramaturga, directora, productora y actriz había solicitado la participación de Rocky Venegas, Elsa Román y la que suscribe para la lectura dramatizada de unas escenas de su obra ‘Eran tres y ahora son cuatro’ (alias Los turnos). En esos momentos, empezaba a fraguarse “El gran circo EUcraniano” y nosotros pertenecíamos, como actores, a esa conspiración, la cual incluía las mismas escenas de “Eran tres y ahora son cuatro”. Esta obra de Myrna Casas, que empezó a gestarse en la década de 1970, ocurre en distintas oficinas gubernamentales y siempre arranca risas del público. La ocasión de la presentación del libro no fue la excepción. Cuando Don Francisco Arriví se acercó para felicitarnos por nuestra realista actuación, tan natural, le comenté: “¿Realista? ¿Natural? Son unas líneas bien difíciles de decir”. A lo que don Paco respondió: “Por supuesto, es que Myrna culminó a Ionesco”. Con esto, Arriví estaba diciendo que la dramaturga había logrado demostrar que el lenguaje es absurdo en su forma realista más natural; y que, aun más allá, el público lo acepta con complicidad. “Sin embargo, don Paco”, insistí, “son los actores quienes pueden dar cátedra de eso que usted dice”.
No pude evitar pensar en esta anécdota personal el pasado domingo 7, en el Teatro Coribantes, mientras corría la primera escena de ‘Voces’, de Myrna Casas, obra que fue estrenada hace 14 años. En esta nueva oportunidad, Sara Jarque (Doctora) y María Bertólez (Ella), dirigidas con respeto y efectividad por Dean Zayas, intercambiaban unos cuantos encantadores monosílabos y parlamentos cortos realistas, por absurdos, muy naturales, que sirvieron para despertar el misterio y la curiosidad del espectador. ¿Qué entendimos de la primera escena? Ella (Bertólez) ‘oía’ voces que a veces ‘escuchaba’ y viceversa; y no nos quedó duda que la Doctora (Jarque) -suponemos que en sus 40- había tenido con Ella -suponemos que en sus tempranos 20- algo más que una relación profesional. Jarque y Bertólez estaban enmarcadas en la sencillez más esencial de las gradaciones del blanco y el negro. El escenario, diseñado por Gregorio Barreto, consistía de tres cubos que los mismos actores movían en los cambios de escena. Unos hilos inquietos (blancos o gris claro) pintados en el piso (gris oscuro), que parecían seguir la ruta de una línea, sugiriendo cierta electricidad que podría transportarnos a los propios pensamientos, dividían el escenario en dos triángulos irregulares.
El resto de la obra en dos actos se trató de una retrospección, donde, a través de aquellos personajes realistas tan
Aunque los hombres lucían más cómodos fingiendo ser lo que en verdad son (San Jean Genet), ninguno de los personajes, en conciencia o no, se mantuvo en el mundo del dolor por curiosidad frustrada. ¡Ellos se atrevieron! De frente a sus premisas, sin otra tesis que no fuera aporte al conocimiento personal, en forma interactiva, investigaron con aplomo académico la cuestión cotidiana, sobre todo sexual, del ente casi amado por el ente que casi aman (San Anton Chejov). Con seguridad de reina druida, la dramaturga impuso que algo importa más que el amor en la verdad de las mentiras cotidianas que nos rigen. Quien tiene el conocimiento tiene un gran poder. En tal sentido, con su poderoso parlamento final, la Doctora (Jarque) supo convertir conocimiento en sabiduría. Casas nos fue quitando la ropa y, no conforme con ello, nos arrancó la piel.
Los absurdos monosílabos realistamente naturales nacieron y murieron en la primera escena. Sin previo aviso, se presentaron las resplandecientes reminiscencias de esos santos mencionados a quienes rendimos culto de vez en cuando. El teatro de Myrna Casas siempre rendirá homenaje a San Luigi Pirandello, evidente en el parlamento del espejo de la Doctora (Jarque).
Pido perdón (no pedí permiso) a los actores y al resto del equipo. Toda la atención de esta reseña (primera persona singular) está en la dramaturgia de Myrna Casas. A ella la conozco, desde antes de pensar en nacer, con “Eugenia Victoria Herrera” y “Cristal roto en el tiempo”; y, después que pensé en nacer, con “La trampa”, “El improntu de San Juan”, “Absurdos en soledad”, “No todas lo tienen”, “No se le servirá el almuerzo a Anita San Millán o La historia trágica de las plantas plásticas”, “Quítate tú”, “Este país no existe” y unos cuantos “revoluses muy bien hechos” (cito mal a Antonio Gala) más. Yo era grandecita cuando ella bordó encima de mi piel un personaje que lleva mi nombre: Alina, en “El gran circo EUcraniano”. Perdonen que tome ventaja del privilegio que hoy me arrebata con la gratitud que me embarga. Con mis excusas les doy también a ustedes las gracias por la reverencia que hicieron en sus respectivos muy buenos trabajos: Sara Jarque, Ulises Rodríguez, María Bertólez, David López, Víctor Colón (luces), Guissepe Vázquez (vestuario), Bryan Villarini (maquillaje), Chenan Martínez (sonido), Camila Monclova (regidora), Raymond Gerena (relacionista público), Gary Homs (productor). Myrna Casas es luz de constelación en la marquesina de la aportación puertorriqueña al teatro de nuestro planeta. Me hago eco de lo que ya se sabe.
Sentada entre los seres humanos que participaban, como yo, de una empatía teatral realista-absurda- natural en todo el esplendor de la sencillez en la inteligente dirección del Dr. Zayas, ‘oí’, -a veces ‘escuché’-, los comentarios que algunos hacían en voz alta: “¡Eso es! ¡Dile más! ¡Estúpido! ¡Tonta! ¡Idiota! ¡%#&/!” Fue cuando el azul más intenso que la misma planta del índigo cobró sentido. “Si don Paco estuviera aquí”, pensé, “diría que el teatro vivo de Myrna Casas, de propio sello y original estilo, funciona para el gran público porque demuestra que los seres humanos abrazamos y defendemos el absurdo por las razones realistas mega naturales que sean”.
¡Qué bien nos conoce, profesora Casas! Lo que usted diga, maestra; y que sirva para la posteridad. Ya se dará la gloria del parlamento final para cada cual: “¡Son tus voces, escúchalas tú!” Mientras tanto, vamos a reírnos, conversemos sobre los molinos en la mente de Luigi Bocherini, entre gatos y hechizos, con silencios, monólogos, parlamentos cortos y monosílabos.