Fiesta de tambores para Norma Salazar

Por Gabriela Ortiz Díaz
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

Sonaron los tambores: “to co to co”, “tu cu tu cu”. En Ponce – y a sus 20 años de edad – este sonido marcó el despertar de Norma Salazar como folclorista puertorriqueña y afroantillana. Aún después de su partida física, hace tres meses, ese mismo sonido de los cueros continúa encarnando a Norma. Así lo demostraron los integrantes del Taller Tambuyé, quienes honraron la esencia de esta mujer a través de un espectáculo hilvanado con bomba y las diferentes estampas de su vida y obra.

Un despliegue de faldas adornó el escenario del Teatro Francisco Arriví. Al ritmo de los tambores, el batir de los cuerpos inició la actividad. La bomba es eso; dejar fluir el cuerpo y permitir que el sonido del tambor se adentre para comandarlo con movimientos. Desde la tarima, al unísono, lucían los colores. La bomba también es unidad; en esta ocasión, hombres y mujeres se enlazaron bajo las coloridas faldas, las diferentes tonalidades de piel y las distintas generaciones. Al igual que la bomba, durante su vida, Norma Salazar fue capaz de amarrar con fuerza el sentido patrio, la gestión cultural, la niñez, la enseñanza, la exposición de tradiciones, el baile y las sonrisas de muchos.

El sábado 30 y domingo 31 de agosto Marién Torres López y sus tambuyeros ofrecieron al público un espectáculo que, desde 2006, organizan anualmente, y que esta vez se lo dedicaron a la multifacética figura de Norma: la gestora del campamento “Verano Cultural”; la organizadora de “Las promesas de Reyes”; la portavoz de temas negristas; la líder y coordinadora del proyecto de periodismo infantil “Los Niños en Acción”, concebido para trabajar con los niños de comunidades menos aventajadas como Tras Talleres, La Perla, Lloréns Torres y Puerta de Tierra; la asistente fiel a casi todos los festivales de bomba y plena que se celebran en el País; y la creadora del grupo de baile y declamación de poesía negrista “Plenibom”.

El espectáculo estuvo dividido en 10 escenas, marcadas por el cambio de luces y de ritmos de bomba. Este estuvo amenizado por intervenciones de vídeos que presentaron a Norma ejecutando los diferentes proyectos de su vida. “Norma: una vida dedicada a la cultura”, como se tituló el recital, constituyó un biodrama que, guiado por el sonido de los tambores, representó a la destacada puertorriqueña. Desde que Norma apareció en escena, personificada por una bailarina, la maraca que llevaba en la mano denotó la fuerza del impacto que tuvo la obra de la folclorista en la cultura y en muchos jóvenes del País.

Otras escenas metaforizaron cómo los bailes de bomba pueden servir de escudo contra la maldad de nuestra sociedad; con una actitud de guerreras, utilizando de herramientas sus faldas y el baile, varias jóvenes lograron arremeter agresivamente, incluso, contra la figuración de la criminalidad y la violencia. Precisamente, el legado que dejó Norma se ancla en la fuerza que tiene la cultura para contrarrestar los problemas sociales.
Las simulaciones de las promesas de Reyes y de los festivales de bomba y plena que frecuentaba Norma también estuvieron representados. Una de las partes más significativas del recital fue cuando cuatro jóvenes, adornadas de toda la belleza negra, encarnaron a algunas de las cimarronas antillanas que decidieron revelarse contra el sistema machista-esclavista que las oprimía y humillaba. Quedaron expuestas, pues, Nanny, que en Jamaica convocó un ejército de 200 hombres para combatir a los ingleses; de Cuba, la cimarrona “Carlota” de origen yoruba, a quien Fidel Castro reivindicó con el envío de un contingente de 35 mil cubanos y cubanas que voluntariamente participaron en la liberación de Angola en 1975, actividad que se conoce como “Operación Carlota”; y otra cimarrona que en la isla de Guadalupe luchó para eliminar el coloniaje francés. También, quedó plasmada la loiceña Alfonsina Villanueva, mujer negra y pobre que en 1980 murió a manos de la policía de Puerto Rico a causa de su lucha ferviente e incasable por retener unos terrenos que por ley le pertenecían. Estas cuatro mujeres negras representan la valentía de la rebelión, además, la lucha en contra de las injusticias y de los sistemas que fomentan el que algunos se empoderen mientras subyugan a los más “débiles”.

Luego de la recreación y rememoración de esos acontecimientos históricos que vivieron muchas mujeres negras,

Un despliegue de faldas adornó el escenario del Teatro Francisco Arriví. (Foto Gabriela Ortiz para Fundación Nacional para la Cultura Popular)
Un despliegue de faldas adornó el escenario del Teatro Francisco Arriví. (Foto Gabriela Ortiz para Fundación Nacional para la Cultura Popular)
apareció el vídeo de la procesión de despedida de Norma Salazar por la calle del Cristo en San Juan y luego, el del esparcimiento de sus cenizas en la Playa Isabela. Tanto en sus despedidas como en el Arriví, los tambores resonaban con fuerza. La música y el baile permitió que la bailarina que representó a Norma dejara de ser una espectadora invisible y se uniera al festín que celebrara la valentía de las cimarronas, el coraje histórico debido al racismo empedernido de los que han querido ejercer el poder, la reafirmación de negritud, el rugir de una raza, pero además, la vida misma de quien con su gestión cultural se encargó de enaltecer el folclor afrocaribeño.

Al bajar el telón, nuestra Norma continuaba bailando bomba con todas las cimarronas que murieron. Este sugerente final, entre otras cosas, provocó la alegría de saber que la líder comunitaria seguirá bailando al compás del grito rabioso del tambor, el cual ella misma definió en uno de sus libros como incansable y resistente: “Por eso nuestro tambor es cimarrón. Se fue a esconder por los sectores de Cangrejos y Piñones…y sobrevivió. Ha llegado hasta nosotros, varios siglos después, ese tambor que sirvió para la diversión y la conspiración”.

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