Por Gabriela Ortiz Díaz
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
Dos dramaturgos puertorriqueños, en épocas distintas, han desplegado el arte teatral con la misma intención. A finales del siglo XIX, el también zapatero Manuel Alonso Pizarro escribió teatro para consolidar una identidad de clase obrera. Recientemente, Roberto Ramos- Perea ha utilizado la historia de Pizarro y de sus tiempos para, junto a los estudiantes y profesores del Conservatorio de Artes Dramáticas del Ateneo Puertorriqueño, crear una pieza de teatro documental capaz de anclar a los puertorriqueños en la historia del País y de lograr la reafirmación de la identidad nacional.
En “Iluminado Negro”, obra exhibida en el Ateneo durante los primeros dos fines de semana de agosto, se juega con la técnica del metateatro, pues se insertan las creaciones de Alonso Pizarro para evidenciar que el ejercicio teatral es un vehículo para concienciar y culturizar una sociedad, en este caso la puertorriqueña de esa época, que es la antecesora de la actual.
Tanto Ramos-Perea como los integrantes del Ateneo Puertorriqueño construyeron esta monumental obra que, aunque se extiende por casi cuatro horas, logra su cometido de rescatar el personaje de Pizarro y todo lo que este impulsó con la germinación de conciencias colectivas y la sindicalización obrera. La puesta en escena manifiesta un arduo trabajo de recolección de documentos y datos históricos, imprescindibles para el forjamiento de una pieza que, ahora, forma parte del archivo nacional. Con la producción, Ramos- Perea también quiso hacer la acusación de que muchas de las obras que se exhiben en las salas de teatro puertorriqueñas reproducen un contenido vacío, de farándula y solo entretenimiento. Ese tipo de piezas provocan la pérdida de la identidad puertorriqueña, baluarte que el dramaturgo busca salvaguardar con la promoción que hace de nuestra historia en esta obra.
“Iluminado Negro” es un recurso pedagógico que funde el pasado y el presente para exponer con ímpetu y
Muy importante, también, es la exposición del tema de la creación y desarrollo de la capacidad imaginativa como medios de escape y crecimiento intelectual. La formación educativa de Alonzo Pizarro comienza con el deseo de su madre de que fuera a la escuela y aprendiera a leer. A partir de esas primeras experiencias con las letras, el gusto que desarrolló por la escritura y la lectura, así como la amistad que hiso con sus maestros le definieron los pensamientos; de esos pininos salió un hombre firme, contundente, compenetrado con la clase obrera de la que era parte, con convicción y con deseos de hacer patria.
Las luchas y confrontaciones sociales protagonizadas por los obreros de finales del siglo XIX son fundamentales para entender el nacimiento de la puertorriqueñidad y, a su vez, esas luchas son el resultado de la aparición de las figuras de dramaturgos e intelectuales puertorriqueños. De la aportación de esos eruditos, entre ellos Pizarro, comenzó a levantarse un grupo de personas sabias y audaces: los artesanos. La institución de Alonzo Pizarro como dramaturgo se debió a que, desde su posición de negro, zapatero, y residente de Guayama (zona alejada de la capital, por lo tanto de pobres), denunció en sus obras las injusticias de los capitalinos contra los de la montaña y los abusos de la clase burguesa, que mantenía como siervos a los artesanos. Tras su formación intelectual, desarrolla una consciencia anarquista y se convierte en líder y luchador contra toda forma de poder: los ricos, los blancos, los católicos. Para afirma esto último, es válido el comentario que Ramos-Perea hace en un entrevista al posicionarse en el pensamiento de Pizarro: “Ey, yo tengo unos maestros y compañeros negros que quieren hablar desde su color de piel, desde su pobreza. Ya basta de que los blancos nos digan cómo somos. Nosotros tenemos derecho a decir lo que sabemos y pensamos de nosotros mismos”.
Manuel Alonzo Pizarro, interpretado por Luis Javier López Rivera, nació en 1859 y murió en 1904. Tras su formación en la escuela elemental de Guayama y sus años de juventud como zapatero y como hombre de la casa, puesto que su padre abandonó la familia por el alcohol, en el 1886 se muda a Mayagüez para continuar sus labores en una fábrica de zapatos. Para esta misma fecha, sale a la luz “Me saqué la lotería”, su primera obra teatral, la cual provocó un despertar social entre los obreros que se educaban con el teatro. A raíz del éxito de esta pieza, Pizarro fue desarrollando su temática en la dramaturgia y, sobretodo, despuntó su propósito como artista negro, obrero y pobre. “Iluminado Negro” evidencia claramente el desarrollo concurrente de Manuel Alonzo como autor y de la historia del movimiento obrero. Así, también se muestra en la pieza que su obra máxima fue “El hijo de la verdulera” de 1902 y que durante esta década el pensamiento anarcosindicalista era el dominante entre los obreros y artesanos.
Para Ramos-Perea esta obra significó mucho más que la filosofía griega de que el “teatro es la memoria de la
Además de agradecer a todos los actores, estudiantes y profesores del Conservatorio de Artes Dramáticas del Ateneo Puertorriqueño, y a los integrantes de la ficha técnica, Roberto Ramos-Perea quiso gratificar y homenajear a todos los obreros puertorriqueños porque, “desde el mismo siglo XVI hasta las actuales luchas en la calle y en las mesas de negociación, la clase obrera puertorriqueña es la que ha mantenido un orden social y político, que con altas y bajas, aún podemos llamar nuestro. El pueblo es el dueño del pueblo, no sus gobernadores ni sus invasores”. Además, a Manuel Alonzo Pizarro “negro, hijo de negros libres, zapatero, tipógrafo, intelectual obrero, honra de su clase. Hasta hace 20 años, un anónimo de nuestras letras”; ahora, tras rescatar sus cinco obras teatrales, nos lega su tenacidad, su convicción y su bravura.