Brilla el Ballet de Praga en San Juan

Por Alina Marrero
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular

Cuando el fundamentalismo minimalista impera en la propuesta representativa de un espectáculo teatral, los ejecutantes enfrentan un reto sin competencia. Sobresaldrá en el escenario el contenido y la forma de lo que sea pueda desarrollar el ser humano; y si bien el talento podría ser doblemente admirado, los errores podrían ser la estrella de la ocasión. La presentación única de un ballet, acontecida el pasado jueves 21 de agosto, en la Sala de Festivales Antonio Paoli, del Centro de Bellas Artes de Santurce, fue muy valiente: seleccionó un escenario al extremo minimalista para la producción. El decorado durante los dos actos consistió de un ciclorama que cambiaba sus colores con cada pieza, unas calles blancas y lavandas que nunca cambiaban y dos especiales cerrados con las calles blancas de la primera caja, con fondo de cortina americana en uno de los números. En cualquiera de los casos, no se usó el recurso del perseguidor. Al darnos cuenta de lo anterior, comprendimos que la noche descansaría en los bailarines y las coreografías; y eso captó nuestro especial interés. “Lo que veremos será muy bueno o muy malo”, fue lo primero que pensamos. Por supuesto, esperábamos lo mejor porque se trataba de El Ballet del Teatro Nacional de Praga, de la República Checa.

El Ballet del Teatro Nacional de Praga es una de las compañías más importantes de la actualidad europea. La compañía, cuyo inicio se remonta a 1883, conserva una tradición poderosa, pero no rechaza los aires de cada tiempo nuevo. A través de los años, ha formado un repertorio clásico, el cual también abraza obras contemporáneas como las de Kylián, van Manen, Cranko y Tetley. Este Ballet estrenó “El Lago de los Cisnes” fuera de Rusia, evento al cual asistió el propio compositor ruso Pyotr Ilich Tchaikovsky.

Como dato novedoso, compartimos que el primer director del Ballet fue el coreógrafo checo Václav Reisinger (1828 – 1892), quien trabajó con un grupo de más de 20 bailarines y puso en escena la primera producción en 1884. Por otra parte, el artista Augustin Berger (1861 – 1945) sentó las bases para que el Teatro Nacional de Praga tuviera una compañía y una escuela de ballet. Berger fue un vanguardista; se atrevió a destacar algo que para nosotros es la orden del día, pero le costó muchas críticas negativas: la coreografía es tan importante como la composición.

La dirección del Ballet Nacional de Praga, desde 2002, recae sobre Petr Zuska, bailarín y coreógrafo de excelente preparación y prestigio, galardonado en varias ocasiones a lo largo de su carrera. Desde 1990, Zuska ha creado más de 40 coreografías para compañías, tanto checas como extranjeras. El variado menú que recién ofreció este Ballet en Puerto Rico desplegó una sola coreografía -audaz, moderna, atractiva- de su director, la cual cerró el primer acto: “Romeo y Julieta”, del conocido compositor ruso Serguei Prokofiev (1891-1953), controversial en su momento. La selección, interpretada por Marta Drastikova y Ondrej Vinklat arrancó los aplausos más fervorosos del primer acto.

Marius Petipá (1818-1910), coreógrafo francés, fue el creador de las coreografías del repertorio de ballet que incluyen las selecciones del primer acto que apreciamos en Puerto Rico: “La bella durmiente” (Pas de deux) y el “Lago de los cisnes” (Pas de trois, del Primer Acto), del ruso Piotr Ilich Tchaikovsky; “Raymonda” (Grand Pas), del ruso Alexander Glazunov; “Diana y Acteón” (Pas de Deux), del italiano Ricardo Drigo. Todas fueron selecciones que presentan la tradición clásica del Ballet del Teatro Nacional de Praga en todo el panorama del significado de la palabra. Toda la pureza de la forma, la cual en estos momentos podría parecer repetitiva, libera el orgullo de una estética cuyas raíces sostienen el reino de esta compañía. Fue aquí donde el minimalismo del escenario cobró sentido. Fue un acierto comenzar con el trabajo eterno de un coreógrafo cuyo arte, según los críticos, “está hecho de rigor técnico, riqueza de medios y un sentido de la elegancia que huye de todo virtuosismo y de cualquier espectacularidad pomposa”. Los diez bailarines, concentrados en la técnica y la elegancia distinguida de esa tradición, estuvieron a la altura disciplinada de un legado que no permite el adulterio. ¡Bravo por ellos!

Conforme nuestro aprecio, en el primer acto sobresalieron por su fuerza y actitud escénica la bailarina Sophie Benoit (“Raymonda”) y el bailarín Karel Audy (“Diana y Acteón”). Audy se destacó en sus grands portés, novedosos, ágiles y livianos, dando la sensación de quedar suspendido en el aire por unos segundos con figuras que nos persiguen en el recuerdo.

Las primeras dos selecciones del segundo acto, “El lago de los cisnes” (Pas de deux del Tercer Acto – ‘El cisne negro’), de Piotr Ilich Tchaikovsky; y “Bayadera”, de Ludwig Minkus (Adagio, Primer Acto), ejecutadas respectivamente por Magadelena Matejkova y Karel Audy, Nikola Marova y Michal Stipa, desarrollaron coreografías de Petipá. “Esmeralda” (Pas de deux), de Cesare Pugni, lució una coreografía del francés Jules Perrot (1810-1892), dentro de la tradición clásica de la compañía checa, pero con un estilo más expresivo y dramático, el cual dominaron con maestría Sophie Benoit y Guido Sarno.

El cuarto número del segundo acto fue un regalo de corazón nacional. “Return To A Strange Land”, de Leos Janacek (1854-1928), considerado por muchos como el compositor checo más importante de principios del siglo XX, se lució con la coreografía del bailarín checo Jiri Kylyan, que hicieron suya los bailarines checos Magdalena Matejkova y Jonas Dolnik. Este trabajo, posiblemente por la esencia del orgullo nacional y por su cercanía a lo contemporáneo que prefieren muchas de nuestras excelentes compañías boricuas, tuvo gran acogida del público. No obstante, entendemos, tal vez por ser caribeños, que la interpretación de los bailarines, perfectos en su técnica y emoción, pudo estar motivada con ciertos toques de pasión dramática, sobre todo al final, en las reacciones de ambos ante la muerte de cada cual.

‘La muerte del cisne’, de “El carnaval de los animales”, de Camille Saint Saens, contó con la coreografía original de quien fuera en su momento un revolucionario maestro de ballet, el coreógrafo y bailarín ruso Michael Fokine (1880-1942). Esta pieza, de pocos minutos de duración, se convirtió en número favorito de la danza clásica. En 1905, la famosa prima ballerina Anna Pávlova trabajó con Michael Fokine en este número de danza, que ilustra los últimos momentos de un cisne herido. En Puerto Rico, la sublime interpretación de la bailarina checa Nikola Marova tuvo alas en cada respiración. El hechizo del movimiento de sus brazos ansiosos de cielos y de lagos, como la morada eterna del espectro de un cisne -que aunque mortal, se nos antoja infinitamente inmortal-, arrulló nuestras miradas. Centrada sobre un eje que impartía magia, Nikola Marova estuvo sencillamente cautivadora.
Antes del Gran Final -y con coreografía de Petipá-, se impuso “Don Qujiote”, del compositor austriaco de música para ballet, Ludwig Minkus (1826-1917). Andrea Kramesova y Ondrej Vinklat personificaron el Pas de deux de este prestigioso ballet a la altura de la tradición de la compañía que representaban.

El Gran Final (y a pesar del minimalismo) se reveló en el matiz de una cajita de música de donde saltaron los diez

Aunque el Ballet de Praga sigue una tradición poderosa, la compañía también aborda los aires de tiempos nuevos. (Foto suministrada)
Aunque el Ballet de Praga sigue una tradición poderosa, la compañía también aborda los aires de tiempos nuevos. (Foto suministrada)
bailarines vestidos de las distintas piezas que ejecutaron. Fue un momento de monería que inspiró sonrisas y que arrancó una gran ovación.

Podríamos conversar largamente sobre lo que vimos esa noche versus lo que estamos acostumbrados a ver. Sin duda, Puerto Rico es plaza exigente y envidiable para cualquier ballet clásico y danza contemporánea. Esta última es dilecta, se hace con orgullo, disciplina, profesionalismo y alta creatividad. No obstante, el encuentro con la tradición estrictamente clásica es de vital importancia; y si ese encuentro integra coreógrafos que hicieron historia del ballet, es imperdonable que la sala no se hubiera abarrotado -posiblemente por el elevado costo de las taquillas-.

Agradecemos haber participado de una gran noche, la cual nos puso a pensar en todo, a indagarlo casi todo, a concluir demasiado poco y a analizarnos mejor, después del esplendor.

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