Acierta La Beckett con su propuesta

Por Chemi González
Para Fundación Nacional Para la Cultura Popular

Es harto conocido que la época veraniega en Puerto Rico es lo que llamaríamos una “temporada baja” en cuanto al desarrollo de proyectos artísticos y taller; algo especialmente cierto cuando se trata de proyectos teatrales. La prioridad del llamado “veraneo” que trae consigo quizás inevitablemente la tónica “evasiva” hace que quizás como proceso ya automático baje forzosamente la actividad teatral o se vuelque en proyectos más decididamente de tono enajenante. Pero los obreros del arte en el País necesitan igual comer y pagar las cuentas, así que a alternativas de taller que han surgido exitosamente durante el verano como el “Microteatro en la azotea” en el Viejo San Juan o el “Festival del Tercer Amor” en Coribantes- por solo mencionar algunos- este verano se les sumó el Primer Festival de Teatro al Fresco en el espacio de La Beckett de Río Piedras.

Ideado como una alternativa tanto para el público como para los artistas del escenario, el Festival ofreció entre junio y julio un repertorio de dos piezas cortas por fin de semana- 10 en total- que sorprendieron no solo por la variedad de sus planteamientos en contenido, sino también por su variedad estética. El repertorio escogido para esta primera edición del Festival abarcó desde la danza, a la pantomima pasando por piezas de corte mas experimental a otras de contenido ligero. Una diversidad rica y una necesidad de comunicar por diversas maneras es un gran logro percibido de lo visto en la Beckett las pasadas semanas. La presentación de las piezas al aire libre en la tarima de la terraza del café teatro- y fuera de ésta- y no en la sala teatral “oficial” del espacio añadió un toque de informalidad, de “ventetú” colectivo-teatral a la grata experiencia veraniega. Comentaremos brevemente cinco piezas de las que pudimos ver en esta primera edición del festival.

“La autopsia”, escrita y dirigida por Joaquín Octavio, nos reconfirma la excelente mano directorial de Joaquín y su siempre bien mesurado e instintivo trabajo de dirección de actores. Jessica Rodríguez y Kisha Tikina Burgos, ambas estupendas entran al escenario con batas e indumentarias de enfermeras, suspendido literalmente al centro del escenario está José Eugenio Hernández, con el torso al descubierto y el rostro algo desfigurado, permaneciendo totalmente inmóvil. Poco a poco se nos va develando el misterio de forma violenta y algo aterradora y a través del enigmático dialogo de las actrices se nos revela el escenario como una sala de autopsia el 26 de julio de 1978, en donde ellas trabajan y realizan la autopsia de Arnaldo Darío Rosado, quien junto a Carlos Soto Arriví fuera asesinado en el Cerro Maravilla el 25 de julio de 1978, en ese suceso que todavía nos estremece como país y del cual tantos han salido impunes. Es un texto rebosante de indignación, de ira, de incertidumbre ante lo que todavía no sabemos sobre una de las páginas más sangrientas de nuestra historia. A pesar de que logra impactarnos pienso que el texto puede dar para mucho más y que inclusive aguanta ser expandido a una pieza de una duración más extensa. Nos deja con esas ganas, pero de forma positiva.

“Estudio de danza en dos planos”’ del dúo autodenominado La Guareta y compuesto por las talentosísimas artistas de la danza, el cuerpo y el escenario Marili Pizarro y Cristina Lugo, fue otra de las propuestas que nos llamó la atención. Siempre respondiendo a una concepción muy particular para ellas de lo que es el cuerpo y el espacio y cómo ambos conceptos se relacionan indivisiblemente y eternamente, nociones que siempre están presentes en sus creaciones individuales como artistas performáticas. En este caso Cristina y Marili decidieron utilizar y posicionarse cada una respectivamente en el techo y el primer piso del espacio de la terraza. Contrastándose, iluminándose cada una y la una a la otra con “clip lights” como podían, tirándose consignas de tiempo, tratando de sentirse sin verse, utilizando la música de fondo en pro y en contra de sus movimientos. Moviéndose quizás no conscientemente para que el espectador pudiese ver de forma plena y clara lo que estaba pasando, sino mas bien que se sintiese parte de un todo, de una arquitectura urbana que en una cálida noche veraniega riopedrense nos hablaba y desafiaba a través de los cuerpos y el movimiento vibrante de estas dos aventurosas y desafiantes artistas del escenario.

“El pan pán de cada día” fue la propuesta que presentó Lizbeth Román, una de las más prolíficas y prometedoras dramaturgas de una nueva generación de voces teatrales. A pesar de que esta pieza no logró el brío ni el rigor dramático/escénico de piezas anteriores suyas como “La violencia de las flores”, “Con la luz apagada” y “Las solas”, se mantiene el interés de la dramaturga/directora de explorar el género, las represiones ocultas y visibles de nuestra contradictora sociedad isleña, el uso multidisciplinario de recursos musicales, visuales y elementos de movimiento en su propuesta, que como suele pasar en su trabajo se destacó por una economía de elementos escénicos en favor del trabajo dinámico y suelto de sus actores. Gabriel Leyva encarnando a un confundido y arrepentido penitente en el proceso de ser “salvado”-léase un lavado de cerebro- por dos figuras representantes de nuestros opresivos poderes religiosos: un hombre sacerdote, vestido con falda y maquillado como “drag queen” (travesti) interpretado por Hiram Delgado y una sacerdotisa masculina al extremo que interpretó Isadora Cintrón. Menos redonda y mas disparatada que sus propuestas escénicas anteriores, esperemos que sea quizás una pieza transicional para una joven dramaturga que ya ha demostrado con creces que tiene mucho que decir y aportar a nuestro teatro nacional.

“Playa” fue una corta pieza unipersonal del argentino afincado en Puerto Rico, Maximiliano Rivas. Mimo de mucho talento y con un alto control y sentido físico se hizo valer de una escenografía y utilería que nos sugería la más paradisiaca playa. Su pieza fue un acto cómico a la usanza del cine mudo un tanto cómico e hilarante. A través de su cuerpo y sus gestos nos presentó la llegada a la playa, el proceso de ocupar su lugar entre una multitud veraniega muy ruidosa y ávida de trópico, el sumergirse al océano y hasta invita al público a formar parte de la pieza, haciéndolos participes de varios juegos playeros comunes como el voleibol y el tenis, en pleno escenario. La utilización alternativa del espacio, el convite que hace al público a participar de la experiencia y la gracia de las situaciones que presentó la pieza arrancaron sonrisas a todos los asistentes que refrescaron la cálida noche veraniega.

Y salvando lo mejor para el final, la pieza que clausuró el festival, “La gran desilusión” escrita y dirigida por Kisha Tikina Burgos Sierra. Conocíamos su trayectoria como actriz y escritora de piezas teatrales como “La memoria de los elefantes” y el guión cinematográfico de la película “Under my Nails”- la cual también protagonizó- aquí se lanza al ruedo como directora por primera vez, resultando en no solo la mejor pieza que vimos en este Festival, sino probablemente una de las mejores piezas teatrales nacionales que hemos visto en los últimos años. Apoyada en dos de nuestros actores más excelsos, Carlos Miranda e Iliana García, Kisha no sólo dio cátedra de su excelente instinto como directora teatral- es difícil pensar la pieza con dos actores que no sean Miranda y García- sino que en el manejo pleno de ellos como entes escénicos demostró sus bríos y los hizo brillar como al menos este espectador nunca los había visto. Aunque he visto a Carlos y a Iliana en muchas obras anteriormente, aquí sentí que los redescubría, que los sentía como por primera vez interpretando a un matrimonio quebrado que pone todas sus esperanzas en la promesa de un primogénito ausente y difuso. La pieza es todo menos una “Gran desilusión” en ella se dio una confluencia de esas que rara vez se suele dar en nuestro teatro: texto preciso, puesta en escena mínima y acertada y dos fuerzas escénicas de la naturaleza dando lo mejor de sí. Era poco lo que necesitaron para brillar: dos micrófonos, dos sillas y sus vestuarios en los que se hicieron y deshicieron ante nuestros ojos. Supimos con beneplácito que se planea remontar la pieza. Creo que es un deber, es una de esas experiencias teatrales que nos recuerdan el nivel que podemos alcanzar. Sería una “gran desilusión” si esta deslumbraste puesta en escena no toma el vuelo que se merece.

Vale mencionar que esta primera edición del Festival de Teatro al Fresco fue dedicada a una de nuestras mejores dramaturgas, una de nuestras artistas mas completas y comprometidas: Tere Marichal. En un festival en donde se le da continuidad a una tradición nacional de dramaturgas valiosas, de mujeres artistas comprometidas con su arte y verbo, bien mereció la distinción. Esperemos que el próximo verano vuelva el Festival de Teatro al Fresco, a refrescarnos un poco ese calor veraniego isleño.

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