Por Miguel Diffoot
Para Fundación Nacional para la Cultura Popular
En la jerga popular encontramos muchos términos de sonar jocoso que, por su uso frecuente, terminan siendo aceptados por una gran mayoría. ‘Garata’ es uno de esos términos que se mencionan para describir ocasiones convulsas y/o desordenadas. Se puede definir también como combate, lucha, riña, contienda, pendencia, pugna, pelea o reyerta, conflicto violento intencional destinado a establecer dominio sobre el oponente.
La obra “Gatagarata”, de Adriana Pantoja, cae entre estos apelativos y ya veremos porqué.
El escenario se divide en varias áreas de acción: un espacio para la ubicación de una casucha destartalada y pequeña, en donde vive una solitaria anciana; un espacio adjunto, reservado para los intérpretes del lenguaje de señas que, habitualmente, intervienen en las producciones de Cuarzo Blanco Inc.; y, frente a los mencionados, una especie de patio fronterizo en donde los personajes hacen de las suyas, sobretodo, tres gatos y un perro que son el fuerte de la pieza.
Al comienzo de la obra vemos el espacio vacío hasta que el ruido ensordecedor de un accidente automovilístico trae consigo a tres gatos asustadizos quienes, aparentemente, lograron escapar del mismo.
Doña Soledad, que así se llama la anciana, interpretada por la primera actriz Luz María Rondón, vive precisamente sola aunque en compañía de su perro llamado Yun-Yún, interpretado por Milton Cordero. La anciana pasa los días en medio del tedio de la “soledad”, en espera del regreso de su único hijo Onuris, quien lleva años sin comunicarse con ella.
La acción se vuelve ‘garata’ con la llegada de tres gatos, a saber: la gata Linda y los gatos Genio y Tuti,
Pero no se trata de unos animales cualquiera que simplemente hablan, sino que profundizan en los misterios del espíritu y meditan para alcanzar la paz. En estos menesteres, Linda es la experta. Como líder espiritual, la gata enfrenta a todos ante esos misterios ocultistas. De pronto, se ilumina una pantalla en la que vemos a cuatro jóvenes en un auto. Discuten un conflicto similar al que observamos en los animales. Es un video tomado justo antes de que ocurriera el accidente con que se inició la obra. Hasta ese momento, son dos las opciones que tenemos como espectadores: o creemos que esas almas atribuladas poseyeron los cuerpos de los animales tras el accidente; o se nos está invitando a establecer una analogía entre el comportamiento humano versus el animal, privilegiando a este último, pues los animales sí pudieron resolver sus diferencias. Eso no queda claro, pero tal vez no tiene por qué estarlo. Si algo bueno tiene el teatro es precisamente su carácter plurisignificativo, con sus diferentes lecturas.
La dicha de doña Soledad no es total con sus ahora acompañantes, pero al menos gana un dinero jugando la lotería, lo que le permite poder hacerse cargo de la alimentación de sus animales y dejarle alguna herencia al hijo pródigo. Ya una vez tranquila de haber podido cumplir con los suyos, la anciana presiente su fin, graba su imagen y voz en un mensaje a su hijo, usando la misma grabadora que habían obtenido los gatos tras el accidente de los cuatro humanos. Al final, doña Soledad muere, sin haber podido ver ni abrazar a su hijo.
Onuris, interpretado por Carlos Miranda, aparece finalmente. Regresa a la casa, encuentra los escritos viejos de su madre, ve el video y obtiene el dinero guardado para él por doña Soledad. En una acción poco creíble, se arrepiente de haber abandonado a su madre. Es posible que hubiese habido arrepentimiento y éste estuvo excelentemente actuado por Miranda; pero, en el texto, la acción aparece un tanto precipitada, por lo que no conmueve ni convence.
Las actuaciones de todos estuvieron en su punto. El trabajo corporal de Milton Cordero, Laura Isabel Cabrera, José Luis Gutiérrez y Omarjadhir Flores estuvo muy bien logrado; muy simpáticas las actuaciones en sus dimes y diretes. Carlos Miranda, como siempre, mostrando su madurez en las tablas. Luz María Rondón se pasea por su personaje con segura tranquilidad; el momento de su muerte, toda vestida de blanco, fue sublime.
Mención aparte merecen los jóvenes intérpretes al lenguaje para sordos. Aunque un poco incomodos por la limitación de espacio, daba gusto ver la entrega de todos ellos al caracterizar su personaje (había un intérprete por personaje) En ocasiones, distraía un poco por la cercanía de ambos espacios de acción, pero solo momentáneamente, pues terminábamos básicamente viendo dos obras en una: dos maneras de hacer teatro; dos visiones culturales diferentes, pero con el mismo fin. Los intérpretes fueron Omayra Cabiya, Joselo Santiago, Jeannette Cruz, Alberto Santaliz, Jorge Santiago, Abdiel Reyes y Luis Daniel Pesante.
La dirección de Adriana Pantoja cumple con el requisito de un buen ritmo, pero la utilización del espacio pudo
La obra formó parte del 55to Festival de Teatro Puertorriqueño del Instituto de Cultura, el cual fue dedicado a Jacobo Morales y Blanca Eró.
Completan la ficha técnica:
Dirección y dramaturgia: Adriana Pantoja; Asistencia y regiduría: Ingrid Baldera; Música original y sonido: Chenan Martínez; Diseño de escenografía: José Luis Gutiérrez; Montaje de escenografía: José Luis Gutiérrez, Javier Roselló y Jorge Ramírez; Diseño de iluminación: Eduardo Bobrén; Montaje de iluminación: Jorge Ramírez y Melvin Colon; Diseño de vestuario: Edgardo Cortés; Confección de vestuario: José Rivera y Edgardo Cortés; Diseño de maquillaje: Ricardo Santana; Entrenamiento corporal: Rodney Rivera; Utilería: Milton Cordero y Kelvin Tirado; Fotos: Nydia Meléndez; Arte gráfico: Sonia E. Rivera; Programa y concepto de promo: Adriana Pantoja; Montaje video promo: Misael Martinez; Videos: Adriana Pantoja, Sharon Estela y Milton Cordero; Manejo de videos: Kelvin Tirado; Vídeo en función: Julio García; Relaciones públicas: Lidda García, Narada Fuentes y Glenda Pizarro; Audio descripción: Javier Ortiz.